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Una gran oportunidad para TV-3

La reciente firma del contrato-programa de la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió (CCRTV) fue la primera buena noticia que en muchos años recibimos los que creemos en la necesidad de unos buenos servicios públicos de radio y televisión. Es éste un mérito de Miquel Puig, director general de la CCRTV y director de TVC hasta el reciente nombramiento del periodista Joan Oliver, pero corresponde también a todos los que requieren una definición clara de los objetivos que como servicio público corresponden a la CCRTV.

En los inicios de la recuperación de nuestra autonomía, en el primer mandato de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat, la puesta en marcha de nuestras emisoras autonómicas de radio y televisión se hizo casi en secreto, desde los despachos de la Secretaría General de Presidencia. La constitución de la CCRTV y la elección de su primer Consejo de Administración, en 1983 y cuando las emisoras estaban a punto ya de empezar a emitir, llegó con retraso. El modelo del servicio público nacional de radiodifusión y televisión de Cataluña se había decidido de antemano, sin ningún consenso previo. De ello fuimos testigos y víctimas pacientes quienes integramos el primer Consejo de Administración de la CCRTV, del que formé parte hasta finales de 1996.

Casi 20 años después del inicio de las emisiones regulares de Catalunya Ràdio, RAC 105 y TV-3, la reciente firma del contrato-programa de la CCRTV es una oportunidad magnífica para rediseñar este servicio público esencial. Sería suicida desaprovechar esta oportunidad, y el reciente nombramiento de Joan Oliver como director de TVC, a pesar de algunos recelos iniciales, apunta por ahí.

Nos guste o no, vivimos en una sociedad mediática, audiovisual, y la radio y sobre todo la televisión lo impregnan casi todo, condicionando de forma decisiva el conjunto de la vida de nuestra sociedad. Ahora más que nunca resulta absolutamente imprescindible un auténtico servicio público nacional de radiodifusión y televisión. Pero este servicio público debe ser esto, un servicio público, y por tanto lo que es esencial en él, los contenidos de sus programaciones, no puede ser una copia de los que ofrecen las emisoras privadas.

Más allá de la imprescindible neutralidad política, que con frecuencia centra este debate de forma obsesiva, lo que debe caracterizar, definir y diferenciar los contenidos de la programación de un servicio público de radio y televisión de los que ofrecen los operadores privados es la atención a las demandas de las minorías, demandas éstas a menudo contradictorias, así como que sus programas de información, divulgación, debate, formación, entretenimiento y diversión fomenten no sólo la cultura en general sino también los valores cívicos y democráticos en los que se basa el consenso social, con pleno respeto a la diversidad y sin recurrir en ningún caso a las concesiones populistas.

¿Quiere esto decir que un servicio público de radio y televisión no debe luchar por lograr la mayor audiencia posible? No, de ningún modo. Pero la audiencia no es necesariamente tonta, grosera ni zafia, como con frecuencia pretenden hacernos creer algunos programadores. Un buen y muy reciente ejemplo de ello lo tenemos precisamente en TV-3, en donde un buen equipo de 30 minuts consiguió audiencias magníficas con dos extraordinarios trabajos televisivos sobre Els nens perduts del franquisme, un estremecedor documento sobre nuestra más reciente historia colectiva que por sí mismo justifica ya la existencia de un servicio público nacional de televisión. Pero no se trata sólo de ofrecer este tipo de contenidos -que TV-3 trata ahora en otros programas-, sino de concebir el conjunto de la programación al servicio de unas líneas maestras en las que información, divulgación, debate, formación, entretenimiento y diversión contribuyan a crear la necesaria cohesión social alrededor de unos valores cívicos y democráticos de consenso, respetuosos con la rica pluralidad de la sociedad.

¿Quiere decir esto que algunos contenidos deben quedar excluidos en la programación de un servicio público de radio y televisión? Claro que sí. No debe haber lugar para sectarismos ni intolerancias, pero tampoco para chabacanerías, groserías ni zafiedades, que para esto se bastan y sobran ya, por desgracia, buena parte de los operadores privados. La radio y la televisión tienen una influencia decisiva en la conformación de una sociedad como la nuestra, y de poco o nada sirven los esfuerzos en educación, por ejemplo, cuando los modelos presentados en radio y televisión son la antítesis de los que se ofrecen en nuestros centros de enseñanza, tanto en comportamientos y formas de conducta como en el mismo uso de la lengua, por ejemplo.

Miquel Puig, su equipo directivo y todos cuantos trabajan en la CCRTV -en TV-3 y el 33-K3, y también en Catalunya Ràdio, Catalunya Informació, Catalunya Música y Catalunya Cultura- tienen ahora una oportunidad que no pueden desaprovechar. No será por falta de excelentes profesionales que pueda malograrse esta oportunidad que la firma del contrato-programa de la CCRTV nos ofrece. Está por ver si de verdad hay voluntad política para que de una vez por todas nuestro servicio público nacional de radiodifusión y televisión sea digno de este nombre. Para ello es imprescindible no sólo que dejen de existir injerencias políticas, sino que se asuma que la radio y la televisión públicas sólo tienen justificada su existencia si realmente son un servicio público, y por tanto se acepta que su rentabilidad no se puede medir sólo económicamente, sino sobre todo socialmente.

Jordi García-Soler es periodista

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