Última cena

Sorpresa, un banco despide a unos empleados suyos porque se gastan en vino 12 millones de pesetas, más o menos unos dos millones por cabeza, festejando un éxito profesional.

Doce millones que no eran del banco, sino de los bolsillos de sus ejecutivos. Alega el banco que no es ético que ahora que están en un proceso de regulación de puestos de trabajo que afecta a 1.800 empleados se hagan semejantes despilfarros o exhibiciones de riqueza.

En magia, esta noticia, seguramente filtrada por la oficina de prensa del banco, es lo que se llama desviar la atención, y me explico: lo que es inmoral es que empresas que ganan miles de millones, haya o no crisis económica, realicen procesos de regulación de empleo.

Seguro que esos 1.800 empleados hubieran preferido que el banco ganase unos pocos cientos de millones menos y conservase esos empleos a que se despidan a unos ejecutivos por gastarse, de su bolsillo, una cantidad de dinero.

Seguro que esos 1.800 empleados hubieran preferido que los miembros del consejo de administración no cobren, del dinero del banco, cientos de millones de pesetas y que con ese dinero se conservasen puestos de trabajo.

Seguro que esos 1.800 empleados hubieran preferido que, por ejemplo, a un antiguo directivo no se le den miles de millones de pesetas, del banco, por jubilarse y que con ese dinero se conservasen puestos de trabajo.

Seguro que esos 1.800 empleados hubieran preferido que no se blindasen los contratos de los altos ejecutivos y que con ese dinero se conservasen puestos de trabajo. Además, qué más da que se lo gasten en vino, que se lo gasten en un reloj de oro macizo o en un coche.