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Montsalvatge, de 'Destino'

Francesc de Carreras

Todos los homenajes a Xavier Montsalvatge, que pronto cumplirá 90 años, son más que merecidos. Homenajes al músico y también a la persona, a la entrañable buena persona que cualquiera que lo conozca sabe que es. El martes pasado se celebró en su honor un concierto en el Palau de la Música y hoy se repite en el Auditorio Nacional de Madrid. En las próximas semanas y meses las celebraciones seguirán, y es muy esperado el nuevo montaje de su ópera Babel 46, que en abril se estrenará en el Teatro Real y el año próximo llegará al Liceo.

Xavier Montsalvatge es muy conocido como compositor y como crítico, sin duda nuestro músico de hoy más universal. Pero existe una faceta mucho menos conocida de su vida que contribuye, por partida doble, a explicar parte de su personalidad artística: fue durante muchos años el compaginador de la revista Destino. Al decir por partida doble me refiero a que la música del maestro algo tiene que ver con las dos cosas: con el oficio de compaginador y con pertenecer al grupo Destino.

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A algunos les parecerá extraño que un músico de su categoría se haya dedicado a compaginar una revista. Sin embargo, tener buen gusto al ordenar, de forma agradable, las páginas de una revista de manera que su lectura se haga más fácil y grata requiere un sentido artístico con fuertes matices musicales, siempre que no se busque la estridencia gratuita o el desorden deconstrucivo, tan propios de muchos diseñadores actuales. No por casualidad, hoy en día a los directores de compaginación de un periódico se les llama -por evidente influencia anglosajona- directores de arte. Tampoco, quizá, fue una casualidad que Ricardo Vivó, el sucesor de Montsalvatge en la compaginación de Destino, fuera también un apasionado de la ópera. Para Montsalvatge compaginar Destino constituía una pesada carga -había que ganarse el duro pan de cada día- que robaba horas a la tranquilidad necesaria para componer música, su gran obsesión vital. Pero quizá, aun sin saberlo, estos largos años pasados en la redacción de Destino -del que también era crítico musical- contribuyeron positivamente a su obra de compositor.

Además de esta tarea específica, el ambiente humano y cultural de Destino encajaba muy bien con las tendencias estéticas de Montsalvatge, no en vano había sido uno de los pilares del núcleo que la refundó en Barcelona y llegó a ocupar el lugar -nominal, no real- de director cuando Néstor Luján fue condenado por el honorable delito de defender la libertad de expresión. Efectivamente, los hombres de Destino constituían en los años cuarenta y cincuenta - con excepciones que no hace falta señalar-un muy singular grupo, una isla liberal en un mar plagado de totalitarismos de signo diverso. Recordemos los nombres de algunos pesos pesados ya fallecidos: Vergés, Teixidor, Luján, Pla, Sagarra, Vicens Vives, Gasch, Cortés, Palau, Arturo Llopis, Nadal, Masoliver, Augusto Assía, Tristán la Rosa, Fuster. Saludemos también a los que, además de Montsalvatge, se encuentran felizmente entre nosotros: Sempronio, Rafael Abella, Perucho, Espinàs, Vilanova, Lorenzo Gomis, sin olvidar a una pieza básica de la casa como eran los Ribes, padre e hijo.

¿Qué les unía a todos ellos? Probablemente pocas cosas aunque fundamentales: una idea liberal de la política y de la vida, un interés cosmopolita por el mundo exterior, un sentido de continuidad con la tradición cultural de nuestro país, confianza en la Europa democrática y un sentido del humor -tan necesario en tiempos grises- que iba desde la ironía escéptica a la irresistible carcajada. En todo lo demás eran distintos, sin importarles mucho, sino al contrario, el serlo. Los hombres de Destino no pretendían redimir al país, moldearlo culturalmente a su manera, constituirse en salvadores de la patria. Se limitaban a contar, de la forma más agradable que sabían, las cosas que les preocupaban, les divertían o les interesaban. De forma modesta, sin afanes vanguardistas aunque sin desdeñarlos, sobre todo sin pretensiones redentoras.

A comienzos de los sesenta empezó a publicarse -al amparo de la Iglesia- otra revista, apreciable en muchos aspectos, pero de factura totalmente distinta: Serra d'Or. Con indudable sentido de lo moderno y con un nivel cultural alto, mes a mes, nos adoctrinaba sobre cómo habíamos sido y como habíamos de ser los catalanes. Allí se iba cociendo un modelo perfectamente diseñado y acabado de lo que debía ser Cataluña. Vistas ambas revistas desde la perspectiva de hoy, me parece que la clase política dirigente catalana de los últimos 30 años es fiel seguidora del espíritu de Serra d'Or, mezcla de vanguardismo e integrismo o, mejor dicho, integrista -paradójicamente- hasta en el vanguardismo; mientras, por su lado, la sociedad catalana en su conjunto se asemeja más, aunque probablemente no lo sabe, al espíritu más abierto y liberal, aunque clásico, de Destino. De ahí, quizá, los visibles desencuentros entre ambas.

Xavier Montsalvatge encarna perfectamente el espíritu de Destino. Este espíritu se muestra de forma sencilla, casi ingenua, en su gran obra de compositor: sin canon fijo, con infuencias foráneas muy diversas, elabora una música para aquellos a quienes les gusta la música y sólo la música, sin buscar más trascendencias. Breve: es lo más alejado de lo que pretende ser Tàpies en la pintura.

La perspectiva de todo un año escuchando viejas y nuevas versiones de la música de Montsalvatge no puede ser más atractiva. Quizá no lleguemos a descubrir en ella el misterioso espíritu, tan infructuosamente buscado, de la Cataluña eterna. En cambio, disfrutaremos con la sensibilidad, estupenda, de un hombre libre.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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