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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El plan de Riad

Hay altas probabilidades de que el plan de paz saudí para Oriente Próximo se presente ante la Liga Árabe el 27 y 28 de marzo. Por ser omnicomprensivo, en muchos aspectos impecable, aunque con serias dificultades de realización, merece el mayor interés de las partes y, especialmente de Israel, que es hoy el principal obstáculo para resolver el conflicto. Sharon se ha mostrado dispuesto a hablar sobre el proyecto, y el jefe de la política exterior de la UE acorta su viaje a Israel y los territorios palestinos para viajar hoy a Arabia Saudí. La Casa Blanca se sumó ayer a los elogios sobre la iniciativa de Riad.

El plan de Abdulá, hermano del rey Fahd y príncipe heredero a los 78 años, tiene el mérito de la simplicidad, al menos de enunciado. Todos los países árabes reconocerían a Israel -fronteras abiertas, embajadores, intercambios comerciales- a cambio de una retirada total de los territorios ocupados en 1967, como establece la ONU.

Pero aparte de la demostrada intransigencia del primer ministro israelí, hay obstáculos muy serios. Viniendo el plan de Riad está claro que comporta la evacuación de Cisjordania y Gaza, a lo sumo con permutas de tierra si las aceptan los palestinos, sin excluir Jerusalén Este y las colinas del Golán sirias. Eso significaría el abandono de la soberanía israelí sobre sus propios Santos Lugares, que se confunden geográficamente con los del islam. E implicaría el desmantelamiento de la inmensa mayoría de los asentamientos y la evacuación de buena parte de la población judía: de 300.000 a 400.000 colonos. Todo, muy lejos de las posiciones sionistas.

Por parte árabe no está claro en qué medida Riad habla en nombre de sus hermanos. Siria aprovechará para rechazar limitaciones de soberanía en el Golán, e Irak querrá que Washington le perdone sus pecados para paticipar. Pero la mal conocida iniciativa es positiva, aunque sólo sea porque le da a Israel lo que siempre ha dicho querer: la legitimidad de su existencia ante el mundo árabe.

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