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Reportaje:TENDENCIAS

El fin del disco

La venta de discos pirata en 2001 supuso un 30% del mercado, el doble que el año anterior. Si esta tasa de crecimiento se mantuviera en 2002 habría ya más discos piratas que discos originales, y si la tendencia prosiguiera un poco más, la aniquilación sería completa. Los piratas también dejarían de existir y no habría industria discográfica alguna tal como la conocemos.

Una compañía discográfica como Emy, la tercera mayor del planeta, anunció hace 15 días que cerraba el sello con su nombre y despediría a parte de la plantilla. La situación de crisis se extiende también a Sony a Universal o a BMG con sus descensos de ventas (un 3% el año pasado en Estados Unidos) y de beneficios. El problema no sólo radica en las copias piratas de los CD, las llamadas top mantas, que ocupan las esquinas de todas las ciudades del mundo en manos de parados, sino en los sistemas gratuitos de difusión a través de Internet.

Libres de toda clase de impuestos y derechos de autor, los falsificadores amortizan en menos de cinco meses sus equipos, contra los cinco años que necesita un fabricante legal
Menos sancionada que el tráfico de drogas, más rentable que la falsificación de las marcas de lujo, la piratería de los CD atrae a las mafias, contra las que resulta complicado vencer

Napster, el programa que permitía descargar música gratis a cualquier internauta, dejó de funcionar hace nueve meses por orden judicial, pero de inmediato han surgido varios sucesores que pululaban en torno: Napman, Fredom, Gnutella, Imesh, Publius. Napster fue el servicio de Internet que más rápido creció en la historia de la Red e incluso más de prisa que el correo electrónico: pasó de cero a 65 millones de usuarios en 19 meses.

Su inventor había sido un universitario de 19 años llamado Shawn Fanning que no sólo alcanzó a convertirse en un munificente distribuidor de ritmos a parte de la Humanidad, sino en la mente que orquestó la manera posmoderna de disfrutar la música.

¿El disco? Esto servía antes, cuando los aparatos de reproducción eran caros y sofisticados. Ahora, gracias a los avances tecnológicos y la drástica reducción de costes en los equipos de alta calidad, un pequeño almacén puede convertirse en un productor temible para los grandes sellos. Almacenes que se ubican en las proximidades de la barriada o en los lejanos destinos del Sureste asiático, donde el control es muy laxo. Sólo en Hong Kong se producen más de 2.500 millones de CD al año. En Nápoles, en Los Ángeles, en Luxemburgo, en Ciudad del Cabo, en Montevideo se encuentran discos producidos en Asia. Con el desarrollo del mercado de los discos ópticos (CD, CD-ROM, CDV, DVD), los piratas han pasado a la producción masiva porque una sola máquina instalada en un garaje permite prensar entre 20.000 y 25.000 discos por día. Libres de toda clase de impuestos y derechos de autor, los falsificadores amortizan en menos de cinco meses sus equipos, contra los cinco años que necesita un fabricante legal. Con una ventaja suplementaria: la calidad de falsificados es perfecta y se venden ahora por tres euros en España, cuando los originales cuestan 15. Menos sancionada que el tráfico de droga, más rentable que la falsificación de las marcas de lujo, la piratería de los CD atrae al crimen organizado y a las mafias, contra los que resulta complicado triunfar.

¿Bajar los precios de los CD, entonces? La oportunidad, al parecer, se ofreció a mediados de los noventa, cuando los costes de producción cayeron mucho, pero la codicia no lo permitió. Ahora, Eduardo Bautista, presidente de la Sociedad General de Autores Españoles, declaraba a este periódico hace unos días que no quiere ni oír hablar de una rebaja. 'El precio lo marca el mercado', sentenció. Y, efectivamente, los sellos discográficos gastan formidables sumas en promoción, hasta consumir en esa partida el 90% de sus ingresos. Gastan tanto en la promoción (de los famosos) que ya apenas les quedan fondos hoy para los jóvenes creadores. Y, menos, como es el caso, si el pirateo, fuera y dentro de Internet, los acorrala.

¿Conclusión? La conclusión será la conclusión, el fin del soporte físico. No se conoce ya técnica alguna que no pueda hacerse saltar por otros técnicos; no hay acuerdo para que compañías como Intertrust, Liquid Audio o Microsoft, que prometieron colaboración al principio, introduzcan en sus PC, teléfonos o portátiles cierres contra los piratas.

Sucesores del pirata

Tras la condena, domesticación y comercialización del pirata Napster, ahora en manos de Bertelsmann, están reinando descendientes como Audiogalaxy, Kazaa, Musiccity Morpheus y, sobre todo, Edonkey, el más avanzado de todos. La música se expande ya en la Red a raudales de todos los colores, de todos los gustos. Hay tanta música en la Red que su progresión anticipa su imperio absoluto. Pagando o sin pagar -más bien pagando-, Internet será al cabo el proveedor natural de música y el disco un vestigio de un tiempo anterior a la madura sociedad de la información.

La ventaja de esta tendencia parece, a primera vista, una democratización de las oportunidades para el autor. Cualquiera con una composición podrá hacerla navegar en la Red. Pero otra ventaja será la personalización: el consumidor no se verá obligado a comprar un álbum, sino que elegirá sólo los temas favoritos. Finalmente, como una democracia melódica, los productos más demandados, de la clase que sean, decidirán el mapa final de la oferta. Pero, con todo, ¿cabe pensar que las grandes compañías, las poderosas corporaciones pierdan el juego? Hay quien lo cree así, en línea con los que toman al ciberespacio por un lugar utópico, pero es más probable que ese territorio siga colonizándose por el capital y que los servidores, los programas, el marketing, los hits se concentren en manos de gigantes, aunque en lo sucesivo sin que un bien físico, un CD, un DVD, sino sólo el sonido, sea la mercancía a la venta.

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