Bajo las alas del cóndor de los Andes
Nada menos que El alcalde de Zalamea la llevó a Santiago de Chile.
Sí, en 1990 y con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Recuerdo que Santiago me pareció bastante gris. Las calles, tristes; los edificios, también. Sólo cuando visité un rastro encontré vida.
Cuál es su retrato del chileno.
Es una gente que me produce mucho respeto. Los encuentro muy sabios, muy tranquilos. Entonces atravesaban una crisis económica y lo hacían con mucha dignidad.
¿Pudo hacer algo de turismo entre representaciones?
Sí. Decidimos atravesar los Andes y pasar a Argentina. Una excursión que se puede hacer en unas horas. Así que tomamos una furgoneta y encaramos las montañas. La tierra allá es muy negra, y el cielo se estaba poniendo oscuro.
¿Y qué paso entonces?
Empezaron a sobrevolarnos muchos cóndores, un espectáculo magnífico. Recuerdo que el sitio se llamaba Cerro de la Madre Muerta, y vimos una capilla de paja erigida a la difunta Coreas.
¿Devorada por los cóndores?
No. Cuentan que dio a luz allá y murió. A los tres días la encontraron y vieron que su bebé había sobrevivido milagrosamente porque consiguió reptar hasta los pechos de su madre. Así que tienen mucha devoción a Coreas, y la capilla está llena de ofrendas y exvotos.
¿Cómo siguió la excursión?
Pasamos a Argentina, y el paisaje cambió drásticamente. Allá la tierra es ocre, pero mezclada con otros mil colores de una belleza increíble. De repente se puso a nevar a lo bestia. Por suerte pasaba un autobús que nos llevó a Uspayata, un pueblo en medio de la nada.
Ahora me dirá que tenían que regresar a Santiago o la función empezaría sin ustedes.
Peor que eso. Nos dijeron que no podríamos atravesar la frontera en 15 días. Había caído la nevada más bestial que se recordaba. Así que me tocó telefonear a Adolfo Marsillach para contarle la odisea. Menos mal que al final nos enteramos de que a 600 kilómetros había un aeropuerto, y allí pudimos tomar un vuelo. La función comenzó a su hora.
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