Copérnico
Las discusiones en torno a Operación Triunfo han evidenciado que la televisión es un invento rabiosamente moderno frente a cuyos productos todavía tenemos la necesidad de definirnos, para que no quepan dudas. Así, el citado programa de TVE es para muchos un proyecto político y moral, mientras que para otros constituye un recurso pornográfico con el que la basura pública habría alcanzado su cenit. Pese a ello, no sabemos si se trata de un programa de derechas o izquierdas, porque ninguna formación política se atrevería a llevarle la contraria a la audiencia. Es cierto que los del PP se han apropiado de él a la velocidad con la que un buitre saca el ojo a una oveja muerta, pero también se han adueñado de Cernuda y de Alberti y de Buñuel sin su consentimiento.
Lo cierto es que ningún suceso de la realidad real ha generado en los últimos tiempos una polémica tan viva. Ello no significa que a este lado de la pantalla no pasen cosas raras, sino que a la realidad la hemos dado ya por imposible. De acuerdo, nos decimos con resignación, es inconcebible que el mundo esté dirigido por ese tal Bush, pero las cosas son como son y siempre habrá secretarios de Estado, y jefes de personal, y ratas de departamento, y deuda externa, y berlusconis. No vale la pena discutir sobre lo que no se puede cambiar. Pero la televisión acaba de nacer. Quizá estemos a tiempo de controlarla. De ahí la necesidad imperiosa de decidir si Operación Triunfo es plomo o plata.
Esta discusión es comparable a la provocada en su día por las ideas de Copérnico. Si en la realidad analógica hemos aceptado como buenos disparates que nada tienen que envidiar a la afirmación de que el Sol gira alrededor de la Tierra, quizá en el universo televisivo estemos a tiempo de construir una cosmología razonable. Preguntémonos, pues: ¿la televisión es plana o redonda? Y en el segundo supuesto: si saliéramos de TV-1 y navegáramos siempre en la misma dirección, ¿volveríamos irremediablemente a TV-1? ¿Qué habría dicho Torquemada de Nina? Éstas son las cuestiones que interesan y no si se debe dedicar más presupuesto a la enseñanza. Las batallas reales están todas perdidas.
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