Clarificar espacios
Vivir en democracia presupone, entre otras cosas pero muy primordialmente, que existen cauces para que los gobernados escojan mediante elecciones a sus gobernantes. En los países democráticos, entre unas y otras elecciones, los partidos, desde el gobierno y desde la oposición, adoptan decisiones, proponen alternativas diversas y las argumentan ante sus electores potenciales con el fin de convencerles de que son la mejor opción a los problemas que les afectan.
El ciudadano capta estas propuestas, con mayor o menor nitidez, debido a dos factores: primero, por el grado de claridad de los mensajes que envían los diversos partidos; segundo, por el grado de receptividad que muestre el ciudadano. Ambas cosas -claridad y receptividad- se influyen, sin duda, mutuamente. Los mensajes confusos inspiran poca confianza, y si todos los partidos comunican mensajes de este tipo, el recelo se hace general y la abstención aumenta. Por ello, una democracia bien organizada necesita partidos que respondan a las demandas diversas que se formulan desde la sociedad, sin intentar ocupar unos el espacio de los otros. El ciudadano reclama propuestas variadas y claras para poder escoger. La confusión sólo conduce a aumentar la abstención, es decir, el desinterés, el escepticismo y la inhibición de los ciudadanos respecto de la cosa pública.
En el magma confuso que ofrece el panorama político, dos partidos parecen haber clarificado su espacio: Iniciativa per Catalunya y el PP
En estos últimos días, en el magma normalmente confuso que ofrece el panorama político catalán, dos partidos parecen haber clarificado su espacio político: Iniciativa per Catalunya y el Partido Popular.
IC ha celebrado una asamblea importante en la que, por primera vez, parece dejarse notar la nueva orientación que Joan Saura y su grupo pretenden dar al partido. Desde su fundación en 1986, Iniciativa per Catalunya parecía más inclinada a ser un partido nacionalista de izquierdas -si ello no es contradictorio- que un partido a la izquierda de los socialistas. La unión de 'lo que quedaba' del PSUC con sectores del nacionalismo de izquierdas y de los comunistas prosoviéticos daba, curiosamente, como resultante, más nacionalismo y menos izquierda. Además, en los últimos años, tras la separación de los anguitistas, IC aparecía, cada vez más, como un partido apéndice, bien del socialismo catalán, bien de Esquerra Republicana. En todo caso, ésta era su imagen pública. Cambiar a Ribó por Saura no ha sido solamente un cambio de personas, sino también, ahora empieza a verse más claro, un cambio de orientación.
Las líneas maestras de esta nueva orientación parecen haberse insinuado ya en la reciente asamblea. En primer lugar, sacarse los complejos de encima y aparecer como un partido plenamente autónomo y de izquierdas, en sintonía con lo que podríamos llamar los nuevos aires, todavía bastante confusos pero que van cuajando, de Porto Alegre. En segundo lugar, poner fin a la deriva nacionalista y encaminarse por el radicalismo democrático, participativo, que busca una nueva manera de hacer política. Por tanto, ni socialismo a lo Blair, ni nacionalismo a lo Carod Rovira.
Ciertamente, en este espacio hay hueco para un partido, todavía no muy numeroso, que puede recoger votos que hasta ahora iban repartidos de mala gana hacia otras formaciones o que, en la mayoría de los casos, iban al amplio segmento de la abstención y del voto en blanco. Si Saura sabe delimitar bien su espacio y sabe inspirar confianza en sectores crecientemente desencantados, ahí, sin duda, hay un hueco que puede, con el tiempo, afianzarse y crecer.
El Partido Popular, por su parte, ha efectuado una jugada maestra en dos fases. Primera, ofreciendo a Convergència i Unió nada menos que cuatro ministerios en Madrid. Segunda, tras el rechazo destemplado del partido de Pujol, diciendo oficiosamente que se acabaron las bromas, que con ellos no se juega y que han hecho los máximos esfuerzos para consolidar un amplio bloque estratégico de centro derecha en Cataluña que evite el triunfo de la izquierda. Y si romper con CiU implica hacer el juego a los socialistas, como dijo Piqué la semana pasada, tanto les da: les es indiferente un triunfo de Maragall en Cataluña ya que están muy seguros de seguir dirigiendo el gobierno en España.
Con ello, el PP ha consolidado un espacio de centro derecha no nacionalista, pero sí catalanista de tradición camboniana, que opta por no reclamar más competencias para la Generalitat, aunque sí considera que hay que ejercerlas mejor, sin dejar de seguir abierto a colaborar con CiU, en caso de que ésta rectifique su rumbo nacional populista habitual que parece estar dispuesta a emprender de nuevo. El PP catalán puede, a partir de ahí, captar el voto de un electorado catalanista liberal que ya en la última tanda de elecciones les fue esquivo, precisamente por la exaltación nacionalista que suponía el espíritu de la Declaración de Barcelona. La aproximación previsible de CiU a Esquerra -y viceversa- puede ser la gota que colme el vaso y sitúe al Partido Popular catalán en el centro moderado que hace tantos años pretende alcanzar.
IC y el PP han definido, en algo por lo menos, sus espacios. En los tres grandes partidos restantes sigue la confusión. ¿Artur Mas tendrá una línea política similar a Jordi Pujol o emprenderá un vuelo distinto por su cuenta? ¿A qué sectores se dirige Maragall tras los cambios operados en Cataluña en los últimos tiempos? ¿ERC se inclina hacia un bloque nacionalista con CiU, hacia uno progresista con los socialistas o sigue en la indefinición permanente de la famosa equidistancia? El temor creciente a un adelanto electoral quizá haga urgente que unos y otros vayan clarificando también sus posiciones.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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