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Reportaje:LITERATURA POPULAR | Raíces

Y otro carnaval pasó

En sus estudios sobre lo sagrado y lo profano, Mircea Eliade describe las constantes que se dan en el camino que lleva y trae de lo uno a lo otro. Así, la consagración de un lugar como centro del mundo, la repetición anual de una cierta cosmogonía, y la ciudad-cosmos, normalmente rodeada de fosos o murallas. Si bien se mira lo que ocurre en una ciudad como Cádiz cada mes de febrero, el modelo no parece más acabado. Pero sería un error tomarlo como privativo de ella, por muy perfeccionado que esté, y que está, pues todas las poblaciones tienden a creerse lo mismo durante sus fiestas.

La recuperación del carnaval por muchos pueblos andaluces que lo tenían casi perdido, la mayoría siguiendo el modelo gaditano, ha simplificado el fenómeno, pero a la vez ha extendido la paradoja hasta casi el infinito, ya que todos y cada uno vuelven a considerarse el centro del mundo. Y como tal, sus comparsas, chirigotas, desfiles y pasacalles irán de lo más local a lo más universal, sin solución de continuidad; de la crítica a los gobernantes del pueblo, a las noticias llegadas de allende los mares. Y no es cosa de ahora, sino que ya ocurría en los carnavales de los años veinte, si uno se pone a examinar el contenido de las letras que entonces se cantaban. En Gibraleón (Huelva), por ejemplo, unos comparsistas disfrazados de orientales cantaban en 1929: 'Venimos de la Gran China / dispuestos a saludar / a esta tierra tan divina / que nos acerca la mar'.

Pero lo que se abarca en el espacio, no se puede abarcar en el tiempo, y ocurre que esas letras, salvo excepciones, son tan circunstanciales que casi nunca sirven de un año para otro. Con la loable, aunque imposible, intención de trascender en la historia, se ha editado este año un disco que quiere recoger lo más duradero de los últimos carnavales: Operación Chirigotas de Cádiz, con letras verdaderamente geniales de José Luís García Cossío, Juan Carlos Aragón, Manuel Gómez, Emilio Rosado, Fernando Macías y Antonio Alonso.

Pues bien, a lo más que podemos aspirar es a reconocer los recursos retóricos habituales, que esos sí se repiten invariablemente. Así, el calambur, en su grado máximo, el cazafatón: 'Sara siempre ha sido muy religiosa. / Se tiraba a los tíos / con un habano / de dos mil duros, / porque ya lo dijo Dios: / no cometerás nunca acto-sinpuro'. La dilogía o silepsis: 'Con el fin de que no desentone tanto / la metió la madre en clases de canto, / evidentemente, de canto, pues no cabe de frente'. La hipérbole andaluza: 'Hay que ver el Papa, que tiene un montón de tacos / y hace más viajes que un piloto de Aviaco'. El retrato político: 'Y l'han hecho un eslogan a medida pa ganar las elecciones: Vota a Teófila, que es un tío con dos cojones'. El apóstrofe humorístico: '¡Ave, Cádiz, que llegan los romanos! / ¡Ave, pisha, a ver si convidamos!' El modismo dual: 'Mónica Lewinsky ha liado una buena. / En la casa Blanca habló con la boca llena'. El falso acertijo: '¿Cómo se llama esa cosa que se pone en el sofá y no se mueve...? ¡Mi hija!' La enumeración caótica: 'Los pucheros me los hago mientras tanto / con tocino de cielo, carne de membrillo y hueso de santo'. Pero todos asuntos de rabiosa actualidad... hace uno, dos, tres años. Pronto serán arqueología. El carnaval, sin embargo, será cada año diferente. Pero en su eterno retorno, también el mismo.

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