La lujuria
Hace tiempo, desde que los gimnasios son mixtos, que quienes acuden a ellos encuentran una recompensa adicional. No sólo ven prosperar la configuración de sus cuerpos, sino que pueden complacerse en los cuerpos de los demás o las demás. El vestido para hacer gimnasia, junto al auge de la ropa deportiva, no se orienta tan sólo a facilitar los movimientos, sino a mover el pensamiento. Deporte y sexualidad han vivido durante años un rudo apartamiento, pero ahora es otro mundo y el puritanismo norteamericano aplicado a penalizar las posturas 'sugestivas' en el patinaje sobre hielo en estos Juegos Olímpicos es una regresión asociable a la general constricción de libertades que ha desencadenado el atentado del islam. Ahora lo importante es la seguridad y crece la alarma terrorista o erotista.
El deporte fue hasta el periodo entre las dos guerras mundiales un fenómeno marginal y sin apenas mujeres. La gimnasia se concebía como un deber del hombre hacia sí mismo para alejarse de la molicie y perfeccionar sus facultades físicas más su condición moral. Un atleta era como un arcángel moral y entre la entrega deportiva y la religiosa cundía un territorio común. Hasta el espectáculo deportivo participó de ese carácter moralizante y político durante los Juegos de aquellos años.
Pero, ahora, desde las chicas de voleibol a las cheers girls, desde los slips a las mallas, el deporte se ha liberado del lirismo de aquellas virtudes y ha pasado a ser, cuando alguien lo practica, una actividad narcisista, un egobuilding. Y, cuando se presencia, un espectáculo con los ingredientes de la seducción.
Sin duda que la participación de la mujer ha tenido mucho que ver en todo esto. Ni el tenis, el patinaje, el hockey o el fútbol son lo mismo con las chicas. Ahora, por la adición de sexualidad femenina la cancha se ha lustrado. Todo es más libidinoso o lux. No es lo mismo un encuentro con árbitros que con árbitras, no posee la misma naturaleza un correr de tíos que de muchachas. La Iglesia se daba cuenta y calificó la gimnasia femenina como un pecado. ¿Exageradas las autoridades de Salt Lake City? No exageran. Sólo sienten, atemorizadas ante este nuevo lustre (lust, luster), el aterrador castigo de Dios.
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