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Ridícula reconstrucción del delirio terrorista del grupo Baader Meinhof

Sexo y amor locos en la coreana 'Mal chico'

Ayer hubo nueva bronca en la Berlinale. La armaron esta vez algunos periodistas alemanes, en actitud de burla y de rechazo a Baader, la película de su compatriota Christopher Roth, que pretende rehacer -de forma tan groseramente falsaria que entra en la antología del disparate- la delirante aventura, o desventura, terrorista del grupo Baader Meinhof en los años sesenta y setenta.

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Para dar idea del barullo interior, de la empanada mental que hay dentro de Baader, basta decir que comienza como un documento histórico del tumultuoso Berlín de los años sesenta, del que surgió la banda Baader Meinhof, y termina como una delirante ficción en forma de thriller mezclado con western. En ese sorprendente final, Andreas Baader, uno de los líderes de la banda, muere en el año 1972 cruzando -a lo Paul Newman y Robert Redford, en Dos hombres y un destino, y a lo Faye Dunaway y Warren Beatty, en Bonnie y Clyde- una ensalada de tiros con los policías alemanes que le siguen los talones.

Pero lo cierto es que Baader se entregó a la policía en esa fecha, fue llevado a la cárcel de Steinheim, en los alrededores de Stuttgart, y cinco años después, en octubre de 1977, apareció ahorcado en su celda, al igual que otros cuatro compañeros de faena, en tan extrañas e inexplicables circunstancias, que todo indicaba que le fue aplicada, a él y a sus compañeros, la ley de fugas.

El vidrioso asunto del ahorcamiento simultáneo de Andreas Baader y su novia Gudrum Ensslin, y sus compañeros Meins y Rospe (Ulrike Meinhof se ahorcó un año antes) es todavía una oscura herida abierta en la vida, o los subterráneos de la vida, alemana. El cine hurgó dentro de esa herida hace década y media, en la concienzuda y solvente, aunque algo tediosa, Steinhem, último filme alemán que ganó el Oso de Oro de la Berlinale.

Y vuelve a hurgar ahora con este disparate de Baader, que sin duda hará correr mucha tinta roja en los periódicos alemanes, pero que de paso aliviará alguno de los dolores de cabeza que expulsa como un humo el silencio de esa herida abierta de la historia alemana reciente. Y de otro fleco de esa misma Alemania derivada del avispero de los años sesenta nos habla con otras palabras, indirectamente y con ternura, Wim Wenders en su documento Oda a Colonia, en el que filma al veterano grupo de rock alemán BAP, que lidera desde hace 20 años el cantante Wolfgang Niedecken. No hace falta insistir en la solidez y habilidad de que hace gala Wenders en este tipo de trabajos, donde descansa su -me temo que últimamente tocada del ala- capacidad fabuladora.

Y lo mejor del día, aunque estuvo lejos de ser perfecto, pues la película se pasa de duración, corrió a cargo del retorcido coreano -responsable de las archipremiadas truculencias de La isla y La jaula- Kim Ki-Dok, que nos trajo el singular y desatado filme de amor loco Mal chico, en el que la combinación habitual de su cine en explosivos cócteles de violencia, sexo y lírica alcanza un grado de desmelenamiento más que notable.

Pero, paradójicamente, los escenarios, los encadenamientos de actitudes, las cadencias de filmación, el enfoque de los sucesos y las brutales y a veces feroces situaciones están elegidas y compuestas en Mal chico con una extraña delicadeza y una elegante cautela.

Todo es en la pantalla exagerado, pero ocurre sin exageración, con comedimiento incluso, sin servirse de retóricas visuales, sosteniéndose en la cuerda floja y sobre el filo del límite extremo. Y misteriosamente se hace llevadero y armonioso el rosario de golpes, de puñaladas, de encamamientos y demás acontecimientos excepcionales sobre los que discurre el tremendo, pero no tremendista, enamoramiento entre un silencioso y sombrío macarra de prostíbulo y una bella estudiante que se hace puta para estar cerca de él.

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