Izquierdas asimétricas
La última reunión de Porto Alegre parece haber desatado la euforia en grandes sectores de la izquierda. Motivos no le faltan. Por vez primera después de muchos años ha conseguido asentar un germen de acción política contra la globalización; o, al menos, contra las manifestaciones más indeseables de la misma. Es todavía pronto para afirmarlo con seguridad, pero parece que lentamente comienza a afirmarse eso de lo que hemos estado huérfanos desde hace casi una década: un contramodelo a la globalización neoliberal. Lori Wallach, representante del Global Trade Watch, calificó la lucha de este movimiento como un impulso 'a favor de la democracia, la diversidad, la protección del medio ambiente y la justicia'. Como se ve, principios respecto de los cuales no va a ser difícil estar totalmente de acuerdo. La unidad de todas las fuerzas allí presentes probablemente comience a resquebrajarse, sin embargo, desde el mismo momento en que estos principios se traten de trasladar a medidas de acción política concreta. También porque es un movimiento demasiado heterogéneo, diverso y folclórico. Aunque por lo pronto ya ha conseguido captar la atención mundial y ha logrado poner a la defensiva a la mismísima 'corte de Davos'.
Esta revitalización de la 'izquierda global' contrasta fuertemente con la reificación de las distintas 'izquierdas nacionales'. Lo que aquí se percibe es exactamente lo contrario: la pérdida de los grandes principios detrás de su obligada concreción; o la progresiva defoliación de su herencia ilustrada provocada por su necesaria adaptación a las nuevas transformaciones. Por otra parte, las mismas dificultades en el seno de la 'izquierda plural' francesa reflejan la mayor eficacia de las organizaciones unitarias que los diferentes modelos de 'coaliciones de arco iris'. Como puede apreciarse, una situación bastante alejada del modelo que se está gestando en Porto Alegre. Con un añadido que no nos facilita el optimismo, precisamente. Como se han encargado de recordar en dicha ciudad la propia Susan George, una de los líderes intelectuales del movimiento 'antiglobalización', la eficacia del mismo pasa por la lucha política en el interior de los distintos Estados. En esto coincide con Ulrich Beck, el sociólogo alemán de moda, que lleva ya varios años predicando a favor de la creación de 'partidos cosmopolitas': partidos que actúen en los diferentes sistemas estatales, pero que defiendan intereses y causas globales.
Uno de los más interesantes desafíos del futuro de la política puede que resida, en efecto, en la búsqueda de algún mecanismo que permita integrar y limar las asimetrías entre ambas izquierdas, la nacional y la global. No será nada fácil hacerlo bajo las inhóspitas condiciones del neorrealismo rampante que caracteriza a la sociedad internacional desde los acontecimientos del 11-S. Pero el hecho es que una y otra izquierda pueden complementarse y retroalimentarse mutuamente. La nueva izquierda global sacando a la izquierda nacional de su ensimismamiento localista y reverdeciendo la proyección internacionalista de sus orígenes. La nacional introduciendo ese punto de realismo que es imprescindible para que todo discurso acabe teniendo algún efecto sobre el mundo. Y una y otra recordando que no hay algo así como una posición teórica de izquierdas única e intransferible. O que nunca acabaremos de cerrar el desfase entre ideal y realidad.
Cada día nos ayudan menos los conceptos tradicionales de la política y habremos de saber reinventarlos o readaptarlos a cada paso. Lo que sí parece evidente es que ninguna sociedad conseguirá salvarse mientras otras sigan cayendo en el fango del subdesarrollo y la injusticia o no afrontemos como especie el deterioro del medio ambiente. Evitar ambas situaciones no es ya solamente un imperativo ético sino una máxima dictada por el puro egoísmo. Por otra parte, sin embargo, nada hay más obvio que el carácter obstinadamente local de la vida política y las enormes distorsiones que en ella introduce el inexorable juego Gobierno-oposición y tantas y diversas contingencias. Para que acabe encajando el modelo kantiano hay que haber utilizado mucho a Maquiavelo, mucho.
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