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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ahora, Irak

Todo sugiere que George Bush ha tomado ya la decisión de derrocar al presidente de Irak; queda por resolver cuándo y cómo. El último y decisivo argumento que apuntala unas especulaciones nunca desmentidas en Washington es el cambio de tono de Colin Powell. La importancia del mensajero no debe ser subestimada. Nadie se hubiera imaginado hace unas semanas al moderado secretario de Estado, la voz más templada en el núcleo duro presidencial, refiriéndose con vehemencia al eje del mal. Powell ha admitido que Bush considera diferentes opciones contra Sadam Husein y ha ido más alla de cualquier duda razonable al expresar en el Senado que 'no hay planes para iniciar una guerra contra Irán y Corea del Norte', los otros dos Gobiernos mencionados por Bush como amenazas directas contra Estados Unidos.

Sadam, pues, es el próximo objetivo, y un Gobierno estadounidense ya sin fisuras está poniendo en marcha los recursos militares y diplomáticos necesarios. El vicepresidente, Dick Cheney, viajará en marzo a varios países limítrofes, desde Arabia Saudí a Turquía, pasando por Egipto, Israel o los Emiratos. Bagdad ha descartado ya que vaya a permitir la vuelta de los inspectores de armamento de la ONU que abandonaron el país en 1998, condición teóricamente sine qua non para evitar el ataque. Un reciente informe de la CIA expresaba el convencimiento de que Irak no ha facilitado a ningún grupo terrorista armas químicas o biológicas, elemento central de la mención iraquí de Bush en el tridente maligno.

Los hechos han demostrado que la llamada coalición occidental contra el terrorismo formada a partir del 11 de septiembre no ha pasado de la retórica en su aspecto militar. Washington ha hecho solo la guerra de Afganistán y, llegado el caso, parece que planea repetirla, pese a sus formidables dificultades, en el caso de Irak. Del abismo militar entre EE UU y sus aliados da idea cabal que Washington va a aumentar su gasto de defensa más de lo que Francia o Gran Bretaña dedican a a este capítulo en sus presupuestos. Desde esta lógica, Bush cree que puede prescindir de todos en la nueva empresa. La misma OTAN ha sido convertida en pigmeo por el país que gasta en armas el 40% del total mundial.

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Esta misma semana en Estambul, como antes en Múnich, ha quedado de manifiesto el foso creciente entre los aliados europeos y los planes de Washington para extender la guerra al terrorismo, un malestar sumariamente expresado por el ministro alemán de Exteriores al distinguir entre socios y satélites. Las advertencias contra la política globalmente intervencionista de Bush, que tan buenos dividendos le proporciona en EE UU, no llegan solamente desde la UE. Rusia reiteraba ayer que una acción unilateral contra Bagdad hará tambalearse la alianza de septiembre.

Bush repite que sus aliados son bienvenidos. Powell asegura que, antes de atacar, Washington consultará intensivamente con sus amigos. Pero, en la práctica, la Casa Blanca busca el asentimiento dócil. En EE UU se critica a una Europa que carece del estómago y los medios para ponerse del lado de su aliado máximo. O que exige pruebas contundentes del peligro inmediato que representa Sadam antes de formar en el nuevo escenario bélico. En su poderío y su ira, Washington ignora deliberadamente las repercusiones de su política fuera de sus fronteras.

Pero el presidente estadounidense y sus consejeros yerran al creer que la superpotencia puede prescindir de todo y de todos. Si Washington hace la guerra a Sadam necesitará apoyos, información, lazos históricos o diplomáticos, bases vitales, como ha sucedido en otras ocasiones. Es mejor que esos aliados estén en condiciones de opinar y de calibrar los riesgos para un mundo que todos compartimos, en vez de formar un coro acrítico como el que parece exigir en las circunstancias actuales.

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