El cura de Valverde
Tanto a nivel mediático como de calle se pueden ver, leer y oír los comentarios más variados sobre la valiente confesión de homosexualidad activa por parte del cura de Valverde del Camino. Desde mi punto de vista, no comprendo a los que se rasgan las vestiduras por la decisión de la jerarquía católica de 'cesar a divinis' al descocado cura. No podía ser de otra manera, pues se limita a aplicar unos reglamentos de disciplina interna que le son propios.
La abismal paradoja radica en la inhumanidad de lo que la Iglesia exige a los que se consagran al sacerdocio. La excusa tópica de siempre, por parte de aquella, es que los religiosos hacen su promesa de irreversible castidad libremente y por amor a Dios. ¿Es creíble una promesa tan radical y contra natura, arrancada tras el desorden emocional de un prolongado adoctrinamiento que, casi siempre, ya comenzó en la infancia? ¿Acaso el ser humano es un artilugio que se programa? ¿Se puede distinguir siempre la falsa de la verdadera libertad? ¿Qué diferencia existe entre el brutal cercenamiento de la sexualidad humana por el celibato y la identidad cercenada por el burka de la mujer afgana?
Rechazo a la sexualidad, hetero u homosexual, por amor a Dios. Un dios creíble ¿no debería indignarse ante este amor que desdice y tergiversa su obra creadora? Cuánto más si la homosexualidad es considerada por sus conspicuos representantes como un desorden moral y enfermedad. Una y otra sexualidad sólo se prostituyen cuando les falta la responsabilidad, por sus consecuencias, o el respeto a los demás y a uno mismo. Lo otro es ideología, que sólo genera violencia física, emocional, moral y espiritual.