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Apuntes al triunfo de una gran operación

Joan Subirats

Con la poquísima legitimidad que me da el haber entrevisto algunos ratos de programa, discutir con mis hijas sobre la bondad de pasar demasiado tiempo contemplando las aventuras de los David, Rosa, Manu y demás, y después de leer una entrevista con dos de los padres de la criatura, me atrevo a presentar estos apuntes colaterales a una operación cuyo triunfo nada ni nadie podrá probablemente empañar.

Muchos han considerado que con Operación Triunfo se superan el mal gusto y la competición enfermiza de Gran Hermano y Supervivientes. Comparto en parte este criterio. En este programa se pone el acento en los procesos formativos de unos jóvenes que, si bien compiten, lo más significativo sería que aprenden. Aprenden, trabajando duramente, el arte de ser buenos cantantes. Y ellos y los espectadores entran a fondo en una parte de los entresijos de lo que hasta ahora pocos habían visto desde sus mismas entrañas. Digo una parte de los entresijos, ya que la ausencia más estridente del montaje es precisamente lo que justifica toda la movida. Nadie habla de dinero. Además, es cierto que el programa no se ceba en los aspectos más morbosos o espinosos del encierro, sino que pretende poner el acento en el esfuerzo diario de los concursantes. Aparentemente, se trata de mostrar el camino natural que tiene que pasar todo el que quiera llegar a ser alguien como cantante de éxito. Pero el programa, como es obvio, no tiene nada de natural. Esa acumulación de esfuerzos, lo monotemático del asunto y la ausencia del contexto social y humano (ausencia suplida sólo por la visión de cómo reaccionan los concursantes ante los mensajes de los telediarios ) aleja el aparente realismo del programa de las vicisitudes auténticas que cualquier cantante de verdad ha tenido que atravesar en su camino.

'Operación Triunfo' es un fenómeno bien construido. Pero transmite contenidos individualistas

Pero lo que motiva estas líneas es otra cosa. Me preocupa que gran parte del país, y sobre todo su fracción más juvenil, esté colgada de un programa cuyo contenido esencial se acerca a esa visión, tan clásica por otra parte, de que el triunfo sólo depende del trabajo y de tus condiciones naturales. Quien vale y se esfuerza lo puede esperar todo de la vida. El que no logra triunfar es que no ha hecho el esfuerzo necesario. No existen igualdades o desigualdades sociales que cuenten de manera decisiva. Uno puede ser albañil, no tener idea de inglés o andar sobrado de kilos para hacer la pasarela, pero si quiere, seguro que acabará saliéndose con la suya. Ya lo decía el presidente Aznar en uno de sus aclamados discursos congresuales: 'Sólo en el diccionario la palabra éxito está antes que la de trabajo'. Palabras que han repetido y repiten casi punto por punto otros notables de la talla de Silvio Berlusconi y George W. Bush. No te preocupes, vienen a decir, si hoy eres pobre, sin trabajo o sin techo. No culpes a los demás de tus problemas. Lucha por salir adelante. Si pones lo que hay que poner, puedes llegar a presidente de club de fútbol, promotor inmobiliario o estrella de la canción. No culpemos a la sociedad, nos dicen, de nuestras propias faltas. No politicemos una desigualdad que es natural o simplemente resultado de nuestra holgazanería.Operación Triunfo se nos presenta, pues, como una imagen renovada de La Cenicienta. En un momento en que las dificultades económicas afloran, y la desigualdad y la exclusión proliferan, o cuando mucha gente atraviesa verdaderas odiseas para consolidar su trabajo o encontrar una vivienda digna, un poco de España de las oportunidades en versión canción eurovisiva no viene nada mal.

Y si del producto se encarga La Trinca, y lo hace con modernidad, finura y tacto, y no con la ranciedad de un José Luis Moreno o de una Norma Duval, mejor que mejor.

Propongo que, dado el éxito de la propuesta, se amplíe la fórmula a otros campos. ¿Qué tal una Operación Ciudadanía? Se trataría de escoger 15 personas de edades, razas e historias personales bien distintas, recién llegadas vía patera a España o seleccionadas entre los sin papeles, y ver si son capaces de encontrar faena, piso decente, censarse y recibir todo tipo de servicios para llegar a ser ciudadanos como los demás. Podrían filmarse de manera discreta sus entrevistas con empresarios o con agentes inmobiliarios para ver cómo marcha la cosa. Se les podrían dar clases de lengua, derechos civiles y, como se hace en Operación Triunfo, de cómo comportarse en sociedad. Quien ganase vería legalizada su condición, y si bien no iría a Eurovisión, sí podría circular libremente por la Europa de Schengen. Los que perdiesen no tendrían la suerte de los que son eliminados en Operación Triunfo, que cuentan ya con contratos y royalties suculentos, sino que serían puestos a disposición del delegado del gobierno para asuntos de inmigración Fernández Miranda, que los colocaría en ese limbo inefable de los expulsados inexpulsables. Aunque podría pensarse que los nominados de cada semana fueran salvados por la audiencia con sus ayudas o propuestas de trabajo.

No sé si a los promotores actuales de Operación Triunfo les gustaría la idea. Es muy probable que la audiencia no sería tan importante. Tampoco creo que los alcaldes de Nerja o de San Vicente de la Barquera se esforzaran tanto como ahora en salvar a sus lugareños. Pero sería una manera distinta de promocionar la España de las oportunidades, y quizá la realidad social estaría mejor representada. Soy consciente de que eso es precisamente lo que los espectadores probablemente no quieren ver cuando encienden su televisor, y por eso me limito a presentar estos apuntes al margen. Que sigan triunfando.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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