_
_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Parodia, pastiche y posmodernidad

Con esta larga novela de título tan paródico como severo -por tanto poco posmoderno- como éste de Los estados carenciales, Ángela Vallvey, hasta ahora conocida como poeta (con dos poemarios muy serios), autora también de tres libros narrativos para adolescentes y de dos novelas 'normales', más breves y vacilantes, aunque significativas (y todo ello publicado en poco más de un lustro) se ha decidido por fin a enseñar toda la panoplia de sus armas literarias y culturales, lo que al final le acaba de proporcionar un Premio Nadal quizá menos inesperado (y hasta merecido) de lo que podríamos suponer. Leer este libro no es difícil, pues su humor y desgarro prevalecen ampliamente sobre sus dotes expresivas propiamente dichas; pero entenderlo en toda su complejidad es algo mucho menos sencillo, dadas las bases culturales en las que se apoya, que son desde luego bastante considerables. No es una gran novela, desde luego, aunque merecería serlo por el empeño y ambición que su autora ha empleado en construirlo; pero tampoco es una novela despreciable, pues está trufada de contenidos culturales de primera magnitud, que contrapesan la deliberada simpleza de sus recursos expresivos. En resumen, es algo más que una novela posmoderna al uso, aunque no llega a ser una novela intelectual del todo, y me gustaría que estas afirmaciones no traspasaran los límites de la descripción, sin más, pero también sin menos, claro.

LOS ESTADOS CARENCIALES

Ángela Vallvey Destino. Barcelona, 2002 366 páginas. 17,90 euros

Empezar una novela cuyo

protagonista se llama Ulises, su mujer Penélope y su hijo Telémaco es como para echarse a temblar, si no fuera porque la parodia es el mejor recurso para salvar los trastos de la quema. Ángela Vallvey lo sabe muy bien, pues ya lo utilizó en sus dos novelas anteriores, A la caza del último hombre salvaje y Vías de extinción, divertidas y originales, aunque estropeadas por su tendencia a la inverosimilitud y su artificial marginalidad. Para no caer en los mismos errores, aunque sin cambiar de trayectoria, en esta nueva y más importante ocasión se apoya en la búsqueda de la felicidad y la parodia de los libros de autoayuda (que ya son de por sí verdaderas parodias de libros). Para lo primero se apoya en Schopenhauer -esto es, en el pesimismo más severo- que le proporciona la intraestructura, y que además viene apuntalado a su vez por una serie de citas de los autores más clásicos del tema, Aristóteles, Séneca, Ovidio Diógenes Laercio, Plutarco, Chamfort, Cicerón y así sucesivamente, para que no la acusen de ligereza ni de superficialidad con toda esta pólvora pesada a sus espaldas, para no gastarla en salvas.

Pues aquí se le da la vuelta a todo enseguida: Penélope (triunfante diseñadora de modas) ha abandonado a Ulises (pintor con cierto éxito) dejándole a Telémaco en los brazos para que continúe sus viajes en torno a una imaginaria Academia privada de autoayuda en la que una serie de personajes debaten sobre cómo alcanzar la felicidad -mientras la van derrochando sin parar con sus vidas- y todo ello dirigido por un rico mecenas marido de Valentina, la madre de Penélope, que lleva el curioso nombre de Viliulfo Alberola, alias Vili, quien será además el autor de la 'eudemonología' final que clausura el libro: un 'tratado sobre la vida dichosa', como la calificó Schopenhauer en Parerga y Paralipómena, e insisto en él otra vez porque es el autor que inspira la división de esta novela en sus tres partes fundamentales: 'Lo que representamos', 'lo que tenemos' y 'lo que somos'. Como se ve, demasiada construcción subterránea -aunque poco clandestina- para tanta 'deconstrucción' aparente como la que ofrece esta novela.

En la primera parte, la de la 'representación' se yuxtaponen varias escenas en torno a los pobladores de esta 'Academia', cuyas aventuras desgranan pocos sucesos y diálogos abundantes, pero en las que se explayan los procedimientos expresivos que desembocan en un panorama desgarrado, expresionista y disparatado. En la segunda, 'lo que tenemos', la historia se centra en Penélope, y entre sus disparates contamos con el mayor y más deslumbrante de todos, la ordalía entre la protagonista, su madre y las 'tres gracias' -Eufrosina, Aglae y Talía- con su esperpéntico strip-tease en torno a una imposible liposucción del monte de Venus de una de ellas, el colmo, aunque al menos aquí hayan desaparecido ya todas las citas. Y en la tercera, 'lo que somos', volvemos a las aventuras de Ulises que culmina sus viajes, tras el éxito de una exposición de su obra, otra vez en la cama con Penélope y dándole la vuelta a un final ('sí, quiero -dices-. Sí', que parodia el monólogo de Molly Bloom en el Ulises de Joyce, aunque puesto esta vez en labios del hombre, pues aquí también el feminismo al uso recibe lo suyo.

Como puede verse, dentro del disparate general y de su deliberado desprecio de toda suerte de estilos, éste es un libro curioso, sólido, bien pensado, donde hasta sus defectos han sido expresamente calculados, pues incluso en una cita de Cicerón la escritora se autoadvierte de los peligros que corre: 'La felicidad no consiste en la alegría, ni en la lascivia, ni en la risa o en la burla -que son compañeras de la ligereza-, sino que reside muchas veces en una triste firmeza y constancia'. Y de paso, recomiendo su segundo libro de poemas, El tamaño del universo (Hiperión. Premio Jaén, 1998), basado en algunos clásicos de la física, la astronomía y la geografía, una preciosidad.

Ángela Vallvey, premio Nadal 2002, y José Luis de Juan, finalista.
Ángela Vallvey, premio Nadal 2002, y José Luis de Juan, finalista.EFE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_