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Reportaje:ARQUITECTURA

Aulas laicas

Antonio Flórez nació en Vigo en 1877, apenas unos meses después de que fueran aprobados los estatutos de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Y murió en Madrid en 1941, también al poco tiempo de que Franco decretara el cierre y la incautación de los bienes de la institución. Por un capricho del destino, el arquitecto nació y murió a la vez que lo hacía la sociedad pedagógica con la que mantuvo múltiples y estrechos vínculos a lo largo de su vida. Unos lazos que marcaron tanto su formación como su labor profesional, y que resultan claves al interpretar su figura y hacer balance de su obra.

Criado en un ambiente familiar liberal e ilustrado, hijo de arquitecto y sobrino de un profesor de la escuela de la institución, Antonio Flórez concluyó sus estudios de arquitectura en Madrid en 1904. Una vez titulado e influido por el ambiente regeneracionista de su entorno, que veía en las corrientes europeas de pensamiento el antídoto más eficaz contra el estancamiento cultural y político español, el joven arquitecto aprovechó su pensionado en Roma para viajar durante varios años por países del Mediterráneo y del centro de Europa, donde se instalaría temporalmente para colaborar en el estudio de Otto Wagner.

En 1909 regresó a Madrid, donde tomó contacto con la profesión en los despachos de Velázquez Bosco y Antonio Palacios. En esas mismas fechas ingresó en la Escuela de Arquitectura como profesor ayudante y unos años más tarde alcanzó la Cátedra de Copia de Elementos Ornamentales. Flórez compaginó siempre la dedicación académica y una intensa actividad profesional, frecuentemente dirigida a obras del Estado: en 1915 se hizo cargo de la complicada renovación del Teatro Real de Madrid, y en 1923 sucedió como conservador de la Mezquita de Córdoba a su maestro Velázquez Bosco.

La ILE había alcanzado a estas alturas una presencia cultural enormemente influyente, que le permitió liderar la actualización de las inoperantes estructuras pedagógicas del país. En torno a 1910, sus hombres promovieron la creación de instituciones científicas y docentes tan importantes como la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes y el Instituto Escuela. Todas ellas emplazadas en lo que se llamó la Colina de los Chopos, y Antonio Flórez construyó allí algunas de sus primeras obras. Los tres pabellones que proyectó para la Residencia de Estudiantes, a pesar de ser obras primerizas, revelan ya una arquitectura concebida según los criterios de racionalidad constructiva, sobriedad formal y conocimiento crítico de la tradición que distinguirán toda su obra.

Pero de su trabajo, la vertiente

más relevante e influyente fue sin duda la búsqueda de un modelo escolar que sirviera de soporte a la ambiciosa renovación de las prácticas educativas impulsada en España por la ILE. Sus primeros encargos escolares llegaron en 1913, cuando gracias al mecenazgo de Bartolomé Cossío, Flórez tuvo ocasión de proyectar dos escuelas piloto para Madrid destinadas a ensayar una organización académica graduada. Se trata de las escuelas Cervantes y Príncipe de Asturias, en las que el arquitecto anticipa una organización que repetirá sin excepciones en adelante: aulas abiertas al norte a través de enormes paños de vidrio emplomado que garantizan una iluminación natural homogénea y constante, y un soleado corredor que sirve alternativamente como sala de juegos o recreo cubierto en días de lluvia. De forma sencilla y brillante, Flórez materializa así los dos ámbitos del aprendizaje señalados por Francisco Giner de los Ríos, el trabajo y el juego.

Después de unos años de titubeo y tentativas erráticas, el Estado planeó el establecimiento de una red nacional de escuelas y creó para ello en 1920 la Oficina Técnica de Construcción de Escuelas (OTCE). De nuevo la Institución Libre de Enseñanza aparece como gestora de la operación, situando a Flórez al frente de la oficina y a destacados institucionistas como Bernardo Giner de los Ríos o Leopoldo Torres Balbás en puestos provinciales. Para afrontar la construcción de centenares de escuelas desperdigadas por el país, Flórez y sus colaboradores renunciaron a falsos casticismos, adaptando sus proyectos a la climatología y a los sistemas constructivos contrastados por la arquitectura popular. El resultado, cualitativa y cuantitativamente, fue excelente.

De forma simultánea, Flórez produjo sus obras más apreciadas, los primeros grandes grupos escolares de Madrid. Eran edificios de proporciones monumentales, que se vieron forzados a crecer en altura por la estrechez de los solares disponibles, y que una vez más son fiel reflejo de la organización de la docencia; la instrucción teórica se practica en las aulas de bancos fijos, mientras que los trabajos prácticos, los juegos o determinados ejercicios dirigidos por el profesor, tienen lugar en un amplio corredor que alcanza en estos modelos la anchura de crujía del aula. De los seis grupos que se concluyeron en 1929, los más representativos son el Jaime Vera y, sobre todo, el Menéndez Pelayo. Allí se combinan equilibradamente dos lenguajes aparentemente diversos, el que nos remite a la tradición, expresada en la axialidad de su composición, y el que manifiestan los grandes paños de cristal y acero jalonados por esbeltas pilastras de ladrillo.

Años después, la proclamación

de la II República situó a la escuela en el núcleo de los objetivos políticos del país. Sus primeros gobiernos emplearon enormes recursos en la rehabilitación social y económica del maestro y en la construcción de escuelas. La institución continuó colaborando en los proyectos pedagógicos del país, como certifica la presencia de Fernando de los Ríos en el Ministerio de Instrucción Pública. También Flórez conservó el mando de la OTCE, pero durante este último ciclo, su arquitectura no será capaz de entrar en sintonía con los nuevos tiempos. Sus nuevas escuelas se muestran impermeables a los planteamientos del Movimiento Moderno, lo que ocasionará que la prensa progresista y los foros de la vanguardia emitan feroces críticas contra el arquitecto.

La crisis política del último tramo de la República primero y la deriva revolucionaria durante la guerra más tarde, acabaron por arrinconar a los sectores afines a la institución, que poco después recibirían el tiro de gracia a manos de Franco. De forma paralela, Flórez fue cesado de sus cargos en 1937 y expedientado profesionalmente por los triunfadores. Falleció en Madrid poco después a la edad de 64 años. En estos días se celebra en uno de sus pabellones de la Colina de los Chopos una completa exposición sobre su trabajo. La muestra favorecerá sin duda un mayor reconocimiento hacia su obra, como a menudo reclaman los contados textos que se le han dedicado hasta el momento.

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