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Columna
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Revisión Estratégica de la Defensa (2)

Como decíamos ayer (véase EL PAÍS del 23 de octubre de 2001, página 26), desde febrero pasado nos encontramos en plena Revisión Estratégica de la Defensa. Este proceso, emprendido mediante la Directiva de Defensa Nacional 1/2000, firmada por el presidente Aznar el 1 de diciembre de 2000, pretende 'integrar la Defensa Nacional en el marco de la seguridad compartida con nuestros socios y aliados y determinar las capacidades militares necesarias para responder a las exigencias derivadas de ello'. Como era de esperar tratándose de estas materias, la Directiva mencionada propugna que esta revisión se elabore 'con el mayor consenso posible en los ámbitos parlamentario, institucional y social para lo que se impulsará decididamente la cultura de defensa en la sociedad española'.

A partir de estos enunciados, queda fuera de duda que los del Grupo Socialista, imbuidos de su admirable y característico desinterés y encantados de seguir practicando en línea con Zapatero la elegancia social del regalo en forma de pactos que van desde las libertades y la lucha antiterrorista hasta el botellón, facilitarán las cosas de forma que el consenso en el Congreso y en el Senado sea un paseo militar. En cuanto al consenso a lograr en los ámbitos institucional y social, la tarea está siendo asumida con toda diligencia por el secretario general de Política de Defensa, Javier Jiménez-Ugarte.

Para eso en la Escuela de Altos Estudios de la Defensa se han ido convocando sucesivos seminarios para escuchar a distintos mandos de las Fuerzas Armadas, a parlamentarios de los diferentes grupos y a representantes de fundaciones, asociaciones, universidades y otras instituciones así como a periodistas cultivadores habituales de asuntos relacionados con la Defensa. El primero se celebró los días 22, 23 y 24 de octubre. El segundo se celebró el pasado 17 de enero y al clausurarlo el ministro Federico Trillo afirmó su propósito de continuar el proceso de reflexión crítica iniciado con ocasión del Libro Blanco de la Defensa.

Sucede sin embargo que ese Libro, obra casi póstuma del ministro Eduardo Serra, se queda más bien a medio camino entre un álbum ilustrado en papel couché con fotografías a todo color -que parecían seleccionadas con gran cuidado para excluir al Rey- y un compendio de generalidades y buenos propósitos sin perfil crítico alguno en línea con los mejores ejemplos de propaganda gubernamental. En definitiva, un esforzado empeño por hacer de la necesidad virtud y en presentar como perspicaz la decisión improvisada de suprimir el servicio militar. En todo caso, tampoco el Libro Blanco, recibido en silencio, ha sido después sometido a debate alguno.

Entre tanto, sobrevino el 11 de septiembre y de ahí derivó la exigencia de acelerar las reflexiones en que andábamos sobre las que se han dado en llamar 'grandes mutaciones en el ámbito de la Defensa'. Pero decía Trillo que del Ejército de conscriptos como nación en armas, surgido de la Revolución Francesa, ese Ejército que al proporcionar la capacitación para el uso de las armas otorgaba la plenitud de la ciudadanía como advertía Rafael Sánchez Ferlosio, se ha regresado al Ejército pretoriano, que ahora se pondera como un adelanto bajo el nuevo nombre más aséptico de Ejército profesional. Además, el ministro subrayaba que el paso del tiempo había dejado sin sentido la modificación del despliegue territorial interno de los Ejércitos, generalizando de manera abusiva una característica singular de algunos países como el nuestro y la emprendía con la estructura industrial de la defensa concebida en ámbitos nacionales ya del todo inadecuados.

Enseguida el ministro se apoyó en la experiencia de las dos guerras mundiales para afiliarse como única posibilidad a una defensa aliada, pensada en términos colectivos y de seguridad compartida, al regreso al voluntariado, a las necesidades de proyección exterior de la fuerza y a una nueva concepción de la industria militar. Pero quedan muchos interrogantes sobre la profesionalización que está lejos de ser el ungüento amarillo y faltan otras respuestas para discernir por qué las Fuerzas Armadas deben cooperar a la lucha contra el terrorismo siempre que sea una amenaza a Estados Unidos.

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