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VISTO / OÍDO
Columna
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El sexo del sacerdote

Temo que al sacerdote que se ha declarado homosexual le pase como a monseñor Milingo, el obispo que se casó y ahora está separado de la esposa y de la sociedad. Si tiene que abandonar algo, que sea el sacerdocio. En general, recomiendo a quien me pide consejo que no descubra jamás su sexualidad -la que sea: las únicas no aceptables son las que dañan a otro- porque comporta riesgo, y no le perdonarán. Ni los clandestinos que se verán constreñidos por él a una valentía que no han de tener si no es para perder y ser arrasados; ni los castos con sufrimiento, cilicios, latigazos y masturbaciones con espanto; ni la sociedad que se lo exige. Los niños republicanos creíamos que todos los sacerdotes eran homosexuales, por la forma de hablar y las miradas turbadas; los que iban a colegios religiosos nos lo confirmaban de algunos; y en los internados algún compañero aceptó como permanente ese estadio en el que se había iniciado o le habían sorprendido. Les fue mal, porque vino el franquismo y la persecución fue terrible. No hay que creer que no la haya ahora, aunque con matices. No hay más que leer los editoriales, artículos o titulares que dedican a este caso los periódicos confesionales, y las obscenas y ridículas metáforas que hacen los obispos sobre lo 'contranatural'.

Lo contranatural, el desorden, es ser casto; sobre todo si no es por apetencia, por una rara vocación o por algún asunto freudiano que no se desenredó a tiempo. Pasa así con todas las definiciones del pecado: son formas de vivir. No hay vida más acá del pecado, a no ser que algunos se practiquen con tal saña y monstruosidad que compensen la carencia de los demás.

Creo que la derivación hacia la homosexualidad en muchos depende en la vida de hombres solos; y de niños. Puede que, si los colegios confesionales practicasen la enseñanza mixta, la sexualidad iría en las mismas proporciones que en las sociedades libres (si es que las hay). Y creo también que, si la Iglesia católica no hubiera caído en la aberración de la castidad, muchos de sus misticismos, surrealismos, esoterismos y teologías mixtificadas no existirían. Pero lo dijo Pablo: 'Más vale casarse que abrasarse'. Sabía él que lo otro es abrasarse; y abrasar a los demás, que fue una de las salidas de la conversión convertida en sadismo de los dogmas más tontos (y creo que no hay ninguno inteligente: por definición, una verdad que no necesita demostrarse es una mentira o una estupidez).

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