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Columna
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Dos décimas

Los economistas no destacamos por nuestras dotes proféticas, pero los colegas videntes trabajan últimamente a destajo, apremiados por la angustia de numerosos conciudadanos alérgicos a la incertidumbre que domina el escenario económico internacional. El personal ha olvidado ya el fiasco de la burbuja puntocom y la retirada de las posiciones de riesgo protagonizada por los agentes económicos tras el 11 de setiembre; la gente sólo quiere saber si estamos o no en recesión, si la cosa remitirá o se pondrá peor y si la situación se prolongará en el tiempo.

Algunos conocidos economistas han jugado ya sus bazas con augurios, deseos modelizados y demás productos del mercadillo de vaticinios. Pero las aguas no se han agitado de verdad hasta que Alan Greenspan, el mago del ajuste fino, ha pasado a engrosar las filas del selecto Club de Profetas Menores y dejado entrever sus dotes adivinatorias. Después de un par de meses de mutismo, el presidente de la Fed se ha manifestado contradictoriamente en el plazo de dos semanas: primero dijo que 'riesgos significativos' amenazaban en el corto plazo a la actividad económica y después ha contribuido a la ceremonia de la confusión con el anuncio de una mejora coyuntural. En 15 días de enero, época de rebajas, Greenspan ha pasado de ver la botella medio vacía a creerla medio llena, de agorero a animador, de economista a político.

Da la sensación de que Greenspan trata de sustituir con voces de ánimo el casi nulo recorrido de las medidas anticíclicas que puede adoptar

Algunos malpensados atribuyen el repentino cambio de opinión a las críticas con que sus primeras declaraciones fueron recibidas por el secretario del Tesoro. Otros observadores recuerdan que sus anteriores profecías relacionaban la recuperación con la próxima primavera, lo que ha podido inducirle a verla en el casi imperceptible guiño coyuntural de un indicador de segunda fila. Pero no, el punto de apoyo ha sido la rápida liquidación de existencias de las empresas, que han caído en más de 100.000 millones de dólares durante el último trimestre, importante paliativo de una crisis de demanda como la actual. El problema es que durante el último trienio la acumulación de existencias se elevó a 760.000 millones de dólares, una cantidad casi tres veces superior a la de anteriores crisis, por lo que el efecto de la caída citada no parece capaz de contrarrestar el empuje negativo de otros factores tan vigentes como el nuevo descenso de la confianza de los consumidores (la más baja desde febrero de 1994), el imparable aumento de la tasa de paro (5,7% en noviembre y tendencia a crecer) o los 14 meses consecutivos de caída de la producción industrial. Todo lo cual, unido al fuerte endeudamiento de empresas y consumidores, más la pérdida de riqueza derivada del socavón bursátil, retendrá probablemente el consumo en niveles insuficientes para cambiar la tendencia de la economía, aunque las dos décimas de crecimiento del PIB en el cuarto trimestre de 2001 nos sumerjan en la duda.

Quien no duda es George W. Bush, que sigue empeñado en impulsar el consumo con una nueva batería de medidas fiscales y ha anunciado un fuerte incremento del gasto militar pese a que el superávit público heredado de Bill Clinton ha pasado ya a mejor vida, víctima de las políticas neokeynesianas del muy liberal presidente. En definitiva, nadie sabe qué diablos ocurrirá los próximos meses en la economía estadounidense y da la sensación de que Greenspan, muy propenso a los ataques de voluntarismo, trata de sustituir con voces de ánimo el ya casi nulo recorrido de las medidas anticíclicas que puede adoptar, tras once oportunos recortes de tipos. Tampoco hay que sobrevalorar el impacto real de sus profecías; como ha señalado Phil Gramm, senador republicano por Tejas, 'la palabra de Greenspan es para los norteamericanos como la Biblia, la gente escoge lo que quiere y se olvida del resto'. Claro, que dos décimas son dos décimas.

Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.

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