La encrucijada de Asia central
En la antigüedad, Asia central, que abarcaba la masa continental euroasiática, se consideraba el centro del mundo. Sus guerreros nómadas conquistaron en repetidas ocasiones las regiones de Rusia, Europa, la India, China y Turquía. Los emperadores chinos construyeron la Gran Muralla para impedir la entrada a las tribus centroasiáticas que merodeaban por la zona. (...)
Las nuevas rutas por mar hacia África, la India, China y América cambiaron rápidamente la importancia de Asia central, y redujeron el tráfico de la ruta de la seda a la mínima expresión. Asia central, sin salida al mar, quedó ahora aislada, un tentador peón en la rivalidad entre las grandes potencias. Rusia y Gran Bretaña compitieron por el poder en lo que llegó a conocerse como el 'gran juego', y extendieron sus imperios por el continente asiático. Las regiones de Asia central, demasiado débiles para oponer resistencia a las grandes potencias, aisladas de sus vecinos musulmanes del Sur, cayeron una por una con la invasión rusa. Después de la Revolución Rusa, sin embargo, Asia central dejó de ser un lugar geoestratégico: firmemente enraizada en la Unión Soviética, dejó de interesar a las grandes potencias. Incluso la Unión Soviética consideraba la zona como un apéndice del imperio ruso.
Por primera vez en la historia de Asia central, la guerra que comenzó en octubre puede desembocar en una cooperación entre las grandes potencias más que en una disputa
Rusia y China coinciden en que EE UU no se convierta en una potencia global, pero la primera siempre se cuidará mucho de potenciar el papel militar chino en su patio trasero
A mediados de los noventa, EE UU se obsesionó con la idea de crear oleoductos y gasoductos desde Azerbaiyán hasta Turquía que no pasaran ni por Rusia ni por Irán, de modo que anticiparon el gran juego en Asia central
Todo esto cambió a partir de 1991. Rusia continuó desempeñando un importante papel en Asia central, pero otras grandes potencias (Estados Unidos y China) también tomaron cartas en el asunto, forzando rápidos cambios geopolíticos en la política exterior de los nuevamente independientes Estados centroasiáticos. Al principio, la rivalidad de las grandes potencias se centró en la competencia por explotar los recursos de petróleo y gas del mar Caspio y Asia central, pero pronto se extendió a otras cuestiones de importancia estratégica, como la forma de mantener la estabilidad de una región muy grande y frágil que limitaba con muchos países con problemas, especialmente con Afganistán. La situación de Asia central, en el centro de un inmenso territorio, es la principal desventaja, y las grandes potencias han intentado poner en práctica políticas que les permitan controlar sus accesos al mar y a las rutas comerciales y mantenerlos fuera de la competencia. Pero las grandes potencias están encontrando las cosas más difíciles en esta segunda ocasión, y el juego ha cambiado. Los líderes de los regímenes de Asia central, cada uno de los cuales tiene su propia partida que jugar con sus propias normas, se niegan a ser peones del juego de las superpotencias. Y los militantes islámicos están jugando un juego diferente.
EE UU, petróleo y armas
Las compañías petroleras de Estados Unidos estaban entre los primeros grupos internacionales que se dieron cuenta de la importancia de la región. Incluso antes de que Estados Unidos hubiera establecido embajadas en cada una de las nuevas repúblicas, las principales compañías petroleras de Estados Unidos ya habían llegado para planificar las posibilidades de energía, estimuladas por los primeros hallazgos de petróleo y gas por Chevron en Kazajistán. Pero al finalizar la guerra fría, mientras Estados Unidos formulaba una nueva estrategia mundial que ofrecía muchos e indefinidos nuevos retos, Asia central no estaba entre las prioridades principales. La primera tarea de Washington fue resolver sus nuevas relaciones con la Rusia poscomunista, y los otros Estados que formaban la antigua Unión Soviética tendrían una importancia secundaria hasta que se lograra el primer objetivo.
Durante los mandatos de Clinton, Estados Unidos no pudo decidir ni siquiera objetivos a corto plazo en Asia central. Aunque algunos funcionarios intentaron articular una visión estratégica para la región, sus ideas nunca se pusieron en práctica. Al principio, Estados Unidos vio a Asia central con el prisma de Moscú, mientras Washington continuaba con la política de 'Rusia, primero'. A mediados de los años noventa, Estados Unidos pasó al otro extremo y se obsesionó con la idea de crear oleoductos y gasoductos para transportar petróleo y gas desde Bakú (Azerbaiyán) hasta Ceyhan (Turquía). Quienes la propusieron la llamaron la 'nueva ruta de la seda' y planearon un provocativo trazado que evitaba pasar por Rusia e Irán, de modo que anticiparon el nuevo gran juego entre las principales potencias en el Cáucaso y en Asia central sobre la elección de las rutas de los oleoductos. Después de la aparición del MIU [Movimiento Islámico de Uzbekistán, que ha declarado la yihad al Gobierno de ese país], en 1999, la Administración de Clinton adoptó una política en Asia central centrada en combatir el terrorismo y en intentar fortalecer la capacidad militar de los regímenes. Pero la Administración fracasó al basar su eventual ayuda en la mejora de la deteriorada economía y en las reformas políticas, sin decir nada sobre los derechos humanos.
En un importante discurso político sobre Asia central, en julio de 1997, en el que intentó establecer el tono de la Administración de Clinton, el secretario de Estado adjunto, Strobe Talbott, insistió en que Estados Unidos no estaba interesado en una repetición del gran juego. 'Nuestro objetivo es evitar y desanimar activamente las consecuencias atávicas', declaró. Los Estados centroasiáticos 'tienen la ocasión de olvidar para siempre la experiencia de ser peones de un tablero de ajedrez mientras las grandes potencias compiten por su riqueza e influencia a sus expensas'. Talbott continuó: 'La consolidación de las sociedades libres que se extienden desde el mar Negro hasta las montañas del Pamir abrirán un valioso mercado y una vía de comunicación a lo largo de la ruta de la seda entre Europa y Asia. Pero el mal augurio contrario es igualmente verdad. Si la reforma económica y política no tiene éxito, si los conflictos internos y entre los países fronterizos fermentan y estallan, entonces la región puede ser un caldo de cultivo del terrorismo, un semillero de extremismo político y religioso y un campo de batalla para una guerra total. Preocuparía profundamente a Estados Unidos que esto sucediera en una zona en la que se ocultan 200.000 millones de barriles de petróleo. Ésta es otra de las razones por la que la solución del conflicto debe ser la tarea número uno de la política de Estados Unidos en esta región'.
Las advertencias de Talbott fueron una anticipación y también sus ideas sobre la estrategia futura de Estados Unidos. El problema fue que Washington fracasó al desarrollarlas.
Si Estados Unidos se hubiera tomado en serio su visión estratégica de Asia central, no sólo habría adoptado políticas de mercado para resolver los problemas; habría insistido en lo que es la prioridad número uno. En concreto, Estados Unidos habría dejado al aparato político de las Naciones Unidas los intentos de acabar con la guerra civil de Afganistán, que representaba la principal amenaza de Asia central. Estados Unidos podría haber estabilizado la economía de Tayikistán con fondos para el desarrollo, concertado medidas de presión para poner fin al conflicto entre Azerbaiyán y Armenia, restablecido sus relaciones con Irán y vinculado explícitamente las propuestas de oleoductos y gasoductos y la ayuda militar a la realización de reformas por parte de los líderes de las repúblicas de Asia central. En su lugar, Washington tenía más claro quiénes eran sus enemigos que sus amigos, y señaló a las dos principales potencias regionales (Rusia e Irán) como sus rivales y competidores, mientras fracasaba a la hora de identificar a una sola potencia regional como aliado.
Al haber declarado al MIU como un grupo terrorista al comienzo del juego, Estados Unidos obstaculizó cualquier posibilidad de desempeñar un papel de mediador entre el MIU y el Gobierno uzbeko, mientras que la falta de aliados en la región significaba que tampoco tenía influencia en Afganistán. Pero Asia central estaba muy lejos, y la influencia de Estados Unidos era demasiado marginal allí. Washington no podía confiar en desarrollar ningún tipo de políticas regionales por su cuenta. Estados Unidos necesitaba aliados en la región; sin ellos, estaban condenadas al fracaso incluso políticas concretas de Estados Unidos. Con la poderosa influencia de las compañías petroleras estadounidenses en la nueva Administración de Bush, los observadores de Asia central confiaron en que Washington desarrollaría una estrategia política más amplia, pero hubo pocos indicios de ello mientras pasaba el año y las amenazas de Afganistán y del MIU aumentaban.
En el periodo que siguió a las ofensivas del MIU en la primavera de 2000, los Estados centroasiáticos fueron bombardeados con las visitas de altos funcionarios estadounidenses, entre ellos, la secretaria de Estado, Madeleine Albright; el director de la CIA, George Tenet, y del director del FBI, Louis Freeh. En junio, Estados Unidos fue la sede de una conferencia contra el terrorismo a la que asistieron altos funcionarios de los Estados centroasiáticos. Los líderes centroasiáticos fueron tratados como huéspedes de honor, e incluso visitaron los cuarteles generales de la CIA y el FBI. La CIA, de hecho, ya había entregado un escalofriante veredicto sobre el MIU en febrero. 'Estamos muy preocupados por las actividades del MIU, un grupo extremista y terrorista cuyas incursiones anuales en Uzbekistán son cada vez más sangrientas y más importantes. En Asia central la corrupción, la pobreza y otros males sociales proporcionan un caldo de cultivo para el extremismo islámico, las redes terroristas y los traficantes de drogas y armas, que tendrán repercusiones en Rusia, Europa y más allá', dijo Tenet al Senado de Estados Unidos. Aunque Tenet definió claramente el problema, las medidas adoptadas por la Administración de Clinton tuvieron que ver sólo con el contraterrorismo e ignoraron los 'males sociales' que afligen a la región.
Mientras Albright estaba en Asia central, Washington anunció la aprobación de una iniciativa de seguridad para las fronteras centroasiáticas, por la que proporcionaba tres millones de dólares para cada uno a Kirguizistán, Uzbekistán y Kazajistán para ayudarlos a mejorar su capacidad contrainsurgente. En 2001 esta ayuda no militar se extendió a Tayikistán y Turkmenistán. Las tropas centroasiáticas comenzaron a entrenarse con nuevos uniformes, cascos, gafas de visión nocturna y equipos de comunicación norteamericanos. Los militares estadounidenses intensificaron los ejercicios conjuntos con Kazajistán, Kirguizistán y Uzbekistán bajo los auspicios del programa de la Asociación para la Paz de la OTAN, que afecta a varios Estados de la CEI. Durante su visita, Albright también explicó con detalle las medidas sociales y políticas que los líderes centroasiáticos necesitaban poner en práctica para impedir que se extendiera la insurgencia, pero la ayuda de Estados Unidos no estaba vinculada a estas reformas. En cambio, iba directamente dirigida a contrarrestar el terrorismo. Pocos congresistas de Estados Unidos se dieron cuenta de que la profundización de la crisis en Asia central estaba siendo alimentada por los regímenes más que por el MIU; el congresista Dan Burton señaló, por ejemplo, que 'Kazajistán es la joya de la corona de la región, y por eso, también otro objetivo probable de los grupos extremistas islámicos , pero es el mismo régimen de Nazarbayev el que probablemente alimentará el crecimiento del extremismo islámico'. Pero tales comentarios tuvieron muy poco efecto en la política de Estados Unidos. A los líderes centroasiáticos no les importaba ser aleccionados por los norteamericanos mientras el apoyo de Estados Unidos no dependiera de la realización de reformas reales.
Cuando el general Tommy Franks, el responsable del Mando Central (Centcom) de Estados Unidos, visitó la región a comienzos de 2001, insistió en la amenaza que el terrorismo representaba para la región. 'Creo que es posible que un pequeño número de terroristas comprometidos provoque una gran inestabilidad y sensación de inseguridad a la gente de la región. Los Estados de Asia central se toman esta amenaza muy en serio y han trabajado desde hace varios años para poder encarar esta amenaza', dijo Franks en mayo en una rueda de prensa en Tashkent. Franks afirmó que las relaciones entre Estados Unidos y los militares uzbekos eran excelentes y prometió que el Centcom continuaría preparando a suboficiales y que las Fuerzas Especiales de Estados Unidos llevarían a cabo ejercicios conjuntos con las fuerzas uzbekas, operaciones que ofrecían una cómoda tapadera para permitir a los oficiales estadounidenses estar permanentemente instalados en Tashkent para preparar al ejército uzbeko.
Hubo un acontecimiento positivo durante los primeros meses de la Administración de Bush. Con los oficiales estadounidenses preparando al ejército uzbeko junto con asesores militares rusos y la primera prolongación de la ayuda económica y militar a Tayikistán (un satélite ruso), pareció evidente que Estados Unidos y Rusia ya no se veían como competidores estratégicos en la lucha contra el MIU y los talibanes, sino que, al menos temporalmente, se habían convertido en aliados estratégicos. Éste fue en parte el resultado del trabajo conjunto de los grupos antiterroristas que Rusia y Estados Unidos habían creado en 2000 para supervisar la política sobre todo lo relacionado con los talibanes, los chechenos y el MIU. Franks sabía que los intereses estadounidenses y rusos ya no estaban en conflicto; ahora estaban 'interesados' en la región, una confesión que habría sido imposible sólo unos meses antes. Después de más de una década intentando impedir la influencia de Washington en Asia central, Rusia se dio cuenta finalmente de que necesitaba el apoyo de Estados Unidos para mantener su presencia en Asia central y proporcionar ayuda militar a los asediados regímenes. Mientras los presidentes Putin y Bush diferían profundamente sobre cuestiones como la no proliferación nuclear y el escudo antimisiles, se pusieron finalmente de acuerdo en la necesidad de combatir el terrorismo y al MIU. (...)
Cambiando el gran juego
China, Rusia y Estados Unidos probablemente continuarán siendo rivales en Asia central, pero el gran juego ha cambiado. En el siglo XIX, Rusia y Gran Bretaña emplearon los Estados centroasiáticos como peones; hoy las superpotencias se encuentran a merced de las fuerzas que ayudaron a desatar, pero que ahora están fuera de su control. Las amenazas existentes en Afganistán (los talibanes, Osama Bin Laden y el MIU) han puesto de relieve la debilidad de estas tres potencias y las han obligado a firmar acuerdos bilaterales. Las grandes potencias comparten ahora el interés común de socavar a los talibanes y al MIU y reforzar la capacidad militar de los Estados centroasiáticos, aunque continúen siendo rivales en cuanto a las conducciones de gas y petróleo y la mejor forma de explotar los recursos energéticos de Asia central.
Los acontecimientos del 11 de septiembre pusieron de manifiesto espectacularmente cómo ha cambiado el juego. Puesto que Rusia y China se comprometieron a cooperar con Estados Unidos en su intento por eliminar a los talibanes y a Al Qaeda, las tres grandes potencias se encontraron de repente unidas en la lucha contra el terrorismo y el extremismo islámico de Afganistán y Asia central. Las tres no sólo confían en que los talibanes sean derrotados y se establezca en Kabul un nuevo Gobierno multiétnico de amplia base, sino que el MIU sea neutralizado como amenaza en Asia central y en la provincia de Xinjiang. Además, China cree que los ataques dirigidos por Estados Unidos debilitan los vínculos entre los uigures separatistas (grupo étnico de religión musulmana del sur de China y los movimientos radicales de Pakistán y Afganistán. Cuando las fuerzas estadounidenses llegaron a la región, China llevó a cabo unos ejercicios militares de gran envergadura en la provincia de Xinjiang para exhibir su poderío militar, trasladó tropas de refuerzo para patrullar las fronteras con Afganistán y Pakistán y prohibió la entrada a los visitantes de Afganistán y Pakistán. Mientras continúe la alianza para combatir a los talibanes y a Al Qaeda, no cabe duda de que las tres potencias permanecerán unidas, pero lo que no es seguro es cómo evolucionarán las relaciones cuando acaben los disparos. Si, como Rusia teme, Estados Unidos intenta conservar su presencia militar en Asia central, es casi seguro que se iniciará un nuevo episodio de la rivalidad del gran juego.
Rusia y China coinciden en una amplia serie de cuestiones, especialmente en el deseo de impedir que Estados Unidos se convierta en una potencia global unilateral. Pero aunque Rusia y China comparten una misma preocupación sobre los temas de seguridad en Asia central, Rusia siempre se cuidará mucho de potenciar el papel militar chino en su patio trasero, al igual que muchos de los Estados centroasiáticos recelan de la presencia militar china. Por su parte, los Estados centroasiáticos tienen sus propias minorías uigures para preocuparse; si tratan de quedar bien con Pekín, los uigures los molestarán. Así, pues, los Estados centroasiáticos mantienen un difícil equilibrio, alentando el apoyo chino a sus ejércitos y desalentando la presencia militar china o su influencia en Asia central.
China y Estados Unidos aún tienen que encontrar un terreno común en Asia central. Además de la ayuda de China a la alianza que dirige EE UU, se cree que Washington comparte información con Pekín sobre las vinculaciones de los militantes uigures con los talibanes y el MIU. Estados Unidos y China siguen siendo rivales en muchas otras cosas. Una vez que la amenaza militar disminuya, si los Estados centroasiáticos se muestran capaces de mejorar sus acciones económicas y políticas, aumentará la rivalidad entre las tres potencias. Los intereses de Asia central consisten en atraer a las tres grandes potencias hacia una plataforma común que no sólo esté relacionada con las amenazas a su seguridad, sino también con la explotación equitativa de sus recursos energéticos. Esto, a su vez, podría acelerar el desarrollo económico y la liberalización política en Asia central.
Sin embargo, aún hay esperanza. Por primera vez, las tres grandes potencias se han unido en Asia central para defender la integridad territorial de la región en un intento común por eliminar el terrorismo. Quizá en el futuro quieran cooperar en los oleoductos y gasoductos desde Asia central hacia el resto del mundo, ayudar al desarrollo económico de los deficitarios Estados centroasiáticos y estabilizar la situación económica y política de Afganistán lo suficiente como para que también pueda formar parte de la comunidad internacional. La terrible guerra que comenzó el 7 de octubre de 2001 con el bombardeo estadounidense de Afganistán puede desembocar en una cooperación más que en una disputa entre las grandes potencias por primera vez en la historia de la región.
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