El club de las primeras esposas
EL OTRO DÍA ME LLAMÓ un superjefe del periódico a las once y media de la mañana, que, por cierto, yo pensé, anda que las horas que tiene éste para llamar, porque yo a las once y media hay días que estoy todavía dormida como una morsa (qué daño le hago yo a nadie). Y no dirás que el tío me preguntó si me había pillado en mal momento, qué va, empezó a darme la charla según cogí el teléfono. La gente es que no tiene educación. Va y me dice que a ver si intento escribir en mis artículos de temas de interés general y no de asuntos tan personales, que a la gente qué le importa si yo me quiero comprar una tele, o si Cayetano (el perro de Bicoca) me quiere poseer. Yo le hubiera dicho que si cuento cosas que, en principio, pueden parecer gilipolleces, es porque de alguna manera me considero a mí misma paradigma de la mujer de este siglo que comienza. No se lo dije porque yo a los jefes siempre les doy la razón como a los tontos. Es mi filosofía. Pero vamos, por seguir un poco las nuevas directrices, empezaré contando algo de interés general: me he hecho un reconocimiento médico. La cosa es que desde hacía tiempo venía notando como un dolorcillo en la zona colindante a las costillas. Fui al médico y se lo expuse, y tras unas radiografías, que me gustaría que ilustraran este artículo, el doctor me dijo que tenía una desviación de columna bastante extraña y empezó a sonsacarme a qué dedico el tiempo libre porque la desviación reflejaba que me paso la vida con la cabeza girada para la derecha. Total, que el médico y yo empezamos a repasar todas mis actividades diarias y al fin llegamos a la dramática conclusión de que me paso el día viendo la tele y en vez de tener el sofá enfrente lo tengo en perpendicular, y de ahí la problemática. Y el médico, el doctor Lozano -estupendo, desde aquí lo recomiendo-, me ha recetado un electricista para que me cambie de pared la conexión de la antena.
Mi santo me ha dicho que como medida preventiva, vale, pero que si no debería plantearme dejar un poco la tele y hacer otras actividades tales como leer o escuchar las polémicas arias de Cecilia Bartoli. En fin, pueden imaginar en qué dirección van sus consejos. Creo que lo tenemos todos más que calao. Pero lo que yo le dije: a mí la tele me ayuda a superar la soledad de la mujer contemporánea, de la cual, ya lo he dicho, soy paradigma. Se me olvidó decirle el otro día a mi superjefe (lo haré) que, a mi entender, sería más lógico que Sergi Pàmies pasara a mi sección para escribir de acontecimientos culturales y yo me mudara a la página de televisión, para la cual me encuentro bastante dotada. Además encuentro que Pàmies todavía tiene esperanza, y no yo, que tengo ya el cerebro completamente destrozado. Haría más cambios: a Haro Tecglen lo mandaríamos a Internacional; a Felipe González le daría la sección de Opinión (para qué más); a Javier Marías, la de Cartas al director, de la cual es un maestro, y a Ruiz Mantilla, Xosé Hermida y Andreu Manresa podríamos abrirles una sección del Corazón, dado que en las informaciones que han dado sobre la muerte de Cela se les han visto maneras, y honradamente, pienso que el periódico, en ese aspecto, se está quedando obsoleto. Y lo digo sin ánimo de crítica ni de lucro.
Yo, por las tardes, todavía con la comida caliente en el estómago, me cojo la muñeca de Betty la Fea que me ha regalado Francisco Vaquero, de Antena 3, y me desparramo en el sofá. Desde aquí te lo digo, Vaquero: me has hecho un hombre. Y abrazada a mi Betty emprendo una tarde-noche televisiva que a veces acaba de madrugada. Me he planteado quedarme de guardia toda la noche y empalmar con el programa de mi amiga La Campos. Pero lo dejo para cuando me cambien la antena. A ver si me voy a quedar al bies para siempre como las tías de los pergaminos egipcios.
Hay noches que salgo a cenar para no perder el contacto con la calle, pero cuando salgo tengo el síndrome de que me estoy perdiendo algo. Por ejemplo, me invitó Juan Cruz a cenar, y de pronto leo en el periódico que me voy a perder el programa de Concha Velasco en el que hablaban de las Primeras Esposas. Las invitadas eran: la ex de Chiquitete, la de Lauren Postigo, y la de Cela. Imaginarán que la que a mí más me interesaba era la ex de Lauren, dado que el personaje, a mi entender, como fenómeno cultural, no tiene parangón. Con esa inquietud me fui a cenar. Menos mal que con Juan hay confianza -de esas que dan asco-, y me puse a hablar por el móvil con Bicoca para que me retransmitiera el evento. Bicoca me reprodujo una frase de la ex de Cela: 'Con la nulidad eclesiástica me he convertido en una madre soltera, ¡a mis años!'.
Juan aprovechó la coyuntura para hablar por el suyo con los escritores españoles, y mi santo se sacó el discman del bolsillo y se puso a escuchar una obra de Schönberg, que dice que se llama El superviviente del Gueto de Varsovia (olé, qué alegría). Y como la cena de El Bodegón estaba de muerte (¡hurra por los huevos escalfados!), los tres llegamos a la conclusión de que habíamos pasado la mejor velada de nuestras vidas. Encima volvimos a casa con la conciencia bien tranquila porque no nos dio tiempo a criticar a nadie. Y eso sí que es un hito.
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