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Almas vacías

Vivimos tan deprisa, nos hemos acostumbrado tanto a aceptar como buena y fiable la información y las imágenes de coyuntura que se nos proporcionan por quienes tienen el control mediático para poder hacerlo, es tan abrumadora la influencia del pensamiento neoliberal instalado en institutos internacionales, universidades e instituciones financieras, que muchos no aciertan a explicarse cómo es posible que perduren formas de violencia, asistamos a explosiones incontroladas de la ciudadanía, o que en un país como Argentina parezca que las cosas se desmoronan en unas semanas, cuando se nos dice que las cosas van razonablemente bien en América Latina. Y sin embargo, lo verdaderamente sorprendente es que ahora, con ocasión de los últimos acontecimientos, muchos expertos, comunicadores o responsables públicos norteamericanos y europeos, descubran la dramática situación en la que se encuentra la mayor parte de la población de América Latina. El presidente del Banco Mundial afirmaba en 1999 que 'en la perspectiva de la gente, el sistema no funciona'. ¿Qué otra perspectiva hay? Se creen tanto su papel y han llegado tan lejos a la hora de diseñar recetas de 'ajuste' (una forma elegante de referirse a recortes en los gastos sociales y a privatizar servicios públicos básicos) que llegan a preguntarse cómo es posible que la realidad no coincida con sus modelos y escenarios. Hasta llegan a pensar que es posible (y hasta conveniente) que existan perspectivas distintas a la de la gente. Como ha ocurrido recientemente, si incluso ellos descubren que las políticas fracasan, que la situación social se deteriora, con reconocer desde sus lujosas residencias de Washington, de Río de Janeiro, de Buenos Aires o de Caracas, que se han equivocado, todo resuelto. Las pésimas condiciones en las que viven 220 millones de personas en esa región (de los que 117 millones son niños y adolescentes menores de 20 años) son cuestión de la que no se hacen responsables. Se han equivocado en las previsiones y tema resuelto.

Si se nos ha estado diciendo que el conjunto de Latinoamérica estaba disfrutando una fase expansiva de su economía que ya duraba casi una década, ¿cómo es posible que de repente la situación empeore? Sencillamente porque, salvo para unos pocos, no era verdad que la mayoría estuviera participando de los beneficios del crecimiento sostenido de las economías. Lo cierto es que la situación social de esa región del mundo no sólo no inició un serio deterioro desde comienzos de la década de los ochenta, sino que ha empeorado en la pasada década, especialmente a partir de la recesión iniciada en 1998. De modo que a la llamada 'década perdida' de los ochenta se añade ahora la 'década perdida' de los noventa.

América Latina es la región más desigual del mundo. Todos los organismos oficiales lo constatan en sus informes. El 10% de los hogares más ricos de todos los países concentran más del 30% de los ingresos. Por el contrario, el 40% de los hogares más pobres recibe entre el 9% y el 15%. Al final de la década de los noventa, la proporción del ingreso total captado por el 10% de los hogares de mayores recursos superaba 19 veces el recibido, en promedio, por el 40% de los hogares más pobres. El informe de la ONU señala que en el último decenio las recesiones más intensas perjudicaron sobre todo al 40% más pobre de los hogares, mientras que el 10% de los hogares más ricos consiguió aumentar su participación en el ingreso total y mantenerla -cuando no acrecentarla- en las etapas de crecimiento. Por otra parte, el aumento del gasto social público y el efecto redistributivo ha sido menor en los países más ricos, como Argentina y Chile.

Otros informes recientes de Naciones Unidas, de la CEPAL e incluso del Banco Mundial, también señalan que la pobreza ha crecido considerablemente en la región. Entre el 60%y el 80% de la población de Centroamérica es pobre. El 43,5% de la población gana menos de dos dólares diarios en Brasil. El 48% de la población argentina de las provincias del noreste y el noroeste son pobres. El desempleo, especialmente en el grupo de jóvenes de menos de 24 años, ha aumentado entre 1990 y 1997, especialmente en las grandes urbes de la miseria. Ha crecido el desempleo, el empleo informal y ha aumentado la precarización de las condiciones de trabajo. Como consecuencia, la nueva pobreza y la exclusión social alcanzan incluso a sectores crecientes de las clases medias. La estructura social se parece a un reloj de arena con la base cada vez más ancha, el centro más delgado y una pequeña parte superior que concentra la riqueza.

Achacar todos los males a las políticas y los obstáculos impuestos a estos países desde fuera constituye un recurso fácil, pero falso. Porque se estaría olvidando el negativo papel de las propias élites políticas, el saqueo sistemático, la corrupción generalizada de partidos y sindicatos, el bloqueo de iniciativas de modernización, la oposición a todo tipo reformas (agrarias, fiscales...). Es decir, se estaría olvidando el papel regresivo de partidos, movimientos políticos y grupos de presión, directos beneficiarios de procesos de privatización, de la existencia de redes de economía informal o de niveles inmorales de concentración de la propiedad.

Algunas voces autorizadas como la del premio Nobel Amartya Sen, reclaman desde hace tiempo una profunda revisión de los planes y programas de 'desarrollo' hasta ahora elaborados o sugeridos desde organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Hasta el propio Banco Mundial reconoce ahora que muchas de las políticas impuestas han sido erróneas. El ex-vicepresidente del Banco Mundial y premio Nobel Joseph Stiglitz aboga por un nuevo consenso post-Washington a partir de una completa reestructuración de los objetivos del desarrollo, las políticas y los instrumentos. Frente a quienes en su defensa del Estado mínimo han desmantelado los incipientes sistemas de protección social, ellos defienden el papel imprescindible del Estado, la importancia de las políticas sociales públicas y la equidad como pieza fundamental de cualquier estrategia de crecimiento compartido.

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La situación erosiona la credibilidad en los partidos y en las instituciones y debilita los niveles de gobernabilidad. La alta tasa de desafección política se expresa en una baja adhesión a la democracia. Una encuesta de PNUD sobre la calidad de la democracia en Chile en 1999, señalaba que sólo un 45% prefería la democracia a cualquier otra forma de gobierno; a un 31% le daba lo mismo un gobierno democrático que uno no democrático, y un 19% pensaba que en algunas circunstancias un gobierno autoritario podía ser mejor que uno democrático.

Las gentes se han quedado vacías. No creen en nada ni en nadie. Entre unos y otros les ha vaciado hasta el alma. Y no será fácil superar la situación de anomia social que aqueja a esas sociedades. El camino a seguir está claro. Al menos ya está claro que no hay que hacer lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Incluso los organismos internacionales lo apoyan. Pero las fuerzas de siempre no se dejarán fácilmente. Recurrirán a los métodos que hagan falta para no perder sus privilegios. Y los frágiles sistemas democráticos pueden ser terreno abonado para nuevos caudillos salvapatrias.

Joan Romero es catedrático de Geografía Humana en la Universitad de Valencia

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