Jauja
Hace ya casi un año que el ministro de Economía, señor Rato, nos exhortó amablemente. El debate sobre el poder adquisitivo de los salarios, vino a decir, es una antigualla impropia del mercado laboral 'moderno y flexible' que él se disponía a conseguir. 'Una equivocada estrategia de precios y salarios haría más corto el ciclo de crecimiento de la economía española y afectaría al nivel de empleo'. Además, la relación salario-precios es sólo una variable entre tantas. ¿Acaso no son más baratas las hipotecas? ¿No se habían abaratado las telecomunicaciones y la electricidad? Pues entonces. Creía un servidor que el teléfono y la luz estaban incluidos en la cesta de los 471 artículos computables para obtener la media de la inflación, pero al parecer no es así. Son factores 'compensatorios', o sea, que váyase una subida por una bajada. Por cierto que la luz ya no baja y el teléfono sube donde más duele, las llamadas locales. Dicho lo anterior admito sin reservas, aunque compungido, que quien sabe de economía es el ministro del ramo, mientras un servidor sólo entiende de la cesta de la compra; o sea, de acaso dos o tres docenas de artículos de consumo corriente. Una gota de agua ante los 490 productos cotejados a partir de ahora.
Cierto que entre las escasas docenas de artículos de uso corriente, se encuentran los que, sumados, se llevan la parte del león de los ingresos del ciudadano medio, pero líbrele Dios, lector, de pensar que yo quiero que le coja el toro al señor Rato y al señor Montoro y a todos quienes están al timón de la economía patria. ¿Cómo voy yo a querer una cosa así y cómo podría, aunque quisiera? Eso sí, me corroen dudas y me frustra mi desconocimiento de los altos designios. Uno cree que gana más y gana menos, uno cree que gana menos y gana más; pues ante la humilde realidad de la cesta de la compra se yergue la sabiduría tecnocrática, que es la verdadera. Si el plan sigue su escalada al cielo pensaré en la hipoteca, aún cayendo en la cuenta de que, como tantos millones de mis paisanos, no tengo hipoteca alguna en qué pensar. Que yo recuerde, sin embargo, el señor Rato no mencionó al colectivo de los jubilados, muy numeroso y el único que tiene asegurado su crecimiento en 'afiliados'. Los jubilados son un engorro para la teoría que propugna el abandono del debate sobre el poder adquisitivo de los salarios; pues esta gente dejó atrás hipotecas de índole material, utiliza poco el teléfono, se alumbra lo imprescindible con electricidad y cocina y se caliente con butano, hoy al alza. El salario del jubilado no sube, se ajusta a la inflación y gracias. Este colectivo puede darse con un canto en los dientes y si no se da, propongo modestamente que el Imserso imparta cursillos sobre la historia de la ancianidad en Occidente, desde Solón hasta nuestros días. Así aprenderían a otorgarle su debido valor a lo que tienen, siquiera estén en el escalón más bajo de la tabla de las pensiones.
Retomo el hilo de la inflación, por si suena la flauta y me lo explican. No sonará, lo sé; me mueve el derecho al pataleo. Si la oposición no se encocora, ¿cómo diablos saldré de dudas? La oposición acepta las cifras del gobierno de turno, a pesar de que 'la lista pormenorizada y el peso de cada uno de los productos es secreto'. Si la inflación profetizada se desvía al alza -cosa que ocurre en todas partes con harta frecuencia- la oposición se apresura a desgranar el rosario de los porqués. Lo que no hace o se hace con voz inaudible, es discutir la cifra. Misterio. Un fabulador diría que existe un pacto de silencio, un pacto inquebrantable según el cual el mundo, y sobre todo la UE, no debe saber cómo trepan por aquí los precios. Nos pondrían verdes y, caída del piruétano, la UE nos abrumaría con exigencias de difícil o imposible cumplimiento. No soy un fabulador y ni que decir tiene que no me barrunto tal pacto; aunque recuerdo algo que me dijo Ernest Lluch cuando los años de apogeo económico del PSOE, con crecimientos de entre el 5% y el 6% anuales, si la memoria no me es tan infiel como casi todo lo demás. Me dijo Lluch que no me creyera esas cifras, que eran más altas, pero que eso no podía decirse sino a riesgo de poner en peligro parte de los dineros que nos asignaba la UE. Con todo, e insisto, no creo en un pacto gobierno-oposición en lo que a la cifra de inflación se refiere; no creo en un hoy por ti, mañana por mí y siempre por el bien de la patria.
Quienes no creen mucho en el dato de la inflación son los ciudadanos. Para éstos, la teoría del ministro Rato, según la cual una inflación superior al incremento salarial no significa pérdida de poder adquisitivo, sería irrisoria si la conocieran. Por fortuna para el Gobierno, existe una resignación subyacente como existe una inflación subyacente, que por cierto y según datos oficiales, ya anda por el 3,8%. Con todo, las resignaciones sociales suelen tener fecha de caducidad, si bien, eso sí, desconocida. No se confíe el señor Rato, no se confíe el Gobierno, pues nada más destructor que el despertar de ciertos letargos. Si ocurre lo que hoy parece impredecible, luego no digan que no se les ha advertido, Pero, ¿cómo podría ocurrir con tan magra oposición? Daré una clave, sin esperar a cambio agradecimiento alguno.
Hay más trabajo, más dinero y más consumo. Ni el más tonto podría negar eso. Pero 'eso' son términos absolutos, no relativos. Si en una familia confluyen cuatro salarios cuando hace unos años sólo eran dos, obviamente el poder adquisitivo ha subido. Pero la euforia puede durar sólo hasta que el encarecimiento de la vida haga caer en la cuenta de que existe una desproporción negativa entre el dinero disponible para el consumo -y en algunos casos el ahorro- y el tiempo destinado a conseguirlo. Esta toma de conciencia puede resultar agravada por la precariedad de algunos de los nuevos salarios de que goza la familia. La estabilidad laboral disminuye en España, según lo atestigua la OIT y según lo sabe muy bien el Gobierno. Ambos factores conjugados -inflación por encima del incremento salarial e inestabilidad de los puestos de trabajo- pueden crear un mal cóctel de aquí al 2004. Si la tendencia se mantiene, naturalmente. Otros éxitos presuntos y/o reales, puede que no bastaran para contrarrestar este fracaso. Con o sin (mucha) oposición. Con o sin mucho triunfalismo.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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