'La gente que visita hoy el Beaubourg es más activa que hace 25 años'
Hace 25 años, exactamente el 31 de enero de 1977, se abría en París el Centro Georges Pompidou, popularmente conocido como el Beaubourg. Se trataba de un ovni, de un lugar sin equivalente en el mundo, pero que inmediatamente generó multitud de imitaciones, casi todas ellas parciales. Previsto para acoger un máximo de 5.000 visitantes diarios, el edificio de Rogers y Piano tuvo que soportar más de 25.000 debido al éxito de la fórmula, un éxito al que se refiere Jean-Jacques Aillagon (Metz, 1946), presidente del centro desde marzo de 1996.
'Tras 25 años de vida, puede decirse que el museo y la biblioteca se han impuesto como referencias internacionales, puesto que hoy nuestra colección no desmerece de la del MOMA y nos permite buscar donde queremos socios para todo tipo de operaciones. Las reformas realizadas entre 1997 y 1999 hacen que hoy la colección permanente sea visitada por más del doble de personas -1.600.000 frente a 700.000- que hace cinco años. La gente que acude al centro mantiene una actitud más activa que antes, son personas que disfrutan de una exposición, de un concierto, de un espectáculo, que buscan un libro o informarse sobre ciertas cuestiones de diseño o arquitectura, que no se limitan a subir por las escaleras mecánicas para disfrutar del panorama.
'La antológica sobre Dalí sigue siendo nuestra exposición de mayor éxito'
'El Guggenheim forma parte de un modelo de cultura de carácter mercantilista'
Pregunta. El carácter pluridisciplinario del centro ha sido poco seguido.
Respuesta. El modelo Beaubourg es muy complejo. Para un presidente, lo más importante es saber mantener vivo el deseo de trabajar juntos en quienes se ocupan de arte, en quienes se centran en el diseño industrial, en los especialistas en cine o arquitectura, al tiempo que seguimos colaborando con los músicos. Hay que evitar el peligro de autonomismo, el concebir el lugar como un mero collage.
P. ¿La función misma del centro se ha modificado?
R. Cuando abrimos, la gran cuestión que entonces nos planteábamos era cómo mostrar lo que había sucedido en los EE UU. Nuestras colecciones eran casi estrictamente europeas. Ahora podemos ofrecer una buena panorámica de la creación del siglo XX en Europa y América, pero no en el Japón, Oceanía, en los antiguos países del Este, en África o ciertas regiones asiáticas. No tiene ningún sentido soñar en una colección universal. Hay que saber personalizar, geográfica y artísticamente, las colecciones al tiempo que organizas exposiciones muy abiertas. En Francia, el término nacional no se confunde con nacionalista, es una idea extensiva. Sólo a los estadounidenses o a los británicos se les ocurre hacer un museo de American Art o hablar de British Art.
P. ¿Y qué ha pasado con el arte durante este último cuarto de siglo?
R. Es otra cuestión a tener en cuenta: durante estos 25 años, el arte ha cambiado. Cuando empezamos, aún predominaban las obras que respetaban una codificación tradicional, que eran pinturas, esculturas o dibujos... Hoy, el cine, el vídeo, las instalaciones suponen una enorme diversidad de objetos para los que no siempre el Beaubourg está bien adaptado. Y como no podemos crecer más, no nos queda más que soñar en otro lugar, en un anexo, al tiempo que seguimos planteándonos una política de descentralización, nuestra voluntad de abrir el centro, de crear delegaciones como las que tiene la Tate.
P. El Beaubourg se inauguró con una exposición de Duchamp seguida de otra de Dalí. Este año le toca el turno a la revolución surrealista. ¿Es un guiño a los orígenes?
R. Puede verse así, pero sobre todo hay que entenderla como una revisión de los grandes movimientos del siglo XX. El año pasado le tocó el turno al pop, luego vendrán la abstracción y el dadaísmo. Para Werner Spies, el surrealismo es la única revolución del XX que no fracasó totalmente. Y para nosotros, para el centro, el surrealismo, además de ser un movimiento multidisciplinario, de suponer un gesto para decir lo indecible, forma parte de nuestras obligaciones: somos como un teatro de ópera, siempre hay un público nuevo, que justifica volver a programar Las bodas de Fígaro. La antológica sobre Dalí sigue siendo nuestra exposición de mayor éxito, con más de 800.000 visitantes. Además, la mirada cambia con el tiempo, ahora veremos el surrealismo de otra manera.
P. ¿La competencia de nuevos lugares dedicados a la creatividad, como el Palais de Tokyo o el Museo Guggenheim, modifican la mirada sobre el Beaubourg?
R. El Guggenheim corresponde a un modelo cultural que no quisiera ver triunfar. Es una fórmula mercantilista que satisface sólo a los políticos, que prefieren alquilar una colección a ayudar a las instituciones locales, y que busca el éxito y el dinero a corto plazo. Lo peor es la gente que dice estar a favor de la diversidad cultural y aceptan el Guggenheim: es una manera de rendirse ante un modelo de arte internacional estandarizado, para todos. Respecto al Palais de Tokyo, sólo puedo decir que nos descarga de alguna de nuestras excesivas responsabilidades. Nosotros somos una institución generalista y sólo podemos ver con buenos ojos que nazcan lugares como la Cité de l'Architecture o el Tokyo, que son espacios para especialistas y que completan nuestro trabajo y nos abren camino.
Babelia
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