Y Arenas se quería ir
Charles Morris, uno de los fundadores de la semiótica norteamericana, intuyó por los años cuarenta que el hombre moderno acabaría siendo víctima del 'acoso de signos'. No de las guerras, la lujuria o las enfermedades innombrables, sino de las turbulencias de los mensajes fabricados para destruir su libertad. Si Morris viera hoy la fuerza mediática que ha manejado el PP en su congreso, quedaría espantado de su propio vaticinio. (También, claro, si pudiera ver cómo han llegado al poder Bush o Berlusconi). Incluso alguna prensa no controlada por el partido del gobierno se ha dejado seducir por la 'coherencia', la 'solidez', y otras presuntas virtudes, en lugar de subrayar la falta absoluta de debate, que esconde un peligroso cesarismo tras la máscara perfecta; la que tapó enseguida una frase del propio Arenas el primer día: 'Nuestro peor enemigo no está en el PSOE, sino en nosotros', y nadie se fijó después; cómo el PP tiene por delante un jodido problema sucesorio, que en modo alguno deseaba; cómo no logra disimular su pasión por esa alargada sombra de Franco que es Fraga (el más largo aplauso se lo llevó el superministro de la dictadura); o cómo Aznar, el líder sagrado, ahora acérrimo defensor de la Constitución, la torpedeaba en 1978 desde sus artículos de prensa. Desde luego, el éxito de comunicación ha sido indiscutible. Hay que echarse a temblar.
En lo que concierne a Andalucía, el manejo no puede ser más compacto también. Hace ahora tres años, un 10 de febrero de 1999, Javier Arenas anunciaba: 'Mi retirada de la política está ya cercana. Pronto regresaré a Sevilla, a la empresa privada'. Es curioso, pero hoy ningún periódico se acuerda de eso tampoco. ¿Por qué lo diría? Mucho han cambiado las cosas desde luego, pero en realidad no sabemos por qué. ¿Por qué se fueron Pimentel y Amalia Gómez cuando tenían todo el futuro por delante? ¿Por qué en cambio se quedó el que se quería ir? ¿Cómo es posible que el PP se empeñe en mantener a Teófila Martínez como candidata a derrotar a Chaves, una mujer que prometió en falso electoral que levantaría el peaje de la autopista de Cádiz? Pues ahí sigue, desdeñando a los sindicatos de su Ayuntamiento y llevando a éste al caos financiero. Y ha introducido en los estatutos de su partido una cláusula contra todo movimiento incontrolado. La respuesta a tantas paradojas no puede ser más que una: cuentan con la poderosa máquina de manejar conductas: el acoso de sus medios de comunicación, la vorágine de signos emitidos contra la candidez del pueblo, contra la inocencia, contra la buena fe de las gentes. Un populismo demoledor aliado con la máquina de seducir. La fórmula ni siquiera es nueva. Dentro de poco ya nadie se acordará de Gescartera, de la milagrosa salvación de los dineros de la Iglesia en Valladolid, la patria de Aznar; del lino que ardía también milagrosamente, de los millones que un contratista balear perdía en el túnel de Sóller, de los milagros industriales del alcalde de La Carolina, de la ingeniería fiscal del ministro Piqué... Borrar el pasado, manipular el presente, condicionar el futuro. Perfecto. Sálvese quien pueda.
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