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Raíces
Columna
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Congrio

La niña se extravió en el aeropuerto de Barajas, entre llegadas Internacionales y el pasillo de Tránsitos, jugando a entrar en la señalización en el sentido contrario a las flechas. A finales de los años sesenta ya era lo bastante famosa como para que la esperasen 30 periodistas y un millar de fans en el destino final de su viaje: Milán. A media mañana andaban como locos, buscándola por el Duty Free, Julio Cortázar, Mario Muchnik y Umberto Eco, y si la noticia de su desaparición no estalló en titulares de prensa fue porque el ministro de Información, aprovechando el estado de emergencia de enero de 1969, hizo enérgicas llamadas de teléfono.

La niña enlazó con el vuelo de Málaga, y luego, sin abandonar la señalización, con el tren de la costa. Se bajó en Los Boliches y anduvo largo rato, disfrutando del sol, intentando recobrar aquel paisaje andaluz que dejaron acuñado sus abuelos en largos relatos de sobremesa: El arco suave del agua, el castillo al fondo y el pico del faro de Calaburras asomando por detrás. Las barcas de pesca, pareadas, con los grandes fanales de carburo, y el camino de Mijas, monte arriba, a la derecha.

Pero sólo encontró bloques y más bloques de ladrillos y el alquitrán sepultando caminos ceñidos de pitas y cagarrutas de cabras. Los abuelos andaluces habían muerto antes de nacer la niña, incluso antes de que allá mandara Perón, y sus recuerdos permanecían en boca de su padre, en relatos breves, llenos de minúsculos detalles, como barcos metidos en botellas. Los recuerdos y los ritos: comer polvorones navideños con una copa de aguardiente seco, aunque estuvieran a 42 grados, cantando en los campos de mi Andalucía los campanilleros por la madrugá y puente de los franceses y no pasarán.

Incapaz de retornar al paraíso recobrado de los abuelos, la niña se dedicó a lo que más le gustaba: hacer preguntas. Preguntó por todo lo que le faltaba en su puzzle y acabó declarando ante el comandante del puesto de la Guardia Civil, en cuyo atestado figura: lugar de nacimiento, una viñeta de Primera Plana el 29 de septiembre de 1964. Estaban escribiendo el nombre de su padre, Joaquín Salvador Lavado, cuando apareció en persona a reclamarla, con los pelillos de la calva erizados de pavor y alegría. Se la llevó por Fuengirola, soportando la andanada de protestas por todo lo que ya no estaba en su sitio y para calmarla y recuperar su crédito de narrador comieron congrio en amarillo, un plato mítico en la gastronomía familiar.

De ese congrio en amarillo comido en Fuengirola con Quino, su padre, le queda un papel, una instantánea polaroid, que unida a la copia del atestado donde figura su nombre, Mafalda, es cuanto tiene para pedir un visado tras hacer una larga cola ante la Embajada de España y culminar su sueño de regresar a Andalucía. Pero el embajador nombrado por Aznar es muy serio y no está para bromas.

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