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Columna
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El turismo 'is different', no España

En los años en los que se inicia el despegue turístico de España, allá por los años sesenta, el eslogan turístico que trataba de mostrar las virtudes, atractivos y capacidad de fidelizar a los turistas hacia nuestro país fue el de 'España es diferente'. Lamentablemente las diferencias de España, respecto a la inmensa mayoría de los países de su entorno, radicaban en la configuración política de un estado regido por una dictadura, que en esos años intentaba sacudirse las ataduras impuestas por su recién abandonada economía autárquica, ponderando el valor estratégico de unas divisas que sólo el turismo le podía proporcionar en la cantidad adecuada.

El turismo se erigía así en el responsable de retomar el testigo de las exportaciones de agrios, facilitando a la economía española los ingresos que iban a financiar la incipiente industrialización de un aparato productivo excesivamente rezagado. Al tiempo que esa espontánea vocación turística iba a canalizar los primeros atisbos de apertura de una sociedad culturalmente reprimida desde la posguerra.

El turismo se distingue por la dificultad de delimitar las ramas que le dan cuerpo, como consecuencia del carácter mixto de la oferta turística

Consecuentemente, al turismo se le puede considerar como un fenómeno social y como una actividad económica responsable de impactos sobre el medio físico, social, cultural y, por supuesto, económico. Pero ante todo, el turismo se distingue por la dificultad de delimitar las ramas que le dan cuerpo, como consecuencia del carácter mixto de la oferta turística y de la práctica imposibilidad de cuantificar algunos elementos que también forman parte de la misma; bien sea el paisaje, la cultura o el medio ambiente, que impiden que las actividades económicas de índole turística constituyan una industria propiamente dicha. Por ello, las actividades turísticas tienden a determinarse según los bienes y servicios consumidos por los visitantes, aunque muchos de ellos tengan un carácter dual y satisfagan conjuntamente las necesidades de turistas y de residentes (por ejemplo: restaurantes).

En suma, el sector turístico es de una gran complejidad debido a la ambigüedad en la acotación del área de análisis y por las múltiples y complejas interrelaciones existentes entre los elementos constitutivos del hecho turístico. De acuerdo con ello, destaca la heterogeneidad de subsectores o actividades que potencialmente pueden ser calificados de turísticos. En eso sí es diferente el turismo. Y lo ratifica la dificultad en definir una cadena o sistema de elaboración del producto turístico, a diferencia de lo sencillo que resulta en otros sectores.

Un segundo factor condicionante de la especial concepción de la actividad turística, radica en la propia naturaleza del mercado turístico. En el sector turístico es precisamente el cliente quien se desplaza hasta el punto de consumo del producto, y no es el producto el que se acerca hasta el consumidor. Este hecho determina la comercialización turística, al otorgarle al producto turístico ciertas peculiaridades tales como la proliferación de actividades de localización intermedia o la estrecha dependencia que se establece con el contexto natural e institucional donde se suministra el mismo. Además, hay que subrayar la especificidad que distingue a los productos suministrados en los mercados turísticos, dado que dichos productos/servicios son intangibles, se realiza el gasto con carácter previo a su consumo y no son almacenables, entre otras características que diferencian un producto turístico del resto de bienes.

Recursos naturales

Un tercer elemento que contribuye a explicar las dificultades de delimitar el turismo consiste en las contingencias de la localización. Con un grado de intensidad superior al registrado en otros sectores, en el turismo existe una dependencia elevada de los recursos naturales en los que se apoya la oferta turística de cada espacio. Dichos recursos determinan la estrategia empresarial en todos sus componentes, por lo que deviene de vital interés la consideración del entorno local de un destino, como un lugar que va a perfilar la capacidad competitiva, por su influencia a la hora de identificar las competencias distintivas de las empresas actuantes en ese lugar.

El cuarto y último factor que contribuye a esa aureola de complejidad añadida que acompaña al turismo es la incidencia derivada de las acciones instrumentadas por las instituciones públicas. Conocida la dependencia del turismo respecto del entorno natural, el carácter de la legislación, léase medioambiental, puede suponer nuevas oportunidades de negocio, así como también una limitación a ciertos proyectos. Otro ejemplo son las acciones directas, ya que el turismo afecta a ciertas magnitudes del cuadro macroeconómico a las que todos los gobiernos son especialmente sensibles, lo que explica el intervencionismo que registra esta actividad.

En conclusión, la complejidad del sector turístico sugiere un mayor esfuerzo de concreción y definición del hecho económico y también cultural de esta actividad, que efectivamente es desigual por su particular singularidad, no por la idiosincrasia española, cuyo hecho diferencial existe pero no como se proyectaba en el eslogan aludido al inicio de estas líneas. Lo divergente que se vivió en aquellos años lo fue muy a pesar de la sociedad española; disparidades que han sido laminadas por la integración europea de España. Lo único verdaderamente diferente en el ámbito del turismo que ha existido y se mantiene es el concepto y el modo de explotar los atributos mediterráneos del mercado turístico español que tanto éxito han proporcionado; no otras facetas, ni otros fantasmas.

Vicente M. Monfort es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón y Ezequiel Uriel es catedrático de la Universidad de Valencia e investigador del IVIE.

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