En un húmedo lugar de La Mancha
Una vuelta por las Tablas de Daimiel, en Ciudad Real, paraíso en peligro por la mala gestión de los recursos hídricos
Hasta mediados del siglo XX, La Mancha era un mar de tablas, charcas formadas por el fácil desbordarse de los ríos en esta tierra llanísima, más conforme para escenificar las viscosas andanzas de la bestia del pantano que las polvorientas de Don Quijote y Sancho Panza. Sobre todas esas tablas señoreaban las de Daimiel, 30.000 hectáreas del norte de Ciudad Real que, merced a los aportes constantes del Guadiana y los estacionales del Cigüela, estaban siempre rebosantes, aun en el rigor del estío, no sólo de agua, sino de pájaros y de vegetación palustre, y de bípedos implumes hendiendo el masegar en barcas de dos proas a la busca de cangrejos y anguilas.
Hacia 1960, la idea de que la naturaleza era un estorbo para el desarrollo no circulaba sotto voce por los pasillos de los ministerios, como ahora, sino que se expresaba abiertamente en leyes como las que propiciaron la desecación de los humedales manchegos, terrenos insalubres en la jerga del No-Do. A tal efecto, los cauces de la cuenca alta del Guadiana fueron canalizados y Las Tablas hubiesen quedado reducidas a un vistoso tapiz de cultivos de no ser porque, en 1973, cuando las excavadoras ya les estaban metiendo mano, o pala, los científicos protestaron y fueron declaradas parque nacional 1.928 hectáreas de Daimiel y Villarrubia de los Ojos.
Es éste un paraje entre manchego y veneciano, salvaje y delicado, preciso y fantasmal
Pero fue salir de Málaga y entrar en Malagón (que, por cierto, está al lado de Daimiel). De sacar tierra cultivable de debajo del agua, se pasó a sacar agua de debajo de la tierra para más y más regadíos, con lo que pronto se llegó a la sobreexplotación del acuífero. Así, a finales de los ochenta, los Ojos por los que milagrosamente afloraba el Guadiana, poco más arriba de las Tablas, se secaron; las avenidas del Cigüela cesaron y, para más inri, en 1986 ardió una tercera parte del teórico humedal, seco a la sazón. En lo sucesivo, se mantendría con pequeños donativos del trasvase Tajo-Segura, que es como darle sopas a uno que se desangra.
O como ungir con los óleos a uno que se muere de sed. De hecho, para la extremaunción estaba el parque, y los agoreros no le daban ni esto de vida, cuando en 1996, año de lluvias, apuntó una leve recuperación, ascendiendo de enfermo terminal a estacionario dentro de la gravedad. Pero es un paciente que no mejorará hasta que no lo haga el ciclo completo del agua del que depende -algo así como el sistema circulatorio de La Mancha-, y en eso andan los doctores.
Itinerario imprescindible para conocer el parque es el de la Isla del Pan, el cual nace frente al centro de visitantes, está señalizado con flechas amarillas y discurre por pasarelas de madera uniendo las islas que afloran sobre las aguas someras, aquellas pobladas por tarayes -único árbol del parque- y éstas cuajadas de masiegas, carrizos, eneas y praderas de ovas.
Esto de pasearse como por los muelles y canales de un lugar entre manchego y veneciano, salvaje y delicado, preciso y fantasmal al mismo tiempo, es uno de los mayores gustazos que un catador de paisajes puede darse.
Por esta insólita vía, el excursionista avanza saltando de la isla de la Entradilla a la del Descanso y, de ésta, a la Isla del Pan, punto el más elevado del parque, con un mirador desde el que se avizoran, allende Las Tablas, viñedos, olivares y campos de cereales; y, al fondo, la sierra de la Virgen y el caserío de Villarrubia de los Ojos.
El observatorio que hay en la penúltima pasarela, entre la isla de los Tarayes y la del Maturrio, es buen lugar para ver las muchas anátidas que en invierno arriban procedentes del centro y norte de Europa. Podríamos aburrir al lector con una larga lista de especies, pero en el centro de visitantes dan unos folletos donde vienen incluso con foto. Más que un ave concreta, lo que llama la atención es la bulla de miles, un caos alado tal que hasta los jóvenes fumareles se posan al alcance de la mano. Pero esto de los fumareles será en el verano. Si Las Tablas sobreviven. Y nosotros que lo veamos.
Siluetas en la niebla invernal
- Dónde. Daimiel (Ciudad Real) dista 169 kilómetros de Madrid y tiene rápido acceso yendo por la carretera de Andalucía (N-IV) hasta Puerto Lápice y desviándose aquí por la N-420 hacia Ciudad Real. En la circunvalación de Daimiel está señalizada la carretera local que lleva en 11 kilómetros a Las Tablas y al inicio de la senda. - Cuándo. Paseo circular de dos kilómetros -una hora y media-, llano y de dificultad muy baja, indicado para personas de toda edad y condición física. En invierno, las sinuosas pasarelas, los sarmentosos tarayes y las garzas de perfil interrogante silueteándose en la niebla componen uno de los cuadros más bellos que imaginarse puedan. En primavera hay mayor abundancia de agua y, por ende, de aves. En la época veraniega, calor, mucha gente y mosquitos. - Quién. El personal del centro de visitantes (teléfono 926 69 31 18) resolverá cualquier duda sobre la ruta y sobre el parque en general. Horario: de 8.30 a 18.30. En el centro puden verse exposiciones y audiovisuales. - Y qué más. Como complemento al paseo por Las Tablas puede visitarse el Centro de Interpretación y Documentación del Agua y los Humedales Manchegos, que está situado en el antiguo instituto Miguel Fisac de Daimiel (Parque del Carmen, s/n; teléfono 926 26 06 33).
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