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Una antológica conjura los demonios que poblaron la pintura de Joan Ponç

La exposición reúne 160 obras, de las que casi la mitad son inéditas

'Hay que trabajar con sumo cuidado el aspecto racional, porque el ser humano es un componente de diferentes cosas, muchas de ellas ignoradas', decía Joan Ponç (Barcelona, 1927-Saint Paul de Vence, Francia, 1984) un año antes de su muerte. En su pintura, Ponç dio forma de demonios o seres telúricos a muchas de estas cosas ignoradas que siempre dominaron una trayectoria que, por fin, ha sido objeto de una gran antológica inaugurada ayer en el centro cultural de la Fundación La Caixa (Paseo de Sant Joan, 108).

Nunca hasta ahora se había visto en Barcelona una exposición tan amplia dedicada a Joan Ponç, pese a que es uno de los pintores míticos en el arte catalán de esta segunda mitad de siglo. Problemas con la herencia, que enfrentaron a su segunda esposa con el hijo de su primera mujer, retrasaron la necesaria revisión de una de las trayectorias más singulares de la pintura contemporánea catalana. Todavía hoy no hay un catálogo razonado de su obra y se desconoce el número exacto de obras que realizó el artista a lo largo de su vida, pero esta exposición pretende ser un primer paso en el estudio y análisis de su obra que, sin duda, tendrá repercusión también en un mercado en el que abundan los coleccionistas compulsivos de este artista.

El comisario de la exposición, el filósofo y crítico de arte Arnau Puig, compartió con Joan Ponç muchas de sus primeras aventuras artísticas, como la revista Àlgol (1946) y Dau al Set (1948), y mantuvo la relación hasta el final. 'Creo que es una exposición objetiva desde mi subjetividad', explicó ayer Puig. 'He procurado hacer una relectura de lo que sé, conozco y he vivido de Joan Ponç. También es una exposición de tesis que, de todas formas, es una de las muchas que podrán hacerse a partir de ahora'.

La tesis de Arnau Puig -que ha seleccionado unas 160 obras pertenecientes a toda la trayectoria del artista, desde 1944 a 1984, de las que asegura que la mitad son inéditas- pasa por considerar que Ponç, pese a su aparente automatismo y desenfreno visual, realizó un viaje circular alrededor de Cézanne. 'En sus memorias de los años setenta, cuando ya había reflexionado sobre sí mismo, afirmaba que se sentía Cézanne, y ya en el inicio, cuando estudiaba en la academia de su maestro Ramon Rogent, lo encontramos cézanniano', afirma Puig. Puede parecer sorprendente en un artista tan pulsional como Ponç, pero es una lectura que puede hacerse si se tienen en cuenta las obras iniciales y las realizadas con posterioridad a su etapa brasileña, en muchas de las cuales, efectivamente, parece que la geometría intenta dominar el ímpetu de su delirios plásticos.

La exposición está organizada de forma cronológica a partir de cinco grandes etapas. La primera, que reúne unas pocas piezas, abarca estas obras casi de aprendizaje, anteriores a 1946. 'Ponç se dio cuenta enseguida de que la pintura era su forma de expresarse y de que el arte no era disciplina, sino libertad', afirma Puig. De hecho, en su caso el automatismo surrealista le apareció casi de forma espontánea, pese a que el conocimiento de Joan Brossa y el mismo Puig, en 1946, le permitieron descubrir la obra de Miró y otros artistas vanguardistas que en la España de la época habían sido relegados al ostracismo. Se entra ya entonces en la segunda etapa, que abarca entre 1946 y 1953, la más divulgada del artista al ser la de Dau al Set, en la que Ponç 'vomita' todos sus fantasmas interiores y se deja llevar por un onirismo y un mundo plagado de magia y seres dramáticos. Con todo, añade Puig, incluso en este momento aparecen algunos momentos en que el artista 'se frena a sí mismo' para intentar poner un poco de orden a este aluvión de imágenes. La tercera etapa abarca su periodo brasileño, entre 1953 y 1962, uno de los más sorprendentes de toda la exposición. Ponç emigró a Brasil en busca de mejores perspectivas económicas y allí descubrió un mundo de mestizaje de culturas y magia en el que vivió experiencias personales al límite con las que bordeó la locura (llegó a estar internado en un manicomio). También fue entonces cuando la diabetes le provocó sus primeros problemas con la vista, que desmbocaron casi en ceguera en sus últimos años. 'Se dio cuenta entonces de que tenía que intentar controlar este mundo interior que le salía espontáneamente a través de la geometría y el dibujo, y eso que empezó en Brasil continuó el resto de su vida', explica Puig.

La siguiente etapa, entre 1958 y 1978, refleja este retorno a un cierto control, con la aparición de varias obras geométricas. Y en la última, de 1978 hasta su muerte, mantiene algunas de estas constantes aunque, explica Puig, el artista se distancia de forma más clara de sus personajes pictóricos.

La exposición, abierta hasta el 28 de abril, finaliza con el vídeo de una entrevista que mantuvo Ponç con Montserrat Roig en 1978, que dura 50 minutos y permite conocer al artista de primer mano.

Despedida

La retrospectiva de Joan Ponç será la última que se celebre en el Palau Macaya, en el paseo de Sant Joan, ya que a partir de finales de febrero las exposiciones de la entidad se celebrarán en Caixaforum, situado en la antigua Fàbrica Casaramona, en Montjuïc. 'Esta exposición de Ponç está pendiente desde 1984, cuando presentamos la exposición Capses secretes, en la que exhibimos una selección de las 460 pinturas de pequeño formato que realizaba el artista en las salas de espera del hospital debido a sus crónicos problemas de vista', afirmó Carme Guinea, directora de programas de la Fundación La Caixa. Parte de estas piezas, realizadas por un Ponç enfermo, se presentan también en esta antológica. 'Pensamos que el homenaje a Ponç era la mejor manera de despedirnos de este centro en el que hemos organizado exposiciones desde 1979'.

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