La pena de muerte
Todavía hoy me preguntan, pero ¿era culpable o inocente? Esa no es la cuestión fundamental, contesto, nuestro objetivo era evitar la pena de muerte. Naturalmente, si ha sido declarado no culpable por el jurado, es, evidentemente, inocente. Nada más que hablar a ese respecto. Pero insisto, lo básico para nosotros era la oposición a la existencia de la pena de muerte.
Regresamos de Tampa, Florida, Estados Unidos, hace ya algunos meses, pero la pregunta sigue siendo la misma. Era el caso de Joaquín José Martínez, queda el caso de Pablo Ibar y el de Julio Mora. En el caso de Martínez, finalmente todo salió bien. Se le ayudó mucho desde España y hemos de estar orgullosos y satisfechos de la reacción de los españoles. Sin duda hemos de continuar en la lucha contra la pena de muerte en el mundo. Sólo mantienen la pena capital, entre los países digamos desarrollados, los Estados Unidos y Japón. Digo 'digamos desarrollados', pues no se comprende bien que, ya en el XXI, dos de los países mas desarrollados mantengan una práctica tan abominable.
El problema comienza cuando pasan algunos meses y no se localiza al presunto culpable
Era mi intención escribir estas cosas hace algún tiempo, allá por el mes de septiembre pasado, pero los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, me aconsejaron esperar un poco, ya que no era, quizás, el mejor momento para verter críticas a los Estados Unidos. No creo que los norteamericanos fueran tan malos antes del 11-S, ni tan buenos después. De hecho, en España el terrorismo ha producido mas víctimas mortales que en Estados Unidos, si consideramos el número de asesinados por habitante, lo cual sólo significa que, lamentablemente, nosotros conocemos el terror mejor que muchos. Por otra parte en estos días se están mostrando con los valencianos como es practica habitual en ellos y me refiero, claro, al asunto de las clementinas. Siempre han actuado así, con sus lobys, sus grupos de presión, sus tácticas para defender sus intereses. Las clementinas valencianas estaban teniendo demasiado éxito, los productores locales no lo podían consentir y ya ven la que han formado.
Considero, por tanto, que es momento de aclarar algunas cosas del sistema judicial norteamericano, que respeto profundamente, excepción hecha de la existencia de la pena de muerte. Ciertamente hay muchas razones para estar contra la pena de muerte, pero una decisiva es que es irreversible. Fíjense, Martínez fue condenado a muerte y algunos años después, tras un nuevo juicio, conseguido por el tesón de sus padres y la generosidad de muchos, ha sido declarado inocente. Imagínense si hubiera sido ejecutado... No es ciencia-ficción, hay bastantes casos de condenados en que, tras haber sido ejecutados, se ha probado su inocencia. En unos cien casos desde hace 25 años, se ha probado la inocencia tras estar largos años en el corredor de la muerte. Irreversible es una barbaridad y una buena razón para estar en contra, aunque hay muchas más. En el caso de Martínez, y me temo que en el de Pablo Ibar, hay además otras consideraciones que hacen más terrible la situación.
En los Estados Unidos, ya saben, el fiscal es elegido democráticamente, el juez también y, desde luego el jefe de policía, el sheriff del condado. De este modo, todos ellos responden ante el pueblo de su gestión y claro si hay un crimen horrible, el pueblo exige que se encuentre al culpable, se le detenga, se le juzgue y se le condene, si a muerte mejor. El problema comienza cuando pasan algunos meses y no se localiza al presunto culpable, la alarma social va en aumento, no hay resultados que presentar y los nervios asaltan al sheriff, al fiscal y al juez. Es entonces cuando se inicia una evolución de los acontecimientos, seguro que no deseada, pero tremendamente perversa en sus consecuencias. Es entonces cuando alguien repara en un afroamericano o un hispano que pasaba por allí. Asunto resuelto y, pese a las garantías de un país indudablemente democrático, ahí quedan las consecuencias de lo que podemos llamar un exceso de populismo, un llevar el asamblearismo a sus máximas consecuencias, a sus más trágicas consecuencias. Lo opuesto a situaciones donde denunciamos a veces la existencia de un déficit democrático.
En el caso de Joaquín José Martínez, parafraseando al dramaturgo, podemos decir que funcionó 'la importancia de llamarse Martínez'. La importancia de ser español. El error del proceso desencadenado, tras seis meses de indagaciones sin resultados, era que Martínez no era hispano, en realidad era español. De España. Creo que es un orgullo para todos nosotros, los españoles, y más aún, una garantía, saber que nuestro Gobierno, nuestros servicios exteriores y nuestro parlamento, en este caso el Senado, se ocupan de nosotros, también cuando tenemos gravísimos problemas en el extranjero. También en esto hemos progresado enormemente los españoles. Esperemos que siga siendo así.Todavía hoy me preguntan, pero ¿era culpable o inocente? Esa no es la cuestión fundamental, contesto, nuestro objetivo era evitar la pena de muerte. Naturalmente, si ha sido declarado no culpable por el jurado, es, evidentemente, inocente. Nada más que hablar a ese respecto. Pero insisto, lo básico para nosotros era la oposición a la existencia de la pena de muerte.
Regresamos de Tampa, Florida, Estados Unidos, hace ya algunos meses, pero la pregunta sigue siendo la misma. Era el caso de Joaquín José Martínez, queda el caso de Pablo Ibar y el de Julio Mora. En el caso de Martínez, finalmente todo salió bien. Se le ayudó mucho desde España y hemos de estar orgullosos y satisfechos de la reacción de los españoles. Sin duda hemos de continuar en la lucha contra la pena de muerte en el mundo. Sólo mantienen la pena capital, entre los países digamos desarrollados, los Estados Unidos y Japón. Digo 'digamos desarrollados', pues no se comprende bien que, ya en el XXI, dos de los países mas desarrollados mantengan una práctica tan abominable.
Era mi intención escribir estas cosas hace algún tiempo, allá por el mes de septiembre pasado, pero los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, me aconsejaron esperar un poco, ya que no era, quizás, el mejor momento para verter críticas a los Estados Unidos. No creo que los norteamericanos fueran tan malos antes del 11-S, ni tan buenos después. De hecho, en España el terrorismo ha producido mas víctimas mortales que en Estados Unidos, si consideramos el número de asesinados por habitante, lo cual sólo significa que, lamentablemente, nosotros conocemos el terror mejor que muchos. Por otra parte en estos días se están mostrando con los valencianos como es practica habitual en ellos y me refiero, claro, al asunto de las clementinas. Siempre han actuado así, con sus lobys, sus grupos de presión, sus tácticas para defender sus intereses. Las clementinas valencianas estaban teniendo demasiado éxito, los productores locales no lo podían consentir y ya ven la que han formado.
Considero, por tanto, que es momento de aclarar algunas cosas del sistema judicial norteamericano, que respeto profundamente, excepción hecha de la existencia de la pena de muerte. Ciertamente hay muchas razones para estar contra la pena de muerte, pero una decisiva es que es irreversible. Fíjense, Martínez fue condenado a muerte y algunos años después, tras un nuevo juicio, conseguido por el tesón de sus padres y la generosidad de muchos, ha sido declarado inocente. Imagínense si hubiera sido ejecutado... No es ciencia-ficción, hay bastantes casos de condenados en que, tras haber sido ejecutados, se ha probado su inocencia. En unos cien casos desde hace 25 años, se ha probado la inocencia tras estar largos años en el corredor de la muerte. Irreversible es una barbaridad y una buena razón para estar en contra, aunque hay muchas más. En el caso de Martínez, y me temo que en el de Pablo Ibar, hay además otras consideraciones que hacen más terrible la situación.
En los Estados Unidos, ya saben, el fiscal es elegido democráticamente, el juez también y, desde luego el jefe de policía, el sheriff del condado. De este modo, todos ellos responden ante el pueblo de su gestión y claro si hay un crimen horrible, el pueblo exige que se encuentre al culpable, se le detenga, se le juzgue y se le condene, si a muerte mejor. El problema comienza cuando pasan algunos meses y no se localiza al presunto culpable, la alarma social va en aumento, no hay resultados que presentar y los nervios asaltan al sheriff, al fiscal y al juez. Es entonces cuando se inicia una evolución de los acontecimientos, seguro que no deseada, pero tremendamente perversa en sus consecuencias. Es entonces cuando alguien repara en un afroamericano o un hispano que pasaba por allí. Asunto resuelto y, pese a las garantías de un país indudablemente democrático, ahí quedan las consecuencias de lo que podemos llamar un exceso de populismo, un llevar el asamblearismo a sus máximas consecuencias, a sus más trágicas consecuencias. Lo opuesto a situaciones donde denunciamos a veces la existencia de un déficit democrático.
En el caso de Joaquín José Martínez, parafraseando al dramaturgo, podemos decir que funcionó 'la importancia de llamarse Martínez'. La importancia de ser español. El error del proceso desencadenado, tras seis meses de indagaciones sin resultados, era que Martínez no era hispano, en realidad era español. De España. Creo que es un orgullo para todos nosotros, los españoles, y más aún, una garantía, saber que nuestro Gobierno, nuestros servicios exteriores y nuestro parlamento, en este caso el Senado, se ocupan de nosotros, también cuando tenemos gravísimos problemas en el extranjero. También en esto hemos progresado enormemente los españoles. Esperemos que siga siendo así.
Pedro Agramunt es senador del PP por Valencia.
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