_
_
_
_
UN MUNDO FELIZ
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Buenas noticias

El alcalde de Barcelona, Joan Clos, ha pedido esta semana, con sensatez, a los ciudadanos de esta ciudad tan dada a ciclos psicológicos eufórico-depresivos que no nos hundamos en el derrotismo. Detrás late, como sabemos, esa malsana comparación con Madrid (pero ahora, además de París o Milán, también entran en el juego Valencia, Sevilla y otras ciudades emergentes). Detrás, aparece esa maravillosa convicción, tan barcelonesa, de que esta ciudad es como una persona. Una persona sensible y algo dada al desequilibrio, por cierto, al menor soplo del viento.

El alcalde, que es médico, sabe de lo que habla porque salir de una depresión es muy difícil cuando ésta tiene causas múltiples y más bien confusas: lo de Madrid ya aparece como una excusa para ineptos si tenemos en cuenta lo que pasa en el mundo y en Madrid mismo. Pero lo bonito de los políticos modernos es que se preocupan por el estado de ánimo colectivo y por ser, ellos mismos, el Prozac social imprescindible en esas situaciones.

Sucede que el optimismo y el pesimismo colectivo son materia prima de la política, de la economía y de casi todo. El España va bien, por ejemplo, o el Som sis millions son dos clásicos de esa terapia que induce al nirvana del todo va bien, señora baronesa. Lo divertido es que esos eslóganes acaban convirtiendo, muchas veces, a quienes los lanzan en prisioneros de un optimismo que, como terapia política, no sólo deja de funcionar, sino que se les vuelve en contra. Fue lo que ocurrió con las nevadas catalanas del mes pasado y sucede ahora con las inversiones españolas en la Argentina o con el aumento, implacable, del paro. El optimismo, pues, es un arma política de doble filo: lamentablemente, la realidad suele desmentirlo cada día aquí o en Pekín, pasando por Estados Unidos, Italia, Bruselas, Afganistán o Colombia.

A la gente, claro, le gusta el optimismo y lo agradece, en especial cuando las cosas no van muy bien. Los barceloneses no somos bichos raros: nos encanta que nos pasen la mano por el lomo. Pero sin excesos ridículos: estamos escaldados tras 22 años de grandeur nacionalista, de optimismo identitario y, ahora, de la autosuficiencia que comparten esos grandes optimistas vocacionales que son Jordi Pujol y José María Aznar, cuyo inconfesado mensaje puede resumirse en un después de mí, el diluvio. Clos, que procura ser serio y riguroso, ha renunciado en su llamada al optimismo al eslogan facilón -lo cual ya es una buena noticia- y apela, aun con el latiguillo de la ciutat del coneixement, a la reflexión y al razonamiento. Nos trata, pues, como personas, cosa que ya es, por sí misma, otra buena, espléndida noticia.

El que exista un político que nos imagine capaces de razonar es un caso extraordinario en los tiempos que corren. Y la buena noticia mejora si consideramos que razonar significa también criticar y hablar de lo que no nos gusta. ¡Sería tan anormal que nos gustara todo lo que sucede en Barcelona o lo que hace el Ayuntamiento! A Clos, por ejemplo, se le puede criticar y no pasa nada; al contrario, hasta puede invitarnos a un acto cultural. Es una buena noticia, pues, que se invite al optimismo a través de la razón.

Aunque, puestos en este plan, hasta podemos llegar a concluir que el hecho de estar aún vivos es la mejor noticia de todas, el ejercicio del pensamiento obliga también al alcalde a ejercer de alcalde: defendiendo a los ciudadanos frente a los monopolios de servicios públicos privatizados como la electricidad, el agua o el teléfono, que han tomado las calles como finca particular. O también cuidando de que los funcionarios ejerzan de servidores públicos y no miren a los barceloneses como enemigos. Porque, a lo mejor, esas -y no otras- son las causas inmediatas y próximas de la depresión.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_