Mujeres, al Supremo
Constituía una anomalía cada vez más llamativa e insostenible que sólo el Tribunal Supremo, entre la variopinta gama de órganos jurisdiccionales, siguiera sin contar entre sus miembros con ninguna mujer. Y no porque debiera pagarse tributo a algún tipo de discriminación positiva, sino porque resultaba incomprensible que ninguna de las mujeres que hoy ejercen de juez en España -prácticamente la mitad del colectivo judicial- estuviera profesionalmente capacitada para formar parte del Supremo.
Esta anomalía va a pasar a la historia con el probable nombramiento de una mujer a la Sala de lo Social del Supremo. Pero la mayoría conservadora del nuevo Consejo parece decidida a cerrar el paso, por razones ideológicas y no de estricta valoración profesional, a otras candidatas que optaban a las cuatro vacantes que deben cubrirse en el alto tribunal. Una sola mujer entre los 89 magistrados que integran las cinco salas del máximo órgano jurisdiccional sigue siendo una presencia incompatible con la realidad actual de la carrera judicial y fiscal, sólo explicable en términos de un corporativismo machista.
Frente a una ciudadanía que asumió hace ya muchos años con entera normalidad la incorporación de la mujer a la tarea de juzgar o al ministerio fiscal, incluso de forma mayoritaria en las últimas promociones, los propios jueces demuestran una inusitada resistencia a que alcancen los niveles más altos de la carrera. Y esa evidencia no desaparece porque al fin hayan acordado incluir a una mujer en la lista de nombramientos del Supremo.
Esta designación singular debería abrirse de manera mucho más decidida para poder cerrar de una vez la anomalía que prohibió el acceso de la mujer a la carrera judicial en España hasta el año 1966. Siete lustros son demasiado tiempo como para que el nuevo Consejo del Poder Judicial pueda creer que ha cumplido una deuda con las mujeres que comparten su profesión. Con la actual igualdad en cantidad y calidad de hombres y mujeres en la Administración de justicia no puede mantenerse por más tiempo esta provocadora excepcionalidad en la que vive el Supremo. La llegada de una magistrada a una de sus salas tiene un alto valor simbólico, pero sigue siendo claramente insuficiente para la mujer, la judicatura y la sociedad.
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