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Crítica:'Intimidad' | ESTRENO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cine libre, adulto

Hay pesimismo, un consolador pesimismo, en este relato escueto y grave, doloroso, pero libre y liberador. Procede de la fusión de dos narraciones (Intimacy y Nightlight) del novelista y guionista inglés Hanif Kureishi, pero no se percibe dualidad en él, pues relata un suceso formalmente unitario, lo que es indicio de que la escritura cinematográfica absorbe la literaria hasta no dejar rastro de ella. La palabra se hace visible en la pantalla a través de silencios y es efectivamente Intimidad una película rica en intensos y elocuentes silencios.

Es más, arranca en forma de representación muda, casi ritualizada, de dos silencios entrelazados, los de un hombre y una mujer que bordean la conciencia de una edad sin vuelta atrás y funden su soledad y su desesperanza en un crescendo de cinco vivas, elegantes y turbadoras escenas de sexo que discurren con poderosa fisicidad, sin maquillaje, respiradas, jadeadas sin apenas palabras, calladamente, sobre instantes de cine introspectivo de gran eficacia sensorial y una rara, pudorosa explicitud.

INTIMIDAD

Director: Patrice Chéreau. Guión: Anne-Louise Trividic y P. Chéreau, sobre relatos de Hanif Kureishi. Intérpretes: Mark Rylance, Kerry Fox, Timothy Spall, Marianne Faithfull, Alastair Galbraith. Género: drama. Reino Unido, 2001. Duración: 119 minutos

Más información
Patrice Chéreau narra el viaje de dos personas que se encuentran en el sexo

Nada hay más arriesgado en cine -pues entre la conquista de lo sublime y la amenaza de lo ridículo media sólo el salto, o el sobresalto, de un traspiés- que comenzar por la cresta de la ola un relato de tan alto voltaje emocional como Intimidad, que, sin red protectora de moralina y de espaldas a la resultonería de los seudoerotismos de papel cuché, busca representar -pues Patrice Chéreau, hombre integral de escena, asume hasta el fondo la teatralidad- un choque de piel y de alma, libre y frontal, entre un hombre y una mujer que no tienen ni buscan más conocimiento mutuo que el que les abre su sexo, una hora cada miércoles a media tarde, en la encerrona de un sombrío sótano londinense.

Es evidente que un empuje dramático de tan explosivo vuelo corre el riesgo de vaciarse en las primeras escenas, de quedar pegado a la piel de los encuentros desencadenantes y de no dejar tendido un hilo del que tirar para alcanzar el otro lado de las evidencias, el oscuro estallido del desencuentro, el brote de soledad que fatalmente muerde bajo toda caricia y el apagamiento a que conduce todo fuego. Pero Intimidad tiende con notable precisión ese hilo en la serie de escenas que abre la vivísima, extraordinaria secuencia del silencioso seguimiento del hombre a la mujer por las calles de Londres, que luego se invierte súbitamente en seguimiento de ella a él. Y desde allí saltamos más allá de la cresta de la ola inicial sin sensación de que descendemos peldaños en la escalada emocional, sino de que seguimos elevándonos en ella.

De ahí que Intimidad no se agote en su arriesgado despegue. Chéreau, con sabiduría y generosidad sólo posibles en un artista curtido en escenarios, pone en manos de la neozelandesa Kerry Fox (Un ángel en mi mesa) y los británicos Mark Rylance (Love lies bledding) y Timothy Spall (Secretos y mentiras) la iluminación de la oscura Intimidad que secuestra literalmente al trío de intérpretes, galvanizados por el desafío que afrontan al despertar, sin protección cosmética, con la piel lavada, el escurridizo fantasma del declive del sexo que se agazapa bajo su instante de esplendor. Y hacen cine no predigerido, adulto, sin caricias a las galerías, con gran fuerza introspectiva y vivificadora sinceridad.

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