_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cajón de mi alcalde

Hay tics que nos delatan y que son casi una radiografía del ánimo. Dice mi alcalde Odón: 'Tengo un sentimiento de identidad dual, de pertenencia primero a lo que es mi país, Euskadi, y que concilio con la pertenencia a un Estado'. Así expuesto, no veo dónde está la identidad dual, porque cualquiera con sentimiento de identidad unívoco podría muy bien haber dicho lo mismo. Alguien de Batasuna, por ejemplo, podría haberse atribuido un sentimiento de pertenencia a un país, Euskadi, y conciliarlo con la pertenencia a un Estado, también Euskadi. Sabemos que Odón Elorza no quería decir eso y que no identificaba país y Estado, pero es justo ahí donde le traiciona el ánimo, en su incapacidad para llamar a las cosas por su nombre, para decir España donde quería decir España. Salvo que piense que hay países, que son una cosa, y estados, que son otra distinta, y que los primeros encajan en los segundos como los cajones en una cómoda.

Naturalmente, las cosas no son así. No hay estados que no sean un país, y el Estado al que se refería Odón Elorza se llama España y es también un país. Se entiende ahora por qué Odón Elorza era incapaz de nombrar lo que quería nombrar, pues está claro que el hacerlo lo sumía en un dilema. Parece incompatible pertenecer a un país y pertenecer también a otro país, sobre todo cuando esos dos países no son países distintos y uno no puede optar a la doble nacionalidad. Pero la corrección política, en este caso la corrección nacionalista, exige esas pirotecnias: exige, por ejemplo, borrar un país del mapa y convertirlo en puro Estado sin substancia, para así poder salvar la contradicción de pertenecer a dos países; más aún, para poder afirmar que país, lo que se dice país, es el que es, y que lo otro es una fatalidad coyuntural, un constructo.

Mi observación no es superflua, y no quiero decir con ello que mi alcalde sea nacionalista; quiero decir, simplemente, que no sabe lo que quiere decir. Un nacionalista sí sabe lo que quiere decir; sabe, por ejemplo, que país, o nación, y Estado han de coincidir y a esa tarea la llama construcción nacional. En su imaginario, considera a la nación como algo dado por naturaleza y lo que construye es el Estado que a aquella le corresponde. Ése, y no otro, es su conflicto inacabable, y que Odón parece dar también por bueno. No hay un problema de encaje de las nacionalidades en la estructura del Estado, sino que lo que hay es un problema de desencaje. Si el problema fuera de encaje, es decir, si hubiera una voluntad clara por parte de aquéllas de alcanzar una estructura institucional estable, el problema se podría resolver.

Pero esa voluntad no existe, y nuestra historia reciente lo prueba. Y es que no es cierto que haya naciones sin Estado: no hay nación sin que exista previamente la voluntad de convertir en Estado un determinado territorio. Me atrevo a más: no hay nación, ni tampoco voluntad de configurar un Estado, sin que no haya previamente una estructura administrativa diferenciada. Toda nación, todo país, es por tanto un constructo fruto del azar y otras circunstancias. Ahora, sin ir más lejos, construimos un país que se llama Europa. Los intentos de fundamentación natural son posteriores y más o menos arbitrarios. Entre nosotros primero fue la raza, ahora lo es la lengua y luego será lo que sea. El conflicto es la forma permanente de intervención del nacionalista en política. De ahí que mi alcalde vaya bueno si pretende resolverlo con el federalismo, que por otra parte me parece muy loable.

Demos, pues, al César lo que es del César, y aclaremos primero nuestra cabeza para no equivocarnos de moneda. El nacionalismo tiene perfecto derecho a querer lo que quiere, pero eso no nos obliga a querer nosotros lo mismo o a hablar como si lo quisiéramos. A hacer incluso juicios de valor, como cuando mi alcalde afirma percibir que 'algunos compañeros no tienen sentimiento del País Vasco, que podían estar haciendo política aquí lo mismo que en Murcia'. Ni él ni nadie sabe qué política harían esos compañeros en Murcia, y esa observación trata de distinguir entre política correcta e incorrecta en términos de autoctonía: habría una política de 'aquí', y una política de 'allí'. Él parece haber encontrado la clave de la política de aquí, y así piensa que 'construir este país es una labor dificilísima, en la que se debe contar siempre con la colaboración del Gobierno vasco'. Podría ser una futilidad, teniendo en cuenta que ningún gobierno está para vender churros, pero en realidad señala una intención. Por fin ha descubierto, y nos descubre, lo que significa ser de aquí. El resto es simple pastoral.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_