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Columna
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Galleta

El domingo, Bush pasó un mal trago: lo que no consumaron los suicidas de Al Qaeda, casi lo consuma una galleta salada. La historia y la leyenda nos ilustran acerca de incidentes parecidos, que se llevaron por delante notables personajes de la teología, la política y el pensamiento. Como Bush es aliado de la providencia, nada hay que imputar a la ira de Dios, sino a la copa y al énfasis que le echó al partido de fútbol americano, que seguía por la tele. Aun así, los fabricantes de galletas saladas están bajo sospecha: podrían ser juzgados en secreto y sin garantías, por elaborar una pasta tendenciosa, que en vez de seguir disciplinadamente el itinerario del estómago, se fue a tocarle los ritmos cardíacos al señor presidente.

La cosa quedó en una magulladura. Nada, en fin, que le impida disfrutar del zoo que le están montando en la base de Guantánamo, donde individuos de la especie talibán, encadenados y rasurados, serán exhibidos en jaulas, a la intemperie y bajo un sol de injusticia. Si los talibán, en su despropósito, dinamitaron los budas, que eran patrimonio de la humanidad, los talibán no sólo no son patrimonio de nada, sino que tampoco son humanidad. Ahora que la presidencia lo aleja del espectáculo de las ejecuciones, podrá torturar a sus indefensas bestias. La civilización occidental de la que EE UU es su escaparate, comete infamias así, con el silencio temeroso o cómplice de otros gobiernos de adulterada etiqueta democrática, que no mueven ni un dedo, para impedir tanta degradación. El ojo por ojo continúa a la orden del día. ¿En qué momento se detuvo la evolución de la especie?, ¿en dónde se consumieron la conciencia, la dignidad, la ética?, ¿en qué pesebre se alimenta la barbarie?, ¿qué significa eso de los derechos humanos si no más que un ejercicio de cinismo? Tal vez de aquí a unos miles de años, los científicos nos cataloguen como homínidos presuntuosos y matones, que abandonamos los árboles, para alojarnos en la red. Toda una horda carnicera, encabezada por el señor Bush. Y eso -qué servil abdicación- puede ser una disculpa y hasta un consuelo.

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