La antena
La antena de telefonía móvil está comenzando a sustituir a la vaca loca en el miedo popular. Quizá con menos razón: pero no seré yo quien lo asegure. Un periodista se encuentra ante estos sucesos con un dilema: reducir el miedo, cuando cree que no hay razón, puede ser dejar de advertir al lector sobre lo que muchos creen un riesgo; pero aumentarlo es crear situaciones obsesivas. Informar parcamente es algo imposible: este tipo de informaciones son un bumerán. El miedo a la antena ha salido de la sociedad, ha venido al periodismo y vuelve y gira, y gira, y se extiende.
Hay un punto teórico que es el de simplemente informar de lo que está sucediendo; pero eso no existe en la realidad. Es imposible. El periodista busca su información, y quizá sin proponérselo la busque en el sentido que desea. La mía dice que es inverosímil que las antenas de telefonía produzcan cáncer: me lo confirman todas las buscas de datos. Pero ¿y si lo produce? ¿Pueden estar equivocadas mis fuentes?, ¿pueden estar forzadas por la industria y el capital?, ¿cuántas veces se han rectificado estos informes? En el XIX, con la máquina de vapor, se aseguraba por la ciencia que una velocidad superior a treinta kilómetros por hora, incluso menos, perjudicaba seriamente la salud del viajero. En una reunión de la Internacional se presentó un informe sobre el riesgo de excitación sexual que la máquina de coser (a pedal) causaba en las obreritas; salían luego a la calle y las estaba esperando el señorito para aprovecharse y perderlas para toda la vida.
El miedo forma parte de la política y del encauzamiento social. Desde el infierno a la horca, desde la bofetada paterna a la calavera con dos tibias; desde el sermón hasta el jefe. Parece que las sociedades humanas se unen en torno al miedo y se respetan por él. Tengo la sensación de que en nuestro tiempo y en nuestro grupo se ha aumentado. Las esperanzas de vida y de curación crecen, y en el horizonte de las utopías hay una brizna de sospecha de vida eterna. Aquí, en la tierra, a medida que se pierden las de la 'otra'. Cambiar el miedo al infierno por el miedo al teléfono hace perder mucho en el aspecto de la metafísica, y no incita a los grandes cerebros a participar en ello. A no ser que deriven hacia el temor a la innovación, a la evolución externa a nuestro cuerpo, hacia lo desconocido. Quizá forme parte también del miedo creado por el mago, y de su lucha a favor de la ignorancia. Un pueblo ignorante puede ser un pueblo dócil; pero también puede tener sobresaltos que perjudiquen el mercado.
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