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Columna
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Centralidad

El PSE no está hecho un lío. Está hecho... un tirabuzón. Empecemos por los datos mondos y lirondos: Redondo ha dimitido, y quedan las espadas en alto hasta que un congreso extraordinario ponga orden en el patio dentro de unos meses. De momento, no hay lío. Hay lo que hay, y se acabó. El asunto se complica cuando se va a los análisis y correspondientes pronósticos. Según la versión emitida por la Ejecutiva Federal, se contempla un cambio probable de liderazgo, un cambio de estrategia... y continuidad en las ideas fundamentales: Estatuto, Constitución y Pacto Antiterrorista. Olvidemos la cuestión del liderazgo. El caso es que si no se relaja la defensa del Estatuto, y se rehúsa vincular la pacificación a concesiones políticas, se estará en una coincidencia objetiva con el PP. ¿En qué podría consistir entonces el cambio de estrategia? La aproximación al PNV en asuntos de fondo parece descartada, por razones obvias. Pero se expresa un vago deseo de mejorar las relaciones con los nacionalistas. ¿Cómo? Sólo se me ocurre, detalles amigables a un lado, un camino: no disputarles el poder. Ahora bien, esto no tiene pies ni cabeza. Un partido que se aleja del poder, o de la aspiración a ejercerlo en un plazo previsible, es un partido que manifiesta una clara vocación testimonial. Y los partidos testimoniales, por definición, se quedan siempre bailando con la más fea en unas elecciones.

La segunda versión, la oficiosa y no autorizada, y por lo mismo intrínsecamente inverificable, no excluye una aproximación real al PNV. ¿Qué significa 'real'? Pues concretable en una suerte de pacto o acuerdo. Esto suena menos raro, y más en consonancia con el conato natural a la especie política, que es el de tocar poder. La dificultad estriba en que el PNV ha dado muestras inequívocas de recusar el Estatuto y la Constitución. Y aquí nos tropezamos con la impenetrabilidad de los cuerpos. Si usted se amarra al Estatuto, será imposible que se amarre a la vez a quien lo denuncia o considera necesariamente superable. Dicho de otra manera: no se puede estar en misa y repicando. El mensaje de que Mayor Oreja está tirando de la cuerda con la misma energía montaraz que el PNV es pura retórica. La cuerda se tensa porque Mayor Oreja ha hincado los pies en el mismo sitio en que, teóricamente, desea estar el PSE. O sea, el Estatuto. Entonces, una de dos: o Mayor Oreja no es tan montaraz, o el Estatuto es un estorbo para la paz civil. Es imposible, de nuevo, no decantarse por una de las dos ramas de la alternativa.

El estado de confusión en que se encuentra el partido quedó manifiesto en la entrevista concedida por Jáuregui a este diario el pasado 5 de enero. Para describir la situación que él auspicia para el PSE, apelaba Jáuregui al concepto de centralidad. Los socialistas debían perseguir una posición que no fuera la popular, y tampoco la nacionalista, y que, de algún modo, estuviera entre una y otra. En términos de lógica política, el de centralidad es, pues, un concepto derivado. X ocupa el punto que fuere, y Z otro distinto, y a renglón seguido, uno elige colocarse un poco a la derecha de X, y un poco a la izquierda de Z. Pero sucede, ¡ay!, que Z se mueve. Y entonces no quedará más remedio, para conservar la equidistancia, que moverse con Z. De resultas, los principios irán variando, y habrá que acudir a analogías cada vez más forzadas para continuar llamándolos 'principios'. No es sorprendente que Jáuregui, en la entrevista, se confesara opuesto a que el Congreso extraordinario inicie un proceso de clarificación ideológica. No puede haber tal cuando se aguarda a ver qué pensará el otro antes de decidir qué ha de pensar uno.

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