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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Internet, más allá de los tópicos

Tomàs Delclós

La costumbre de empezar un libro sobre Internet con la historia de Internet resulta temible y fatigante. La mayoría de las veces se trata de repetir una cronología manoseada, con datos copiados pero no repensados. El libro de Manuel Castells también empieza con una historia de Internet. Pero ahí ya se advierte que no estamos ante un trabajo rutinario. Castells recuerda los principales pasos de esta singular epifanía para desmontar algunos tópicos heredados (Internet tuvo patrocinio militar pero no estaba expresamente pensado para un uso de Defensa) y analizar las cuatro culturas que jugaron en su definición. En la medida que la cultura de Internet fue dibujada por la conjugación de culturas de sus impulsores es importante el recuento de las mismas. Castells las establece en cuatro: la tecnomeritocrática (sabios de bit que aportaban sus descubrimientos sin otra recompensa que ver reconocida su autoridad científica), la hacker (muy olvidada en las historias de refrito), la comunitaria virtual y la emprendedora (la empresarial). 'La cultura de Internet', explica Castells, 'es una cultura construida sobre la creencia tecnocrática en el progreso humano a través de la tecnología, practicada por comunidades hackers que prosperan en un entorno de creatividad tecnológica libre y abierto, asentada en redes virtuales dedicadas a reinventar la sociedad y materializada por emprendedores capitalistas en el quehacer de la nueva economía'. No está mal tener presente este mosaico ahora que viviremos intentos de apropiación de Internet desde el miedo de los políticos o con maniobras, menos perceptibles, para dominar la red a base de controlar su arquitectura.

LA GALAXIA INTERNET

Manuel Castells. Plaza y Janés. Barcelona, 2001. 317 páginas. 17,73 euros.

El libro tiene su origen en unas lecciones que impartió en 2000 en la Universidad de Oxford y que el autor debatió y reelaboró. La obra está escrita de manera legible. No fue pensada para engordar un currículo académico, sino para dar herramientas al ciudadano a la hora de pensar el entorno digital. La honestidad intelectual del autor hace que no oculte en su discurso los datos que pueden contradecir sus tesis. Por ejemplo, existen trabajos demoscópicos que advierten una pérdida de conexión con el medio social entre los usuarios más intensivos de Internet. El internauta, según eso, sería un sujeto más aislado, refugiado en sus contactos en línea. Castells, con el amparo de otros estudios, niega que Internet sea una fuente de escape del mundo real. Más bien estaríamos en un mundo de comunidades electivas -se hacen amigos más allá del lugar donde se habita o trabaja- e Internet proporciona un soporte para la difusión de una forma nueva de sociabilidad.

Un apartado de la obra es el

dedicado a la nueva economía. Castells se muestra muy en sintonía con el iluminador libro de Michael Mandel La depresión de Internet. Al margen del reventón de la 'burbuja' bursátil -concepto que disgusta al autor-, el mundo empresarial no podrá volver a ser como antes porque la economía en red ha transformado sus prácticas. Además, al margen de quien se metió en Bolsa como en un casino, la innovación se sustenta en el capital riesgo y los ciclos financieros, de innovación y económicos se refuerzan mutuamente tanto en sus subidas como en sus bajadas. A menos capital, menos innovación. La nueva economía está basada en la cultura de la expectativa, del riesgo y, en último término, 'en la cultura de la esperanza en el futuro' y ha de imponerse a quienes añoran la era industrial. La desazón ante el cambio y el peligro innegable de que se quiera usar la tecnología para renovar viejas opresiones no justifica un discurso que culpabilice a la tecnología. La nueva economía no ha de conducir forzosamente a la selva que muchos temen y algunos quieren explotar. Castells no oculta los problemas ni los retos, pero advierte, sin engaños proselitistas, que nadie podrá ignorar en su vida la sociedad en red porque ya estamos en la galaxia Internet. Y para administrarnos en ella, hace ya tiempo que el trabajo de Castells es particularmente útil.

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