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Columna
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La dictadura de la banalidad

En unos canales de televisión públicos y privados donde lo que manda son casi siempre los índices de audiencia, ¿hay espacio para el tratamiento de lo que de verdad interesa, ocupa y preocupa a los ciudadanos corrientes y molientes, esos que a la vista está que no se sienten interesados por la trascendentalidad sistemática del debate político al uso, pero que tampoco parecen sentir ningún interés por las arrabaleras peleas en las que personajes y personajillos del más diverso pelaje se chillan e insultan entre sí? Entre tanta dictadura de tantísimo programa de humor insustancial, ¿hay espacio aún para que la mujer o el hombre de la calle opinen sobre lo que de verdad les afecta e interesa, aunque todo o casi todo ello sea en apariencia frívolo o banal para aquellos que consideran que sólo se puede debatir sobre la esencia de las cosas?

Vaya por delante que personalmente me divierten algunos espacios de humor inteligente, del mismo modo que me interesan sobremanera algunos de los escasos programas de debate de verdad que todavía subsisten en las parrillas de alguna que otra cadena de televisión de nuestro país. No obstante, se me reconocerá que ni todas las sit-com tienen el humor inteligente de Plats bruts, de Joel Joan y Jordi Sánchez, ni todo El Terrat es Andreu Buenafuente, por citar tan sólo a TV-3, del mismo modo que se pueden contar con los dedos de una sola mano los espacios de debate de altura que, como hacen de modo constante tanto CNN+ como BTV, ofrecen contrastes de opiniones y pareceres de buen nivel. Por lo general, y con muy pocas excepciones, en casi todas las cadenas de televisión de nuestro país se ha impuesto la dictadura no ya del pensamiento ligero, sino muy a menudo de la pura y simple banalidad o inanidad, la del humor más insustancial, zafio y grosero, cuando no la de los supuestos debates convertidos en simple intercambio de gritos e insultos.

Que ello no es consecuencia directa de la tan traída y llevada dictadura de las audiencias tiene un ejemplo reciente en la supresión de la programación de TV-3 de L'aventura quotidiana, que bajo la dirección de Josep Cuní lideraba la audiencia nocturna de los viernes en Cataluña. Que un programa líder de audiencia desaparezca de la parrilla de programación de un canal de televisión en plena temporada resulta como mínimo sorprendente, aunque en este caso se deba tal vez a una decisión personal de su máximo responsable. Con un tratamiento al tiempo riguroso y ligero de temas sólo en apariencia triviales, L'aventura quotidiana no sólo daba voz a la gente de la calle, sino que se ocupaba de lo que esa misma gente de la calle vive y percibe a diario como su propia vida cotidiana, pero que sólo en muy contadas ocasiones merece la atención o el interés de los medios de comunicación.

Nuestro mundo mediático, tanto en Cataluña como en el conjunto de España, se mueve por lo general entre el discurso grandilocuente y con pretensiones de trascendencia, y la vacuidad del chascarrillo con pretensiones humorísticas, sin que parezca haber lugar para lo que la mujer o el hombre de la calle viven cada día. Esto es así en gran medida en la prensa escrita y en la radio, pero lo es aún mucho más en la televisión, tanto en los canales privados como en los públicos, casi siempre con la excusa de las audiencias. Pero cuando éstas no se ajustan al criterio de quienes a la postre deciden, parece que da igual y nada impide que se suprima un programa que se interesaba por todas las pequeñas cosas que configuran la vida cotidiana de la gente de la calle.

En repetidas ocasiones se ha escrito acerca de la distancia cada vez mayor entre el mundo político y la realidad de la calle. Tal vez sea hora de ocuparnos también de la creciente distancia existente entre lo que alguien -creo que fue Felipe González- definió con acierto como 'opinión pública' y la 'opinión publicada', entre lo que aparece en los medios de comunicación y lo que de verdad importa, interesa, ocupa y preocupa a la inmensa mayoría de la gente. Apenas nadie se atreve a romper moldes ni esquemas. Y no se trata ya de darle siempre a todo el toque de lo políticamente correcto en cada caso, sino de tratarlo todo siempre bajo un mismo patrón, que sólo admite dos únicos registros: el del supuesto rigor intelectual distante y trascendental, elitista y para iniciados, o el de la trivialidad pasada por el recurso de la risa fácil o la estridencia chabacana, considerado útil para el consumo generalizado de unas masas iletradas.

¿Cuándo alguna emisora catalana de radio convencional se atreverá a no hacer lo que todas hacen cuando juega el Barça, ofreciendo a sus oyentes la posibilidad de escoger una opción diferenciada? ¿Cuándo alguna emisora musical osará prestar atención a quienes no sólo quieren escuchar canciones en inglés o como mucho en castellano, ofreciéndoselas también en catalán, francés, italiano, portugués, griego, vasco, gallego ...? ¿Cuándo algún periódico barcelonés tendrá en cuenta la realidad metropolitana de Barcelona en toda su enorme complejidad diaria? ¿Cuándo, como ya hacen en ocasiones algunas de nuestras emisoras de radio, algún canal de televisión de nuestro país dará realmente voz a la gente de la calle y prestará la atención debida a sus problemas cotidianos, por más que a algunos les parezcan poco importantes? ¿Cuándo nuestros medios de comunicación en general reflejarán la cada vez más diversa realidad de nuestra sociedad, tal cual es ésta en verdad, con toda su mezcla de culturas, lenguas, tradiciones, situaciones económico-sociales, gustos, aficiones, confesiones religiosas e ideologías? ¿Cuándo, en definitiva, la gente de la calle podrá verse verdaderamente reflejada en nuestros medios de comunicación en la aparentemente trivial pero en realidad muy compleja variedad de su propia aventura cotidiana?

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