Europa en el bolsillo
Querámoslo o no, con el euro en el bolsillo, Europa -esa entelequia que nadie sabe bien cómo explicar- existe un poco más. Pensar que una moneda construye identidad puede ser una postura muy convencional, pero a fin de cuentas, no nos engañemos, la moneda es implacable garantía de las cosas de comer. La gente eso lo sabe perfectamente; así, el euro ya es la niña de los ojos de los ciudadanos de esos 12 países que, tras un proceso complicadísimo, han logrado uno de los mayores éxitos que se pueden conseguir hoy día: ponerse de acuerdo en algo bien tangible.
Gracias a ese modelo, basado en el acuerdo, palabra casi insólita en el mundo político actual, Europa -un extraño animal, según el comisario Pedro Solbes- empieza a ser posible como respuesta colectiva a un reto planetario. De ahí que los descolgados del euro, empezando por el primer ministro británico, Toni Blair, que conspira para ser el líder de la Europa eurocínica, deban ser señalados -es una constatación- como incapacitados para el ejercicio del acuerdo; esto es, el ejercicio de dar y recibir, de ceder y de negociar, infatigablemente, en aras de un objetivo más amplio. En esto no hay que andarse con eufemismos, sería tirar piedras contra el propio tejado.
Ese extraño animal que es Europa ha sido capaz de sacar adelante una moneda común, y eso puede ser visto al menos de dos formas: como la vía libre a lo que la izquierda tradicional -y el ministro Piqué- ha llamado 'la Europa de los mercaderes', o como la culminación de una forma de hacer pluralmente consensuada. Una y otra visión se solapan. Estamos viendo cómo los mercaderes y la hipocresía chupan del euro con fruición, comisión a comisión, redondeo a redondeo; representan el eurocinismo, es decir, la carcoma de un proyecto cuya fuerza de futuro es el modelo que consigue aunar voluntades. Esta es precisamente la gracia, la singularidad europea: el contrapeso a un planeta enfrascado en la discordia, la guerra, la desconfianza y la ley del más fuerte. El euro que llevamos en el bolsillo es también parte de la historia de unas gentes que, como desean entenderse, ponen en circulación un símbolo económico común.
Desde esta perspectiva, se entiende mucho mejor la alarma que esta Europa, que combina la diversidad y lo común, despierta entre quienes persisten en el modelo único, culturalmente homogéneo, y en la imposición del beneficio a toda costa. La Europa del euro es, como dice Eneko Landáburu (director general de la Ampliación de la UE), una respuesta política a la mundialización. Una respuesta ordenada, por cierto, que no es poco mérito.
Esto es también lo que se intenta con la ampliación a 25 países en el año 2004. Aunque ahí el reto adquiere tintes más dramáticos: para que una Europa a 25 sea viable hay que afinar la forma de autogobierno de la Unión, que hasta ahora ha consistido en un delicado y complejo equilibrio entre tres: Comisión, Consejo y Parlamento. ¿Pesarán más los gobiernos de los países o las instituciones comunes, los mercaderes / eurocínicos o los militantes del acuerdo? Un dilema que los ciudadanos deberán entender y atender pronto. La cumbre de Barcelona, el próximo marzo, tendría que aportar pistas claras en los procedimientos del pacto para que Europa no sea sólo mercado. Lo que está en juego es un modelo plural -diferente al modelo único imperial y mercantil- de relaciones políticas y sociales.
Ahora que, con la presidencia española, vamos a tener propaganda a granel, vale la pena tener en cuenta que si Europa no consigue ser un modelo alternativo, abierto a la diversidad y a lo social, jamás existirá. Con los euros en el bolsillo no vamos a tener más remedio que pensar en estas cosas: en la Europa que necesitamos los de a pie.
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