Sin riesgo no hay inspiración
En las historias de todos los pueblos hay personas cuya genialidad en el aprovechamiento de sus dotes les ha hecho traspasar las fronteras de su propia comunidad y convertirse en ídolos universales. Pero entre estos dotados por los dioses los hay que además consiguen, tal vez sin proponérselo, ser el emblema y el símbolo de una forma distinta de entender la identidad. Tal es el caso de nuestra Montserrat Caballé, y digo 'nuestra' porque me siento en este sentido tan universal como cualquier aficionado a la ópera de cualquier rincón de este mundo que guarda, contra la destrucción y la muerte a la que parece estar abocado, unos reductos de placer y fantasía que sólo las artes nos pueden conceder.
Montserrat Caballé, ligada desde siempre a los avatares y a las glorias del Liceo de Barcelona, se presentó anoche en su escenario, tras 10 años de ausencia del paisaje escénico, en la ópera Enrique VIII, y no lo hace como la soprano admirada y querida que tiene asegurado el éxito precisamente por una carrera pródiga en éxitos, sino tomando el mayor de los riesgos; es decir, volviendo a los orígenes en los que conoció el clamor y consiguió el prestigio.
Toda mi admiración por una mujer que no se conforma con lo que ha alcanzado ni se duerme en sus laureles. Porque nada le habría sido más fácil que mecerse un año tras otro en los aplausos conseguidos concediéndonos a cambio el placer de escucharla en recitales y en galas. Volver a subir al escenario es el altísimo cenit de su magistral carrera, pero es también una forma de decirnos que en el arte y en la vida si no hay riesgo no hay inspiración, y ya sabemos que sin inspiración, se entienda como se entienda ese fulgor que nos incita a la creación, nada puede llegar al corazón de los humanos.
Ningún regalo tendría que ser mejor recibido por los que la conocemos y la queremos como ese regreso tan bello y tan romántico, pero al mismo tiempo tan difícil de decidir por quien está en la cumbre del prestigio. Y no tanto por el goce de verla una vez más en el esplendor de su voz y de su expresión, cuanto por la manifestación de un coraje que sólo alumbra a los que de verdad han sido tocados por los dioses. Tal vez sea en él donde reside la justificación de una vocación que no se arredra ni ante el riesgo ni ante el paso del tiempo.
Fascinante mujer que, como nos dijo el poeta, sabe disfrutar y aprovechar todas las posibilidades que el camino a Ítaca le ofrece. Que los dioses le sean propicios y que los humanos le reconozcan el valor y la entereza, casi en la misma medida que la profunda y misteriosa belleza de su voz.
Rosa Regàs es escritora y ganadora del Premio Planeta 2001.
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