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Columna
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A propósito

Eran los últimos tiempos del franquismo y los historiadores Miguel Artola y José Ángel García de Cortázar recorrían España a la busca de castillos. Según me contó el primero, al llegar a un pequeño pueblo vieron los restos de uno sobre un roquedal. Como al bajarse del automóvil tropezaron con la pareja local de la Guardia Civil, pensaron que lo mejor era preguntarles a ellos por el nombre de las ruinas. La respuesta del hombre del tricornio fue inmediata: '¡A propósito, la documentación!'.

La lógica del episodio puede servir para ilustrar lo sucedido en el conflicto sobre el Concierto Económico vasco. El campo en que había de desarrollarse la negociación tenía los límites perfectamente fijados por el contenido técnico de negociaciones precedentes: se trataba de ajustar las cuotas a los cambios cuantitativos registrados en la economía vasca de acuerdo con las transferencias ya realizadas. Sólo que en esta ocasión, como el guardia civil de la historia, el Gobierno vasco decidió poner sobre la mesa, con la mayor naturalidad del mundo, su cláusula de coacción: 'A propósito, ¿qué hay de nuestra participación oficial en los Consejos de Ministros de la Unión Europea?'.

Ha sido una maniobra magistral de provocación, dispuesto Ibarretxe desde el principio a jugarse la firma del Concierto con tal de presentar la esperada negativa de Madrid como una afrenta contra 'la sociedad vasca'. Puestos a actuar de cara a la galería, la consejera Zenarruzabeitia ofrecía su voluntad de renunciar a las uvas con tal de seguir negociando y presentaba una oferta de generosa apariencia: aceptar que la presencia europea de Euskadi no figurase en el Concierto con tal de que en el plazo de seis meses llegara por acuerdo de la Comisión Mixta de Cupo. Los titulares de este diario no dieron cuenta cabal de lo que encerraba la falsa renuncia -'El Gobierno vasco propone discutir más adelante y Montoro lo rechaza'-, ya que se trataba de una exigencia a plazo fijo, de que en esos seis meses el Estado 'asuma y desarrolle' la petición. La concesión no era tal. El portavoz del nuevo PSE lo aprueba: 'El Gobierno central debe acoger la propuesta con valentía', dice.

No es cuestión de valentía, sino de reconocer una realidad bien preocupante: la voluntad del Gobierno Ibarretxe de introducir en todas y cada una de las cuestiones a tratar con el Gobierno central un 'a propósito' que favorezca su estrategia de ruptura. Conviene recordar que la actitud ante el Concierto fue una piedra de toque para el PNV desde principios de siglo: su tendencia autonomista, hasta una fecha tan reciente como 1997, defendió el Concierto como pieza clave del autogobierno, en tanto que los sabinianos ortodoxos vieron en él, igual que ahora Batasuna, el símbolo de la sumisión de la burguesía vasca a España. Los recientes acontecimientos ilustran los efectos de la deriva soberanista experimentada desde Lizarra: el Gobierno Ibarretxe dice querer el Concierto, pero en la práctica lo subordina a una reivindicación que ninguna ley de nuestro ordenamiento exige, desde el supuesto de una negociación entre iguales que Montoro (léase Aznar), lógicamente, no puede aceptar.

Eso no significa que carezca de sentido el tema de la representación de las comunidades autónomas en Bruselas. Valdría la pena que el PP abandonase su actual posición de enroque y abordara un diálogo con el PSOE para ir preparando una serie de reformas consensuadas, incluido un nuevo Senado; por desgracia, no cabe esperarlo. Ahora bien, lo que ahora está en juego es otra cosa: la legitimidad del Gobierno central para rechazar una reivindicación no amparada por ley alguna, sobre cuya negativa el Gobierno Ibarretxe saca el hacha de guerra. No es el choque de dos intransigencias, sino el desafío de quien confunde negociación con concesiones obligadas para facilitar su acceso indoloro a la 'soberanía'. ¿Cómo va a obtener Ibarretxe la confianza del Gobierno español si su deslealtad respecto del orden constitucional es manifiesta? Sus propias encuestas dan un 21% de vascos favorables a la independencia. Así que ha decidido probar con la pelea de carneros como forma de hacer avanzar su política.

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