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Reportaje:SANTUARIO DE LINARES | EXCURSIONES

El monte habitado

Los alrededores del Santuario de Linares, en la sierra de Córdoba, rebosan vida animal y vegetal

Un jabalí se baña en una poza, enlodada pero cómoda, del Monte de San Fernando, y se rasca el lomo contra el tronco de una encina cercana. Un zorro se refugia, muy discreto, en una cueva tapizada con hojas secas. Dos tórtolas se arrullan ruidosamente en las alturas. Cientos de pájaros sobrevuelan la zona, buscando comida y cantando como locos. Si quiere enriquecer aún más este cuadro de naturaleza viva, añadiendo unos cuantos ejemplares de la especie humana, no tiene más que acercarse y darse un paseo por los alrededores del Santuario de Linares, en las primeras estribaciones de Sierra Morena en Córdoba.

En estos montes, situados al norte de la ciudad, conviven encinas centenarias y chaparros jóvenes, en formaciones densas o abiertas, adehesadas, por las que andan libremente las vacas rojizas del país. Abundan también los olivos y los acebuches, que en esta época del año cubren el suelo de aceitunas negras. Y se ven lentiscos rojizos, y rodales de madroños, llenos de fruta madura; y álamos, olmos y almeces en las márgenes del arroyo de Linares. Esto es sólo una mínima muestra de la riqueza vegetal de la sierra, poblada además por enormes acantos -esas plantas de hojas rizadas que inspiraron a los griegos la decoración de las columnas corintias- y por todo tipo de hierbas aromáticas, como hinojo, tomillo, romero o espliego.

Como todo bosque mediterráneo que se precie, alberga, además, muy buenas setas. En otoño es fácil encontrar champiñones silvestres, blancos, rosados y quebradizos, que los vecinos de las cercanías llaman 'cucamelos'; y setas de álamo, pequeñas, oscuras y sabrosas.

Siguiendo en la vena alimenticia, no se pueden dejar atrás los espárragos, de dos tipos distintos: los amargos, que crecen de matas espinosas, y los trigueros, más pacíficos y suaves al paladar.

Para el excursionista más interesado en la fauna que en la flora (o en la comida), el entorno del Santuario de Linares ofrece también grandes atractivos. Aparte de los animales más esquivos, como jabalíes, jinetas y zorros, se avistan y se oyen jilgueros, verdones, petirrojos, lavanderas (las blancas y las negras), escribanos y carriceros. No cuesta nada ver bandadas de rabilargos, unos córvidos bellísimos, de plumaje azul, gris y negro, que ocupan árboles enteros en décimas de segundo; hace falta más suerte para tropezar con arrendajos, pero también están ahí, igual que las perdices y las tórtolas.

Uno puede sentarse en el muro de la ermita, prismáticos en mano, a mirar las aves. Los visitantes habituales dicen que, a la caída de la tarde, los zorros bajan del monte y se dejan ver, e incluso alimentar, por los parroquianos de un bar muy pequeño que forma parte del conjunto del santuario. Conjunto que, por cierto, acaba de ser declarado Bien de Interés Cultural y, consecuentemente, protegido por la ley.

Curiosamente, parece más un caserío andaluz decimonónico, un cortijo grande, que un templo; a pesar de su aspecto moderno y laico, está vinculado a la conquista cristiana de Córdoba por parte del rey Fernando III, en el siglo XIII. Se construyó aprovechando una antigua atalaya musulmana del siglo IX, a la que se adosaron después una ermita, una hospedería y una casa para el santero.

El santuario tiene una talla medieval de Nuestra Señora de Linares, pinturas barrocas de Juan de Alfaros y Antonio del Castillo y una colección de exvotos de los siglos XVIII y XIX. Y la presencia de Fernando III, rey y santo, es mucha, tantos siglos después. Para empezar, uno de los montes que rodean el santuario, el más alto, lleva su nombre. Desde allí se ve una amplia panorámica del Valle del Guadalquivir y, en los días claros, hasta Sierra Nevada.

Pero no es el único accidente del terreno bautizado en honor del conquistador castellano. Una antigua cantera de piedra caliza, que nadie se ha preocupado por restaurar, ha dejado un hueco que se conoce localmente como 'la pisada de San Fernando'. Esta gigantesca huella convierte al rey en un gigante, y al visitante, en un observador aún más pequeño, rodeado de montes y montes de vida silvestre.

Placeres rurales

- Dónde. Para llegar al Santuario de Linares se sale de Córdoba por la carretera de Badajoz. Después de avanzar unos dos kilómetros, a la altura de la Carrera del Caballo, debe tomarse el desvío que aparece a la derecha, claramente señalizado, justo antes de la estación de servicio. Entonces sólo hay que seguir esta vía a lo largo de tres kilómetros, hasta situarse en la pequeña explanada del conjunto arquitectónico. - Cuándo.Estos parajes están en su mejor momento en otoño y en primavera, que es cuando se disfruta del colorido más brillante y de temperaturas suaves. Y si le gustan las romerías, puede aprovechar el primer domingo del mes de mayo para venir. Pero incluso ahora, con el invierno recién estrenado y las primeras heladas, el paseo merece la pena. - Alrededores. La sierra está muy cerca de la capital, a menos de un cuarto de hora en coche, lo que permite combinar los placeres de la naturaleza con las comodidades urbanas. Y además de restaurantes, cafés y alojamientos, ahí están los enormes atractivos del centro histórico de Córdoba, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ahora que si prefiere quedarse en el campo, no faltan los asadores en las cercanías del Santuario de Linares.

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