'La autorregulación es la única manera de tratar los problemas de la bioética'
'¿Es legítimo dejar morir? ¿Se debe autorizar la clonación? ¿Qué ocurre con los transgénicos? ¿Qué va a significar para nuestras vidas el conocimiento del genoma? ¿Hay que financiar con dinero público la reproducción asistida?' Éstas son algunas de las preguntas que nuestras sociedades hacen a los filósofos, según recoge Victoria Camps en el prólogo de su libro Una vida de calidad. Reflexiones sobre bioética (Editorial Ares y Mares), escrito para intentar darles respuesta.
Pero Camps, catedrática de Ética de la Universidad Autónoma de Barcelona, que fue senadora entre 1993 y 1996, no ofrece soluciones ni dispone de fórmulas para dictaminar la maldad o bondad de las actividades humanas, pero cree en la libertad y en la autorregulación, y considera que las leyes, por sí solas, no solucionan los problemas. Y cita a Maquiavelo: 'La moral, para ser mantenida, necesita de la ley; pero la ley, para ser aplicada, necesita de la moral'. '¿Por qué ha habido endogamia en la Universidad?', se pregunta. 'No porque la ley fuera mala, sino porque la hemos aplicado mal', responde.
Para ser mantenida, la moral necesita de la ley. La ley, para ser aplicada, necesita de la moral
Las religiones siempre tienen respuestas. Desde una ética laica, tenemos que ir construyéndolas
Pregunta. ¿Qué juicio moral le merece la manipulación genética?
Respuesta. Los mayas ya manipulaban la genética. La biotecnología, la manipulación técnica de los productos naturales, no debe condenarse desde un punto de vista ético, sino en función de sus consecuencias. Y me refiero a sus consecuencias para los seres humanos, y no para la naturaleza en sí. Hemos pasado de una concepción antropocéntrica del mundo a una concepción biocéntrica o cosmocéntrica. El sujeto de la ética somos los humanos. Si decidimos que es necesario preservar la naturaleza debe ser en función de nuestro propio interés, sea para disfrutarla o para poder dejársela a nuestros descendientes. Los movimientos ecologistas tienden a la radicalidad y ejercen una presión que pervierte el sentido que pueden tener los productos transgénicos, que, por otra parte, han permitido desde siempre alimentar a la humanidad.
P. ¿Cómo deberían regularse las nuevas técnicas, no ya sólo la manipulación genética, sino la utilización de células madre y la clonación?
R. La polémica sobre este asunto muestra una total falta de confianza por parte de nuestras sociedades, un miedo al mal uso de la libertad, lo que es contradictorio, porque vivimos en sociedades liberales. Lo que ha pasado con el tema de las células madre sacadas de embriones es una prueba de que se opta casi siempre por la prohibición en lugar de la legalización combinada con el control. La ciencia es neutra. Los científicos dicen: 'Nosotros investigamos, no sabemos qué uso se hará después'. Creo que en estos temas hay que ir decidiendo sobre la marcha aquello que dejamos que siga adelante y dónde situamos los límites. Por eso insisto en la autorregulación, porque es la única manera de tratar estos temas.
P. Pero las religiones, e incluso el sustrato de la moral religiosa, no sólo interfieren en este proceso, sino que tienen reglas precisas e inamovibles que intentan imponer a nuestras sociedades.
R. Cierto. El primer sector que ha intentado hacer un juicio moral sobre estos temas ha sido la Iglesia; mejor dicho, las iglesias. Lo tienen mucho más fácil porque consideran el derecho a la vida como un derecho fundamental. Las religiones siempre tienen respuestas a estos problemas, pero, si queremos seguir hablando de ética laica, tenemos que reconocer que nosotros no tenemos respuestas; tenemos que ir construyéndolas sobre la marcha. El valor que le demos a la vida tenemos que decidirlo nosotros. ¿La vida siempre vale más que la muerte? Ésta es una de las preguntas clásicas que hay que hacerse cuando se plantea el tema de la eutanasia, y es algo que debemos decidir nosotros. Es una cuestión subjetiva si de lo que hablamos es de una vida de calidad, como dice el título de mi libro, y debemos decidir entre todos.
P. ¿Tiene la moral un componente democrático?
R. Sí. Hay unos principios básicos, los derechos humanos básicos, aquellos que todos podemos compartir: el derecho a la libertad, a la igualdad y a la vida. Pero son sólo tres ideas y tenemos muy pocas herramientas para desarrollarlas, porque hay que ir adaptándolas a la realidad de las sociedades. La democracia tiene riesgos, pero son los mínimos que podemos correr cuando no sabemos cuál es la solución.
P. ¿Qué pasa entonces con grupos que rechazan la opinión mayoritaria en estos temas? ¿Cuál debe ser la relación clínica cuando se produce el rechazo a un tratamiento como en el caso de los Testigos de Jehová y las transfusiones de sangre o el de enfermos de cáncer que ya no quieren someterse a sesiones de quimioterapia?
R. El enfermo tiene derecho a rechazarlos, cierto; pero el problema no siempre desaparece aceptando su decisión. Por ejemplo, en el caso del rechazo a las transfusiones de sangre de los testigos de Jehová y de otras confesiones, existen soluciones alternativas pero que también son más caras, lo que transforma el caso en un debate sobre la distribución de los recursos sanitarios. Se dan situaciones muy complejas y muy diferentes. Debe decidir el paciente, salvo que haya enloquecido y se debe encontrar a alguien que decida por él. Pero lo más importante es que el paciente reciba la información y la entienda. Para ello hay que formar a los facultativos, y lo cierto es que cada vez hay más comités asistenciales que asesoran sobre estos temas. También es cierto que a menudo son los propios médicos los que, con la excusa de dejar que sea el paciente el que decida, lo que en realidad hacen es quitarse el problema de encima. En Estados Unidos, donde las demandas contra los médicos y los hospitales están a la orden del día, los médicos consiguen que los enfermos firmen un pliego de descargo que muy a menudo está escrito en términos incomprensibles.
P. ¿Qué cambios ve usted en los útimos años en la práctica médica sobre estos asuntos?
R. Los tratamientos paliativos del dolor, por ejemplo, ya no se discuten. Sobre la eutanasia, dejar de alimentar a un paciente que se niega a comer ya no se considera ni siquiera eutanasia pasiva, y lo mismo sucede con lo que en términos hospitalarios se llama no resucitar. En el futuro, los grandes problemas se van a plantear con la gente mayor. Técnicamente ya es posible mantener con vida a un cadáver el tiempo que haga falta, y la decisión está en manos de las familias, que, a menudo, no se ponen de acuerdo, porque, entre otras cosas, puede haber elementos económicos de por medio. El principio fundamental es el respeto a la autonomía de la persona. A veces los facultativos practican una medicina defensiva, en el sentido de protegerse; por eso es más importante la información que el consentimiento.
P. ¿Qué opina del caso concreto de la investigación con embriones humanos?
R. Una sociedad liberal debería dar libertad a la ciencia y a la investigación y controlar los malos usos que se puedan hacer de los resultados. No hay que prohibirlo todo de entrada, sino permitir y controlar. En todo caso, lo que sí es necesario es crear un sentido de responsabilidad en la sociedad. La única manera de moralizar la sociedad es responsabilizarla de las decisiones que pueda tomar y de las consecuencias de estas decisiones. La autorregulación es un concepto muy interesante. Me lo sugirieron los periodistas cuando era senadora, y creo que funciona, que corresponde a una sociedad libre y democrática.
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