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OBSERVATORIO ECONÓMICO
Columna
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Respuestas nacionales a las actuales dificultades económicas

'Fue el mejor de los tiempos. Fue el peor de los tiempos'. Con estas famosas palabras comienza el clásico de Charles Dickens Historia de dos ciudades sobre la Revolución Francesa. Hoy, aquí y en el extranjero, se puede decir exactamente lo mismo. Se ha declarado oficialmente que Estados Unidos está en 'recesión' desde marzo. Al mismo tiempo, las estadísticas publicadas por China siguen afirmando un fuerte y continuado crecimiento real del PIB.

La mayoría de los países no están en absoluto como China. Argentina es ahora un caso perdido, porque su zar de las finanzas insiste en crucificar a la población con la paridad de su moneda respecto al dólar.

Japón no llega a ser un caso perdido, pero su recesión ha iniciado un virulento nuevo descenso. Su popular líder, Junichiro Koizumi, habla mucho, pero en realidad hace poco para potenciar el gasto de la demanda. Corea, Singapur y Taiwan están viendo disminuir sus tasas de crecimiento debido a la languidez de los mercados de exportación.

La historia económica revela que 2001 es muy diferente de 1929 porque en casi todo el mundo la gente vive en una economía mixta

El Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la mayoría de los expertos económicos han rebajado las predicciones de crecimiento para Europa en 2002. Todo esto a pesar de la nueva guerra contra el terrorismo, dirigida contra Afganistán por una amplia alianza liderada por Estados Unidos y el Reino Unido.

Para compensar en parte todas estas noticias de debilidad económica, está el hecho afortunado de que la reciente subida de precios pactada por la OPEP se ha visto contrarrestada por la escasez de demanda y la superabundancia de oferta. Las perspectivas de la recesión serían considerablemente peores si la OPEP consiguiese que Noruega y Rusia igualaran pronto sus recortes artificiales de la producción de crudo. Además, si la guerra contra el terrorismo se extendiese a Irak, Irán o a cualquier otra parte de Oriente Próximo, cabe la posibilidad de que la recesión futura sea peor.

Afortunadamente, la Reserva Federal de Alan Greenspan y el Banco de Inglaterra de Tony Blair se han mantenido alerta y firmes en la lucha contra la desaceleración económica mediante repetidos y sustanciales recortes de los tipos de interés. En Estados Unidos, esto ha servido para fomentar la construcción de viviendas, las ventas de automóviles, las compras navideñas y las subidas del mercado bursátil de Wall Street después del 11 de septiembre. (En mi opinión, al menos, a uno debe preocuparle si el reciente exceso de optimismo de los especuladores pudiera ser poco duradero, con todo lo que eso implicaría de nuevos problemas para Main Street cuando la posible gripe futura de Wall Street infecte a toda la sociedad).

Cuando comparo la escena mundial de hoy con la depresión mundial de 1929-1935 que viví siendo un joven estudiante de económicas, debo confesar que me siento un poco preocupado; la burbuja del histórico Wall Street de 1929 era inferior a la de marzo de 2001.

Si todos nosotros viviésemos en un mundo de capitalismo puro como el que yo conocí en los años veinte, las políticas de neutralidad y laissez faire del Estado desembocarían probablemente en una depresión mundial incluso peor que la de 1929. Hitler y Stalin fueron los únicos que se beneficiaron de ese desastre del mercado. Y los trabajadores del mundo descubrieron que ellos tenían mucho más que perder que sus cadenas.

La historia económica revela de manera concluyente que 2001 es muy diferente de 1929. La diferencia es que en casi todas las partes del mundo la gente vive en una economía mixta. Las garantías de depósitos bancarios y las operaciones de rescate financiadas y reguladas por el Estado son esenciales, aun cuando no sean capaces de afinar correctamente.

La economía democrática, limitada y mixta, no utiliza sus bien meditados programas macroeconómicos para abolir de manera omnisciente los altibajos cíclicos, sino para atenuar y reducir las malignas volatilidades del mercado.

Tenemos suerte de que esto sea así. Especialmente porque hay una clara posibilidad de que la crisis mundial resulte ser más profunda y un poco más duradera que la media de la última docena de recesiones.

¿Por qué la diferencia esta vez? Recordemos de nuevo la ignominia de las recientes burbujas especulativas. Obsérvese también que en los 100 meses de expansión estadounidense durante los años noventa, el dinamismo de la innovación schumpeteriana, que tan enormemente aumentó la productividad total de los factores en Estados Unidos y en el extranjero, ha dejado al mundo con excesos de capacidad y de endeudamiento apalancado.

Este doble problema recuerda las mismas condiciones que prevalecían en 1929, después de una boyante década de crecimiento, y también en los años setenta, tras la larga década Camelot de los sesenta, con la expansión de Kennedy y Johnson. ¿Es sorprendente que las décadas de 1930 y 1970 fuesen los años de vacas flacas que siguieron a los anteriores años de vacas gordas? (Años de vacas flacas sólo porque los macromercados se permitieron una flaqueza innecesaria, el peso muerto de la pobreza en medio de la abundancia).

Quizá los optimistas tengan razón y después de un año de recesión la locomotora estadounidense entre a todo trapo en el crecimiento de comienzos de 2002 y tire de toda la economía mundial.

Sin embargo, ¿no sería prudente advertir a la Casa Blanca de Bush y a las Cámaras enfrentadas -el Senado controlado por los demócratas y el Congreso controlado por los republicanos- de que esta vez hay una probabilidad significativa de que se produzca una interacción de burbuja descendente, la cuestión del huevo y la gallina, entre Main Street y Wall Street?

Eso podría suponer problemas para Estados Unidos y para el mundo. Servir a ricos grupos de presión no llevará a producir un programa activo y equilibrado, con una mezcla de políticas monetarias y fiscales, para resistir y frenar el innecesario peso muerto que supone la pérdida de puestos de trabajo y de formación de capital necesarios para afrontar las necesidades de la Seguridad Social o de ahorros de pensión privados para 2020.

Igualmente importante sería la pérdida implícita del necesario consumo de los grupos de rentas más bajas, que soportan la carga del sufrimiento cuando los mecanismos del mercado fallan excesivamente. Considérese sólo el éxito conseguido en los años noventa en la reducción del número de madres que dependían de los subsidios estatales. Ese inesperado grado de éxito fue posible sólo gracias a la boyante, aunque en parte ficticia, economía de pleno empleo en Estados Unidos.

El retraso de la recuperación o una recuperación sólo moderada aumentará, me temo, el número de hombres y mujeres adultos que en muchos semáforos empiezan a abordarme con carteles que dicen: 'Por favor, deme algo, vivo en la calle'.

© 2001, Los Angeles Times Syndicate International, división de Tribune Media Services.

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