Al ralentí
Fue el último artista en tocar en el Palacio de Deportes de Madrid días antes del incendio. Hace poco más de un mes se reinventaba rockero duro en una fiesta organizada en una sala madrileña por Radio 3. ¿Necesitaba Manolo García volver a la capital a incidir en Nunca el tiempo es perdido, su segundo disco en solitario, sobradamente presentado? Seguramente no, pero un hombre tan expansivo necesita estar en contacto continuo con el público, o al menos ésa es la explicación que dio: 'Es que nos sale la música a borbotones. Nos vemos otra vez porque queremos'.
La suerte que tiene García es que a sus seguidores les pasa igual. Necesitan del artista lo mismo que éste de su aplauso y reconocimiento cariñoso. Pocas veces, como en sus conciertos, se ve al personal tan identificado y contento. No habría más palabras para reflejar la enorme entrega y el comportamiento del público en la noche de los inocentes en Madrid que recurrir al título de una de sus últimas canciones: Alegre como una mosca ante un pastel de bodas (que, por cierto, no interpretó).
Manolo García
Manolo García (voz y percusiones), Juan Carlos García (teclados, percusión y coros), Eric Dewit (guitarra acústica y eléctrica), Javier Mas (guitarra acústica, laúd, pícolo...), Iñigo Goldaracena (bajo) y Charly Sardá (batería). Palacio de Congresos. Madrid, 28 de diciembre.
Pocas veces, como en sus conciertos, se ve al público tan identificado y contento
Basta que salga Manolo García, agarre unas baquetas para marcarse unas ingenuas percusiones y empiece rapeando la primera canción, Un plan, para que el Palacio se venga abajo. El público ni espera a que Manolo le caliente, no hace falta. No ha abierto el artista aún la boca y ya ruge la marabunta. Eso se lo ha ganado el artista por años de honradez, por currarse cada espectáculo con mimo, por saber sobrevivir a un grupo de éxito, por entregarse siempre y por fabricar estupendas canciones que sus seguidores se aprenden a los pocos días de salir sus discos.
Pero debería esperarse también del público una actitud más reposada. De espera a ver cómo discurre el concierto, qué aporta esta revisión llamada acústica del mismo repertorio que ya enseñó eléctrico a cerca de 30.000 personas en el Palacio de Deportes hace menos de seis meses, para empezar a aplaudir, a desgañitarse. Incluso esa espera serviría para apreciar mejor el trabajo lleno de matices y sutiles arreglos (un acordeón aquí, un laúd allá...) de los curtidos y expertos músicos que le acompañan en este formato.
Un teatro cerrado, con el público y los músicos sentados, no es el espacio natural de Manolo García, aunque se le agradezca la valentía de afrontar el reto para mostrarse íntimo y alejado de los grandes montajes de sus macroconciertos. Una actuación 'al ralentí', según reconoció el propio artista al juzgar después en camerinos las sensaciones que le quedaban del primer asalto de esta tanda de cinco conciertos (días 28, 29 y 30 de diciembre y 2 y 3 de enero), con todas las entradas ya agotadas.
O sea, una contradicción que tarda en desbaratarse: por un lado, la gente -ciertamente no muy mayor- enfervorizada perdonando todas las deficiencias del sonido primero, cantando cada estrofa, levantándose de sus asientos y gritando a cada golpe de cadera o posturita torera del ídolo, y por otro, el ídolo contenido, muy cercano en modales y populismo, pero parco en registros de voz, débil en sus característicos falsetes y recurriendo en exceso a su soniquete moruno-rockero-coplero.
Pero cada uno es como es y García no se reprime ni en un lugar así. Lo lleva en la sangre y no tuvo más remedio que soltarse el pelo y afrontar el concierto desde la víscera, que, aunque tarde, apareció. Así se siente a gusto, y se divierte, y contagia a sus músicos, que se olvidan del eufemismo acústico. Del ralentí al acelerón.
Babelia
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