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Reportaje:CON EL EURO EN EL BOLSILLO

La frontera de los precios

Ni empleados de oficinas de cambio ni viajeros empedernidos. Quien se apañará mejor con el embrollo del euro, confiesa ella misma, es María Robledo. Lleva 25 años sentada tras la caja del mostrador de una tienda de recuerdos en la Bota Catalana, última área de servicio en territorio español antes de cruzar Francia por La Jonquera. 'Aquí siempre hemos aceptado todo tipo de billetes. No sólo de francos y de pesetas, sino también de marcos, liras o dólares. Hasta septiembre pasado, incluso devolvíamos el cambio en la moneda en la que pagaban. Con el euro, para mí, de lío, nada', explica Robledo en una fría mañana de miércoles, cuando apenas gotean clientes. Nada que ver el desierto de hoy con el desembarco en toda regla de turistas tan propio de los domingos. 'Vienen y arrasan. No hace falta que comenten el precio. Aquí casi todo ha sido siempre más barato', añade.

'Aquí siempre hemos aceptado todo tipo de billetes, incluso devolvíamos el cambio en la misma moneda en la que se pagaba'
La alcaldesa francesa de Le Perthus cruza la calle para arreglarse su melena rubia en la peluquería del lado español, más barata

En estos meses previos a la introducción física de la divisa común europea, las pequeñas adquisiciones de los viajeros de paso (franceses los que más, pero no sólo) se han intensificado. Todos quieren desprenderse de sus últimos duros porque, a partir del 1 de enero, saben que les va a resultar difícil deshacerse de ellos. Parejas sin niños a la vista acaparan golosinas en forma de frutas (1,14 euros por 100 gramos), ingieren un innecesario cuarto café a 0,75 euros en el bar, e incluso, por el módico precio de seis euros, se quedan con una banderilla para torear de dudosa utilidad.

Al margen de las compras absurdas del último minuto para no cargar con monedas que pronto carecerán de valor, está claro que los productos de mayor éxito entre los viajeros de paso son el alcohol y los cartones de tabaco, debido a la mayor diferencia de precio respecto del vecino del Norte. Pero no es lo mismo aprovechar para adquirir una botella de litro de Ricard por 9,6 euros en el lado español (15,20 euros en el híper Intermarché, de Perpiñán) cuando la ruta incluye pasar por la frontera que emprender ex profeso una peregrinación consumista hacia España en busca de artículos más baratos, y, sobre todo, de gasolina. Para encontrar peregrinos franceses con este perfil hay que salirse de la autopista y desviarse, por ejemplo, hasta La Jonquera

El euro no cambiará nada

A sus poco más de 2.000 habitantes, más que acostumbrados a lidiar con franceses del sur, y, sobre todo, a sus comerciantes, se les cuelga una mueca de escepticismo en la cara al enfrentarse con las tesis de los políticos que tiran, a trompicones, del carro de la construcción europea. No creen que, a la larga, la mayor transparencia de precios derivada del euro acabe equiparándolos a ambos lados de la frontera. 'Aquí es más barato, y eso no cambiará. El nivel de vida continuará siendo distinto. Que nos igualen los sueldos y las prestaciones sociales', opina y reivindica a un tiempo Rosa Casanovas, al frente de una ferretería donde los franceses adquieren por 21,9 euros versiones de planchas y paelleras que aseguran no encontrar en su país.

'A menudo, bajan familias enteras a cenar o tomarse una cerveza, y no creo que el euro cambie nada', corrobora Pancho, originario de Vigo, al otro lado de la barra del bar La Cova, donde por una cerveza se cobra 1,2 euros, la mitad que en una brasserie de la place Victoire, de Perpiñán, primer núcleo urbano de importancia al otro lado de la frontera, a 35 kilómetros. Un paquete de Marlboro se paga a 2,55 euros, a comparar con los 3,44 que piden en un estanco de la localidad francesa de Le Boulou, bien conocida para los catalanes por su casino.

La última gasolinera fuera de la autopista antes de las aduanas, tristes y sin aduaneros desde la creación del mercado único, en 1993, es una estación de BP, donde Loli Pando llena el depósito de su nuevo escarabajo de Volkswagen. 'Mi amiga y yo venimos a echar gasolina, pero no sólo por eso. C'est un tout: aprovechamos para pasearnos y hacer algunas compras..., incluso para ir a la peluquería, en Le Perthus, que es más barata. Que los españoles sepan que si con el euro igualan los precios, perderán clientela', advierte. La matrícula de su vehículo termina, como la mayoría de los que repostan en la gasolinera, en 66. Señal de que Pando y su amiga han bajado desde Perpiñán.

Camiones aparte, abundan los coches de esta procedencia. Los 73 céntimos de euro a pagar por un litro de 95 sin plomo merecen la pena cuando, en las estaciones de servicio francesas, el precio ronda los 99 céntimos.

Loli Pando ha mencionado una peluquería en Le Perthus, seguramente el pueblo fronterizo que mejor escenifica la diferencia de precios entre Francia y España. Pisar la acera de la derecha, rebosante de comercios abiertos y abarrotados, significa pisar territorio español. Bajar a la calzada es pisar territorio francés. La acera gala está vacía. En la única tienda de alimentos que queda, la señora Quixàs, nacida en Figueres (Girona), se lamenta. 'A este lado, los franceses sólo vienen para buscar la sombra si el sol da en el otro lado. Los comercios franceses han acabado por cerrar porque no se ganaban la vida. Yo, que en dos años pienso jubilarme, creo que con esto del euro también voy a cerrar. No estoy para más batallas', explica, resignada.

Agosto, todo el año

Dos decenas de familias españolas hacen su agosto todo el año. El Salon de Coiffure (peluquería) Roser es buena prueba de ello. La clientela es francesa, en bloque. Peinarse y salir divina con mechas cuesta un 30% menos que en el lado francés, donde ya no quedan peluquerías. Incluso la alcaldesa francesa de Le Perthus, Michelle Vert-Nibet, independiente, se arregla su melena rubia en el lado español.

Vert-Nibet augura en un perfecto catalán que el euro no supondrá ningún vuelco a la situación. 'El euro no permitirá comparar mejor los precios porque en el lado español de Le Perthus, con clientela al 100% francesa, todos los productos ya llevan años etiquetados en francos franceses. Es imposible para nuestros negocios competir por una cuestión de salarios y cargas fiscales. Sin armonización fiscal, la diferencia de precios seguirá tal cual', sentencia.

Los comerciantes españoles asienten. Joan Rourich, gerente del supermercado Tramuntana, en el lado español y con una veintena de franceses entre sus 100 empleados, es uno de los beneficiados por la situación. 'Aquí vendemos por precio y en formatos grandes'. De las estanterías vuelan los botellones de whisky escocés Sir Edward's de tres litros (marcados a 133 francos), más que las botellas de un litro. 'Tenga por seguro que si algún día acercamos los precios será al alza', añade. En el piso de arriba del súper, Corine y Richard buscan regalos de Navidad a mejor precio. Han bajado a Le Perthus... ¡desde Marsella!Ni empleados de oficinas de cambio ni viajeros empedernidos. Quien se apañará mejor con el embrollo del euro, confiesa ella misma, es María Robledo. Lleva 25 años sentada tras la caja del mostrador de una tienda de recuerdos en la Bota Catalana, última área de servicio en territorio español antes de cruzar Francia por La Jonquera. 'Aquí siempre hemos aceptado todo tipo de billetes. No sólo de francos y de pesetas, sino también de marcos, liras o dólares. Hasta septiembre pasado, incluso devolvíamos el cambio en la moneda en la que pagaban. Con el euro, para mí, de lío, nada', explica Robledo en una fría mañana de miércoles, cuando apenas gotean clientes. Nada que ver el desierto de hoy con el desembarco en toda regla de turistas tan propio de los domingos. 'Vienen y arrasan. No hace falta que comenten el precio. Aquí casi todo ha sido siempre más barato', añade.

En estos meses previos a la introducción física de la divisa común europea, las pequeñas adquisiciones de los viajeros de paso (franceses los que más, pero no sólo) se han intensificado. Todos quieren desprenderse de sus últimos duros porque, a partir del 1 de enero, saben que les va a resultar difícil deshacerse de ellos. Parejas sin niños a la vista acaparan golosinas en forma de frutas (1,14 euros por 100 gramos), ingieren un innecesario cuarto café a 0,75 euros en el bar, e incluso, por el módico precio de seis euros, se quedan con una banderilla para torear de dudosa utilidad.

Al margen de las compras absurdas del último minuto para no cargar con monedas que pronto carecerán de valor, está claro que los productos de mayor éxito entre los viajeros de paso son el alcohol y los cartones de tabaco, debido a la mayor diferencia de precio respecto del vecino del Norte. Pero no es lo mismo aprovechar para adquirir una botella de litro de Ricard por 9,6 euros en el lado español (15,20 euros en el híper Intermarché, de Perpiñán) cuando la ruta incluye pasar por la frontera que emprender ex profeso una peregrinación consumista hacia España en busca de artículos más baratos, y, sobre todo, de gasolina. Para encontrar peregrinos franceses con este perfil hay que salirse de la autopista y desviarse, por ejemplo, hasta La Jonquera

El euro no cambiará nada

A sus poco más de 2.000 habitantes, más que acostumbrados a lidiar con franceses del sur, y, sobre todo, a sus comerciantes, se les cuelga una mueca de escepticismo en la cara al enfrentarse con las tesis de los políticos que tiran, a trompicones, del carro de la construcción europea. No creen que, a la larga, la mayor transparencia de precios derivada del euro acabe equiparándolos a ambos lados de la frontera. 'Aquí es más barato, y eso no cambiará. El nivel de vida continuará siendo distinto. Que nos igualen los sueldos y las prestaciones sociales', opina y reivindica a un tiempo Rosa Casanovas, al frente de una ferretería donde los franceses adquieren por 21,9 euros versiones de planchas y paelleras que aseguran no encontrar en su país.

'A menudo, bajan familias enteras a cenar o tomarse una cerveza, y no creo que el euro cambie nada', corrobora Pancho, originario de Vigo, al otro lado de la barra del bar La Cova, donde por una cerveza se cobra 1,2 euros, la mitad que en una brasserie de la place Victoire, de Perpiñán, primer núcleo urbano de importancia al otro lado de la frontera, a 35 kilómetros. Un paquete de Marlboro se paga a 2,55 euros, a comparar con los 3,44 que piden en un estanco de la localidad francesa de Le Boulou, bien conocida para los catalanes por su casino.

La última gasolinera fuera de la autopista antes de las aduanas, tristes y sin aduaneros desde la creación del mercado único, en 1993, es una estación de BP, donde Loli Pando llena el depósito de su nuevo escarabajo de Volkswagen. 'Mi amiga y yo venimos a echar gasolina, pero no sólo por eso. C'est un tout: aprovechamos para pasearnos y hacer algunas compras..., incluso para ir a la peluquería, en Le Perthus, que es más barata. Que los españoles sepan que si con el euro igualan los precios, perderán clientela', advierte. La matrícula de su vehículo termina, como la mayoría de los que repostan en la gasolinera, en 66. Señal de que Pando y su amiga han bajado desde Perpiñán.

Camiones aparte, abundan los coches de esta procedencia. Los 73 céntimos de euro a pagar por un litro de 95 sin plomo merecen la pena cuando, en las estaciones de servicio francesas, el precio ronda los 99 céntimos.

Loli Pando ha mencionado una peluquería en Le Perthus, seguramente el pueblo fronterizo que mejor escenifica la diferencia de precios entre Francia y España. Pisar la acera de la derecha, rebosante de comercios abiertos y abarrotados, significa pisar territorio español. Bajar a la calzada es pisar territorio francés. La acera gala está vacía. En la única tienda de alimentos que queda, la señora Quixàs, nacida en Figueres (Girona), se lamenta. 'A este lado, los franceses sólo vienen para buscar la sombra si el sol da en el otro lado. Los comercios franceses han acabado por cerrar porque no se ganaban la vida. Yo, que en dos años pienso jubilarme, creo que con esto del euro también voy a cerrar. No estoy para más batallas', explica, resignada.

Agosto, todo el año

Dos decenas de familias españolas hacen su agosto todo el año. El Salon de Coiffure (peluquería) Roser es buena prueba de ello. La clientela es francesa, en bloque. Peinarse y salir divina con mechas cuesta un 30% menos que en el lado francés, donde ya no quedan peluquerías. Incluso la alcaldesa francesa de Le Perthus, Michelle Vert-Nibet, independiente, se arregla su melena rubia en el lado español.

Vert-Nibet augura en un perfecto catalán que el euro no supondrá ningún vuelco a la situación. 'El euro no permitirá comparar mejor los precios porque en el lado español de Le Perthus, con clientela al 100% francesa, todos los productos ya llevan años etiquetados en francos franceses. Es imposible para nuestros negocios competir por una cuestión de salarios y cargas fiscales. Sin armonización fiscal, la diferencia de precios seguirá tal cual', sentencia.

Los comerciantes españoles asienten. Joan Rourich, gerente del supermercado Tramuntana, en el lado español y con una veintena de franceses entre sus 100 empleados, es uno de los beneficiados por la situación. 'Aquí vendemos por precio y en formatos grandes'. De las estanterías vuelan los botellones de whisky escocés Sir Edward's de tres litros (marcados a 133 francos), más que las botellas de un litro. 'Tenga por seguro que si algún día acercamos los precios será al alza', añade. En el piso de arriba del súper, Corine y Richard buscan regalos de Navidad a mejor precio. Han bajado a Le Perthus... ¡desde Marsella!

Franceses comprando en la parte española de le Perthus.
Franceses comprando en la parte española de le Perthus.MARCEL.LÍ SÁENZ

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