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Columna
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Cifras y curiosidades

Oigo en la cola del supermercado que el año que viene es capicúo, 2002. Oigo dos opiniones: buena o mala suerte traerá el año capicúo según los distintos supersticiosos de los números. Yo una vez guardé un ticket de autobús de Roma, un paquete de Ducados, un billete de 1.000 pesetas, capicúos, y no sé si me trajeron buena o mala suerte. Los números son supersticiosos. Numerar las cosas fue pecado: 'Niños y ovejas contadas, se las come el lobo', leo en la Historia universal de las cifras, de Georges Ifrah, que trata entre otras muchas cosas la mística numérica, la aritmomancia, la adivinación del futuro, la revelación del nombre de Dios por las cifras. En Japón el número 4 es maldito (otro día diremos las razones), no existen aparcamientos con el número 4, ni cuartos de hotel u hospital, ni llevan asiento número 4 los aviones de las Japan Air Lines, cuenta Ifrah en su libro de 1996 páginas.

Pero es estética la simetría de los números capicúos, como la de los palíndromos, esas palabras que dicen lo mismo de izquierda a derecha que de derecha a izquierda: Reconocer, por ejemplo (produce cierta alegría estética descubrir palabras así). A las palabras capicúas dedica un capítulo Màrius Serra en su Verbalia, donde encontramos espléndidos ejemplos: una frase festivo-alcohólica, '¡Arriba la birra!', de Juan Filloy, o de propaganda electoral, un eslogan para Theodore Roosvelt, hace ya un siglo: 'A Man, a Plan, a Canal: Panama'. O una consigna que parece de política sucia, en un libro de título también capicúo, Oír a Darío, de Darío Lancini: 'Son robos, no sólo son sobornos', casi de política andaluza, pues si hacemos caso de sus personajes principales, Andalucía es una ópera de Bertolt Brecht sobre gánsteres del poder, dictadores, matones e incluso un doberman. Bueno, es una manera de entender el sistema democrático como exceso verbal.

Otro palíndromo citado por Serra pertenece al valenciano Joan Timoneda, de 1561: 'Ola Moro, moro malo'. Me recuerda algunas fiestas que celebramos estos días, conmemoración de la Toma en Almería y Granada. Celebramos gestas feroces. Las alegres fiestas de agosto en Málaga recuerdan una batalla: el 18 de agosto de 1487 el pendón de Castilla ondeó sobre la fortaleza de Gibralfaro después una matanza (los mismos atacantes elogiaron el heroísmo de los defensores). La caída de Almería y Granada en 1491 fue más tranquila, remate de dos siglos y medio de treguas y guerras desde el principio al fin del Reino de Granada. Lo leo en un libro de Miguel Ángel Ladero: La guerra de Granada (1482-1491).

Un rasgo español es la insatisfacción de los españoles ante el proceso de nacimiento de la nación, esa larga y sangrienta guerra civil. Todavía provoca desacuerdos entre los ciudadanos encontrar fiestas nacionales que puedan ser aceptadas por todos. Pero ahora lo más raro es esto: en la fiesta ciudadana, tanto en Granada como en Almería, el Ayuntamiento elimina de la ceremonia al Ejército, que debería ser signo y salvaguarda del Estado común, y acepta el culto religioso católico que excluye, digamos, a la mitad de la población. ¡Qué curiosidades casi capicúas!

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