En catalán
Que el día de los inocentes la selección de una nación sin estado juegue un partido con un capitán bajo sospecha parece un chiste pero no lo es. Los que ven este equipazo como un capricho separatista deberían saber que los jugadores no cobran y que ni siquiera sabemos vender las entradas. Y es que el encanto del partido de la Catalana de Fútbol también radica en sus defectos. Para los que se la cogen con papel de fumar, nombrar capitán a Guardiola atenta contra el prestigio de un país que ya sabe perderlo solito. Hay quien cree que Guardiola no debería jugar hasta que se dicte sentencia. Tranquis: cuando sólo era sospechoso de jugar bien, muchos ya querían acabar con él. Demasiado cerebro para un deporte cojonero, ésa era la tesis que manejaban los que rezan para que se trunque lo que le queda de carrera. Ayer Pep volvió al mismo Camp Nou donde recogía pelotas y admiraba a su actual seleccionador. Lo hizo con la camiseta del País de Nunca Jamás, ése donde algunos niños no tragan con dietas de jarabe de hígado de patriotismo constitucional. Como jugar de verdad está difícil, utilizo la ocasión para matar el síndrome de abstinencia de mi única adicción, el fútbol, debió de pensar Pep. Y el público, que sabe soñar despierto, le aplaudió sin reparos.
Para que se sitúen, les describiré la topografía del guardiolismo. Están los que le adoran por cómo juega o por guapo y los que le odian por lo mismo. Están los que disfrutan echando mierda sobre su nombre y saben de buena tinta que Pep se cayó al nacer en una marmita de nandrolona: son los mismos que juraban que era novio de Figo o que tenía SIDA. Yo pertenezco al sector de incondicionales con reservas. Me encanta su mezcla de sensatez y pasión, aunque discrepo de su tendencia a retrasar su posición, limitando el lado más osado de su talento. En lo personal, me creo todo lo que dice él y casi nada de lo que juran los demás. Me gusta verle capitanear este equipazo sin la presión de la aureola de héroe que se quitó en Italia, dejando a la Catalana de Fútbol valores que eran del Barça y que ahora son del Espanyol. Una vez al año está bien que la hipótesis de la selección no sea un disparate, que Guardiola sea su capitán y que esta fiesta mal organizada pueda celebrarse. Así se alimentan sentimientos que nada tienen que ver con la razón de estado sin nación ni con las inquisiciones que marcan la frontera entre legalidad e hipocresía. Si Guardiola ya era el mejor de los capitanes posibles, todavía lo es más ahora porque este país se crece en la adversidad. Otra cosa es que no se crezca lo suficiente o que nos vendría bien un poco menos de adversidad.
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